Powered By Blogger

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Aquello que jamás debiera prescribir

Hace unos días leía una noticia en un periódico regional: tres hermanas que acudieron a denunciar un delito ante la autoridad competente -en toda la noticia no se especificaba el delito-, terminaron denunciando a su padre por haber abusado sexualmente de ellas cuando eran menores de edad. En la noticia se cuenta que el denunciado ronda los 80, y sus tres hijas los 40 años de edad. Durante la investigación llevada a cabo por los agentes quedó demostrado que alguna de ellas sufre varias "secuelas" (sin especificar), hasta el punto de no haber podido llevar una vida normal.

Y bla, bla, bla...después de mucho artículo y muchas palabras, la denuncia de las tres mujeres, violadas por su propio padre cuando eran menores de edad, se encuentra con infinidad de trabas porque este delito tiene fecha de caducidad: ha de ser denunciado antes de 20 años. El caso terminó archivado, al menos por el momento en apoyo del artículo bla, bla, bla...En medio de la información un consejo de la Benemérita: "Todas las personas que sufran un abuso de cualquier tipo deben denunciarlo cuanto antes para poder obtener pruebas más precisas y que el delito no prescriba con el paso de los años".

Tuve que leer esta noticia varias veces porque no daba crédito a la palabra prescribir. Parece que según un abogado de la comarca "La única salida para que la denuncia siga adelante es que el delito tuviese una pena mayor ( que en principio según este artículo se estipula en una pena de prisión de 24 a 30 años por cada delito), lo que supone que aumenten los años en los que el caso podría seguir investigándose y el acusado pagaría por lo que ha hecho".

A veces no entiendo el mundo, lo digo muchas veces, pero al mundo sí que lo entiendo, lo que no entiendo son las leyes que han dictado los hombres. Hay leyes que debieran revisarse desde ya, y entendería el mundo a la perfección. Como que esta clase de delitos  no prescriba nunca. Esa es mi modesta petición desde aquí.

martes, 20 de diciembre de 2011

La canción de siempre

Ayer escuchaba las palabras del nuevo presidente español. Me sonaron a antiguas. No tengo mucha paciencia con los políticos, de modo que quizá no le presté la debida atención. Y me sonó a que estaba dándome las excusas que le servirán para no dejarme el respiro económico que equivaldría a devolverme la fe en todo el conglomerado establecido en el parlamento. Parlamento viene de parlar, y estos nos tienen acostumbrados a que en cuanto se encuentran a gusto en su nuevo papel, parlan más bien poco, porque en el fondo les gusta imponer. Comienzan con las excusas, y en cuanto creen tenernos convencidos de su argumento nos tienen pillados.

Por lo poco que escuché, creo que si bajan los sueldos no serán los suyos. Si hay que recortar puestos de trabajo, no serán los suyos. Si hay que hacer algunos cambios, no les afectarán de forma directa. Como siempre, se dedicarán a limpiar de puertas para afuera. Y seguirán buscando la solución en los lugares acostumbrados, y volverán a pulir lo pulido, abrillantar lo abrillantado, rayar lo rayado, quemar lo quemado, y el trabajo que tienen pendiente, de no espabilarse ahora, se quedará sin hacer hasta la legislación siguiente, que váyase a saber. Cierto que no entiendo de política y si algo tengo claro es que nunca entenderé.

lunes, 19 de diciembre de 2011

La voz de la sabiduría

Este libro de Priscilla Cogan, cuenta la historia de Winona, una anciana india que ha decidido morir. Su hija Lucy acude alarmada a la consulta de una psicóloga para que le saque de la cabeza la idea de morir. Una tarea nada sencilla porque Winona ha convocado a los espíritus y les ha pedido que vengan a buscarla cuando quieran -porque ya está preparada para iniciar el viaje- y ellos le han prometido que así lo harán. Ellos jamás faltan a sus promesas y es un proceso que no tiene marcha atrás. 
Es todo lo que Winona le repite una y otra vez a la psicóloga en sus horas de consulta. Pero Meggie como buena profesional, intenta por todos los medios a su alcance desterrar esa idea de su cabeza. La anciana no quiere que la salven de la muerte, está decidida a irse, pero quiere que su hija sufra lo menos posible, y que la psicóloga lo acepte. 


Es Maggie quien relata la historia de principio a fin, entrelazando tantos detalles con una voz tan sutil y unos ambientes tan reales que te hace quedarte entre sus páginas de principio a fin pidiendo que no se acabe. Es un libro que leí hace mucho tiempo, por eso podría resumirlo de principio a fin en tan solo unas líneas. Y sin embargo todo lo importante quedaría sin contar, porque es imposible contarlo. Es un libro especial.


Uno de tantos, que uno encuentra por casualidad en una librería de viejo, marcado con 2 míseros euros; y que se trae a casa para releerlo un día. Tal que así ha sido posible que ahora mismo lo tenga delante de mí, por esas casualidades maravillosas que tiene la vida. Para resumir diré algo, La voz de la sabiduría es justamente eso: La voz de la sabiduría. Al menos para mí, que a partir de su lectura me cambió la vida.



sábado, 17 de diciembre de 2011

Papá en fase de prueba

Después de leer esta entrada me dije que estamos en una época envidiable. Hace algunos años, quizá no muchos, a ningún padre se le ocurriría plantearse la cuestión que se plantea JAB. Y si se la hubiese planteado se encontraría con agoreros por todas partes, y quizá hubiese vuelto a reincorporarse al trabajo bastante frustrado. En otras épocas demasiadas personas renunciaron a sus grandes sueños por estrellarse contra las trabas de los demás. Porque no hay nada tan difícil de explicar a quienes nada entienden, que los grandes sueños son siempre los más pequeños; y aquellos que nos aportan la mayor felicidad.

