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viernes, 26 de noviembre de 2010

Crítica literaria

Estoy leyendo un libro después de mucho tiempo de sequía, y me encuentro con que varios críticos literarios han tenido a bien explicarme la vida de su autor unas páginas antes del primer capítulo, en que se supone el autor lo ha escrito como un exorcismo literario de su pésima vida matrimonial. Es un clásico de todos los tiempos, y admito que un escritor al que nunca había leído. La pésima vida matrimonial del autor es algo que pongo en entredicho al ver el número de hijos que tuvo con su mujer, y no coincido para nada con la lectura del libro tal que hacen los críticos literarios. Así que de nuevo me siento un bicho raro que no entiende nada, y me alegro de que jamás me vayan a publicar porque no quiero que ningún crítico literario explique por mí los motivos por los que escribí tal o cual obra, creo que una obra escapa a todos, incluso a su autor y que se escribe con la intuición y no con la razón. Se escribe para realizar un viaje por los entresijos de todo lo oído, visto, escuchado, imaginado, y aquello que de alguna manera nos ha preocupado, casi siempre llegado de un exterior en el que ni hemos estado, pero ese en el que nos quisimos aventurar. Y la obra de un autor no le pertenece ni a él mismo en cierta medida, aunque estoy de acuerdo en que a veces para entender la obra de un autor tal y como afirman de éste es necesario conocer su vida. Algo que dicho de paso podrían ahorrarme pues como he dicho no me creo lo de su vida matrimonial tan terrible, de haberlo sido es totalmente incongruente tener tal cantidad de hijos con ella y seguir a su lado viendo pasar los años...

Antes de la lectura del primer capítulo dicha crítica me advirtió que ese era un libro que venía a reflejar todas las angustias maritales de su autor, y que era por tanto un libro agónico, al menos eso entendí en su advertencia y pues bien, respiré hondo para adentrarme en un libro que me resultaría difícil de leer, y que quizá abandonaría pasadas unas horas. Y nada más lejos de esa verdad, ya que llegué a la página 88 y me reí todo lo que quise y más, por los razonamientos llevados a cabo por su personaje principal, eso sí, acerca de la mujer y del matrimonio.

Tras lo cual hoy me siento aún más rara que ayer, porque soy capaz de encontrar en un libro lo contrario a lo que otros han encontrado. No dejo título ni autor por respeto, tanto a ese autor como a quienes han estudiado a fondo su escritura, algo que yo haré sin duda a título personal ya que necesito leer, y estoy feliz de poder leer al fin algo que me atrape de pleno. Creo que cada lector lee un libro diferente en el libro que está leyendo porque cada lector tiene un bagaje de vida y unas convicciones de las que es imposible que se apee, incluso para realizar un viaje al que ha sido invitado justamente para eso, para bucear en un submundo que otro ha creado a partir de su pensamiento. Creo que el objetivo de la escritura es ese, te muestro un mundo que he inventado, ven sumérgete e intenta extraer de él tu propia lectura, esa que te sirva a ti, para entender mejor todo lo que te rodea, y que sea para bien.

Quede claro que nunca intento tener la razón, es algo que no me preocupa, sólo me dedico a sacar conclusiones para hoy, esas mismas que mañana pueden variar, tal como el cielo oscuro de esta mañana puede derivar en una tarde de sol repentina.

jueves, 25 de noviembre de 2010

La princesa repite modelo

Hoy es noticia en el telediario matinal, en su visita a Perú la princesa Letizia está repitiendo modelos que ya ha usado para otras ocasiones. No voy a negar que siento una especial simpatía por una mujer que ha roto moldes en un lugar donde el protocolo lo mantiene todo a salvo, y que sin embargo no ha podido con el amor. Me encanta que sea precisamente el amor el que sea capaz de ensanchar horizontes, renovar costumbres e imponerse, no con armas de destrucción masiva, sino con una simple mirada que no necesita de palabras para llegar y arrasar, para establecerse y ganarse su lugar por derecho propio. Sin trampa ni cartón, porque si algo no puede imitarse es la mirada con que sólo saben mirarse los enamorados, que se miran así lo quieran o no, por mucho que se afanen en guardarlo en secreto. Es como la combinación de sol y lluvia que produce irremediablemente un arcoiris, no conozco a nadie que vea un arcoiris y sea capaz de reprimirse a su dulce irradiación.

Pues eso, que la princesa de Asturias repite modelo. En Asturias siempre se repite modelo, no sé porqué deba parecer algo tan especial. Quizá es un modo de hacerle saber al mundo que España necesita reciclar, o que piensa ponerse la ropa que más le gusta las veces que le venga en gana, porque para eso la ha escogido y por eso le encanta, porque sirve para más de una ocasión.

Quizá es un modo de hacerle saber al mundo que no es un calco de otras princesas, que ella es ella nada más, y que si cuenta con la aprobación fidedigna de su marido cuenta con todo, y que jalee el mundo todo lo que quiera, porque se habla mucho de libertad, de respeto, de saber estar...se habla de muchas cosas, pero siempre se habla demasiado en todo caso. Y se repite modelo porque se repite modelo, qué importa el motivo, haberlo hailo y basta con que ella lo sepa, ¿acaso debe importarle a alguien más?

Frase

Escribir tiene un algo de ego, un algo de vergüenza, un mucho de soledad y un todo de generosidad.
Frase de Anónimo

La he extraído de aquí porque es preciosa.




miércoles, 24 de noviembre de 2010

El amor no tiene edad

Hacía un frío invernal y Anaís salió de su casa sin chaqueta desafiando a todos los elementos, su madre la dejó ir esta vez, segura de que sería la última vez en que lo haría. Era una tarde de domingo de esas para quedarse en casa, pero ni aún así hubo un cambio de planes dentro del grupo que iba a dar un paseo, y si acaso tomarse un refresco en alguna terraza de las que miran a la playa. Allí, sobre todo allí se necesitaría una chaqueta le insistió su madre, pero Anaís la dejó olvidada sobre su cama muy a propósito. Y se fue con sus tejanos ceñidos, sus botas altas, la camiseta de su grupo favorito y sobre ella una sudadera azul marino con el interior de la capucha en color blanco, a juego con la enorme margarita alojada en su pecho. Llevaba la melena suelta, y algún que otro mechón acariciaba sus mejillas arreboladas, al fondo de sus ojos podía leerse una honda satisfacción, una aureola blanca la envolvía de pleno y sus labios sonreían todo el tiempo, contrastando con el día pésimo que se iba colando por la ventana.
Todas las advertencias las recogió con un sonoro silencio de eso ya me lo has dicho mil veces y un asentir de cabeza, seguido de muchos síes, a si había cargado su teléfono móvil, a si llevaba dinero, a si irían todas sus amigas, a si sabía a la hora justa y en el justo lugar en que la esperarían. Luego llegó el tiempo de los noes, no se quedaría sola, no se alejaría del grupo, no haría esto ni aquello ni lo de más allá, no, no, no, y todo sin perder el ánimo alegre que la acompañaba.
Durante la tarde llovió y ventó, después se hizo la calma y cuando fueron a recogerla esperaron encontrarla aterecida de frío, pero llegaba con una chaqueta de chico que le quedaba muy grande. Fue difícil saber a quien se veía más feliz, si al chico que llevaba la camiseta de manga corta y se frotaba los brazos para vencer al frío, o a la chica que llevaba puesta una cazadora que no era suya y que no pegaba para nada con su ropa. Se miraron un segundo mientras Anaís recogía su abrigo corto y le tendía su chaqueta diciendo gracias, mientras él se la ponía regocijado en ese calor proveniente de ella y respondía de nada.
Hay una inocencia innata que se escapa de pleno cuando se es lo suficientemente joven para ser inexperto, un creer que todos los secretos se mantienen a salvo. Como si el amor pudiese ocultarse con solo pretenderlo, o como si la caballerosidad hubiese desterrado de este nuestro tiempo. Pero afortunadamente no sucede ni uno ni otro. Nada que sea bello y puro tiene fecha de caducidad. El amor no tiene edad y la caballerosidad cuando existe se traduce en gestos, es espontanea como la misma lluvia, llega sin avisar y lo dice todo, aun cuando guarde silencio por no delatarse.