Desde tiempos inmemoriales las mujeres hemos tenido el privilegio de cuidar de nuestros niños con todos nuestros miedos, que una vez se han ido superando un día tras otro, nos dejaron en la memoria nuestros mejores recuerdos, de esos días que ya nunca volverán.

JAB, te felicito, es una decisión de la que jamás te arrepentirás. Y que muchos padres debieran tomar como ejemplo, porque los niños sienten todo el amor que les brinda desde los primeros días. Y desde que llegan al mundo necesitan equilibrar las dos pesas de la balanza en aporte de mimos: papá y mamá.


http://thekankel.blogspot.com/2011/12/nota-importante.html

jueves, 15 de diciembre de 2011

Los personajes de ficción no existen

Esto no lo digo yo, lo dice Blumm. Y después de leer la entrada me digo que los personajes de ficción se parecen siempre demasiado a la gente real. Más aún, los personajes de un libro que no se articulan en su trama delante de mí como si fuesen seres reales, me hacen cerrar el libro y no seguir investigando nada más. Hace años me interesaba saber cómo terminaba la cosa y leía el capítulo final, pero a día de hoy no leo ni el último párrafo si no han sabido hacerse personas de carne y hueso frente a mí. Lo siento, pero me aburre mortalmente seguir a seres acartonados, que se quedan planchados de vez en vez. Las prácticas de reanimación necesarias para insuflarles vida me agotan de tal manera, que me veo obligada a dejar el libro que no se sostiene por sí mismo: consejo de mi doctor.

Sin embargo hay personajes que siento tan vivos que me hacen quedarme entre sus páginas para siempre. De hecho a estas horas estoy atrapada en tantos libros, que ni me consigo encontrar.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Sobre el lector electrónico

Hasta hace unos días no eché de menos ese aparatejo del que poco sé. Y sinceramente no le veía la necesidad, pero he ahí que según avanzamos en la vida -y justo por eso es bueno cumplir días y años- le entendí la utilidad. Fue después de lo tortuoso que me está resultando leer cierto libro que me descargué de la red, y que quiero leer como se merece, con calma y todos los sentidos puestos en él. De momento lo tengo en el ordenador que aquí nos disputamos todos cada cinco minutos, y todos con igual urgencia. Es por eso que no consigo tener la tranquilidad de leerlo con calma. Podría imprimirlo y llevarlo y traerlo sin mucho caos, pero tengo cajas de escritos impresos que reclaman su atención en cuanto me oyen pensar en imprimir otros textos. Son como fantasmas arrinconados que esperan una palmada en la espalda para vestirse la ilusión que antaño tuvieron ante mis ojos, y que ante lo complicado que veo sacarlos a la luz con cierto nivel, van perdiendo inmediatez y se desangran en tinta.

Es aquí donde logré encontrar la pieza que faltaba: un lector electrónico, pensé. Para leer debidamente los libros de otros, y dar un último vistazo seguido de muchos más a todo aquello que me sigue esperando en una caja de cartón de tamaño cuerpo entero. Casi como un ataúd de muertos de aburrimiento que esperan un juicio final falto por completo de juicio. Leer y repasar donde quiera que sea, en cualquier lugar. En tiempos muertos de espera, en letargos de aburrimiento, en los lugares que sea.

martes, 13 de diciembre de 2011

La vida no es un concurso

Rosa estrenó los diez años con una extraña petición: quería dar un paseo a caballo. En su casa todos se miraron como si no se lo terminaran de creer, jamás en sus diez años de vida había dicho algo parecido. Luego hicieron memoria y recordaron las veces que había ido a caballo con su abuelo a buscar hierba para las vacas, allá en el pueblo. Hacía tanto tiempo de eso que el caballo ya ni estaba en casa de la abuela, lo habían vendido cuando murió el abuelo.
Rosa tuvo su regalo de cumpleaños, fue a un lugar donde rezaba: paseos a caballo, y paseó a caballo durante una hora. Volvió con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes, y también con una invitación para repetir ese día completamente gratis, tal fue el entusiasmo de su profesor de equitación, que meses más tarde la envió a una escuela de salto.

Fue así como Rosa en unos meses más, ganó su primera escarapela en un concurso de salto. Sus padres hacían números y no les salían, pero Rosa tenía tal aptitud para saltar a caballo que la fueron apoyando mientras les fue posible. En tan solo un año había adelantado a niños que llevaban montando nueve años, que habían nacido entre caballos, y cuyos padres se dedicaban al salto. El orgullo de Rosa tan solo era proporcional a la calamidad de sus padres, que de buenas a primeras se vieron envueltos en un mundo demasiado caro para sus secos bolsillos. Junto a Rosa había varios alumnos a quienes les pasaba lo mismo, les sobraba aptitud para ganar, pero les faltaba posibles. Y la crisis les venció, y fueron desapareciendo poco a poco de las cuadras. En ellas solo quedaron los niños con caballos estabulados. Solo ellos siguieron entrenando a diario y participando en concursos, que por primera vez sí ganaron.

Rosa terminó teniendo suerte, porque sus padres después de varios años pensando en los pros y los contras, le compraron un caballo. No un caballo de salto, o un caballo para concursar, porque jamás tendrían dinero con que sortear tantos costes, sino para pasear. Y cedieron a su única petición, la elección de su caballo. Está muy feliz con él, pero cuando asiste a un concurso como espectadora se le cae el alma a los pies, y comenta que ella lo haría mejor. Todos saben que es verdad, pero la verdad no siempre lleva las de ganar: la vida no es un concurso.