Nada delata tanto como una verdad envuelta en pureza.

martes, 23 de noviembre de 2010

Lucha de poder

Las cosas se pusieron tan feas que Patricia decidió ponerse a trabajar, y a Berto no le quedó otra que aceptarlo pese a haber estado luchando contra ello toda su vida. La quería en casita y a ser posible en completa soledad, hábilmente la había ido apartando del mundo y la había dejado exclusivamente a su merced, ella había protestado y se había encontrado con tantos problemas y discusiones que finalmente sucumbió, y aceptó el destino que le había sido impuesto porque entendía que se podía renunciar por amor.
La crisis fue una buena oportunidad para recorrer la distancia desde su casa al mundo y en pocas semanas de buscar trabajo lo encontró, un trabajo a su medida, un puesto en una frutería con un horario que ella misma estableció y un transporte público que la llevaría de vuelta a casa antes de que Berto saliese de trabajar. Todo perfecto.
Trabajar le devolvió la vida que recordaba, el sentirse útil todo el tiempo ante ella misma y los demás, llenó sus horas de ajetreo, de charla, de sonrisas, de entretenido trajín y de nuevas aspiraciones que la oxigenaron por dentro.
Berto pudo ver la diferencia desde los primeros días y arrugó el entrecejo, enmudeció de un modo sospechoso y se ocupó en llenar el interior de todos los armarios de la casa de quejas, Patricia las fue doblando y colocando, de modo que apenas lograsen estorbar. Estaba feliz de haber encontrado una ocupación que la llenaba de vida, que le permitía vivir con más holgura y encontrar un espacio para sí, y para todas las cosas que creía imprescindibles, como conversar con muchas gentes diferentes, de las que diariamente aprendía un montón. Sus ojos en el espejo le devolvían una luz que llevaba muchos años apagada, sumida en la soledad de un hogar donde las paredes permanecían todo el tiempo silenciosas, una luz que esperaba en silencio que se apagara, pero que sin embargo brillaba más y refulgía en los ojos de Berto con un aura de sospecha que pasaba a llenar también los armarios, y que ella doblaba con esmero sin saber donde guardar, rebosaba sospecha por todas partes sin que nada lo pudiera remediar.
Dejó de afeitarse y de cambiarse de ropa, sus zapatos dejaron de pisar la casa con sonoridad, comenzó a protestar por la comida a todas las horas, por esto y por aquello, escondiendo que en realidad lo que estaba era celoso, de que todo el mundo a todas horas le hablase de la eficiencia de ella, de lo muy cambiada que estaba y lo feliz que se la veía mientras trabajaba, y los muchos clientes que se sumaban cada día en la tienda. Él comprimía sus labios hasta que las arrugas se le acentuaban, los ojos se le achicaban y el silencio gritaba, entonces llegaba la hora del ahueque y del ya hablaremos. Y de doblar en los armarios toda la indignación, que también iba buscando su espacio, allí donde ya ni había.
Comenzó a quedarse días enteros de baja, aquejado de una enfermedad que nadie sabía diagnosticar. La llamaba cada veinte minutos por teléfono, y cada vez con una excusa distinta: se había terminado el champú, no encontraba su camisa azul, no estaban planchados sus pantalones grises, el gato no tenía pienso, había una mancha de humedad una esquina del cuarto, la pintura de las ventanas se empezaba a desconchar, los espejos tenían huellas de dedos, había pelusillas debajo del sofá. Así estuvo días semanas y meses.
Patricia no pudo más, y decidió despedirse a sí misma del trabajo, regresar de nuevo a casa y renunciar a su sueldo por un poco de paz. Berto volvió a afeitarse, a cambiarse de ropa, a sonreír como un bobo a todas horas, dejó de ver pelusillas, huellas en los espejos, de saber que se había terminado el champú, y sus zapatos comenzaron a chasquear de un lado a otro.
Patricia se quedó sin brillo en los ojos, sin sonrisa en los labios, sin gente diaria a la que recibir, sin sentirse útil, y sin sueldo propio. Ya no quedaban ni rastro de las quejas y sospechas que había dobladas a toneladas dentro del armario, ni hubo más llamadas telefónicas de Berto a ninguna hora, ni protestas por la comida o cosa cualquiera.
Siguió habiendo manchas de humedad, pinturas desconchadas, ropa sin planchar, huellas y pelusillas, toneladas de hastío para doblar y guardar dentro de los armarios, pero Berto ni lo vio, solo veía la vida que quería para sí en el lugar correcto, y Patricia veía algo que nunca vio, algo que nunca quiso reconocerse... pero todas las noches soñaba que Berto era su carcelero.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Era un nómada confeso

Nació miedoso, el más miedoso de todos los que haya visto, y ya desde el principio no se dejó querer. Se escondía bajo el tanque del gasoil de calefacción y no había forma de sacarle de allí, que era su refugio. Cuando estaba de buen humor podía asomar sus bigotes una cuarta y dejarte ver sus ojos negros, desconfiados y ausentes unos segundos, para hacerse invisible otra vez, y sordo a todas las delicias que le hubieses traído con la esperanza de hacerte su amiga por una vez y ganarte su confianza para siempre. Pero era impertérrito en su capacidad de mantenerse a salvo de cualquier ser humano, supongo que era parte de su naturaleza, o de su aprendizaje de vida.

Y es que su madre les tuvo a los tres en una casa abandonada, lejos de los gatos de la casa, quizá para que no viniesen a molestarlos y obtener así un algo de intimidad. Quizá no calculó que en verano pueden venir días de mucha tormenta y viento, escapados el resto de días de calor, porque la naturaleza es siempre imprevisible. Lo cual no evitaba que ella viniese a casa para alimentarse alguna vez, y que iniciaras pesquisas tras ella en busca de sus hijos, y que ella más lista que tú te llevase lo más lejos posible y se mantuviese quieta el tiempo suficiente para desesperarte y desentenderte de ella advirtiéndole que era una madre negligente y que algún día pagaría por ello. Se lo decías y en el fondo sabías que eras una paranoica y ella una madre ejemplar, harta ya de que todos sus hijos terminasen despareciendo bajo las ruedas de un coche. Esta vez creyó hallar la solución, en el refugio improvisado de una casa eternamente en venta y dejada a su suerte por sus muchos herederos. Lo bastante lejos de la carretera quizá para darles a sus hijos una vida no más cómoda pero tal vez más segura.

Eso creyó hasta la noche en que la raposa hizo acto de presencia e incordió, y regresó con sus tres hijos a saber cómo hasta la casa. Y escuchaste maullar débilmente y al volver un barreño semivolcado por el viento los pudiste ver por primera vez, dos marrones rayados a lo tigrés y uno negro de hocicos blancos y blancos calcetines, tan gracioso que no se dejó atrapar y huyó despavorido mientras te llevabas a sus hermanos al interior del sótano y les dabas leche. Después fuiste tras él y conseguiste que se encajara de tal forma tras el saco de big bag repleto de arena que creíste que se ahogaría sin remedio y te rendiste a su mala suerte provocada en parte por ti y tu absurda insistencia. Te pasaste la mañana en un ay, y sin querer asomarte, sin poder concentrarte y sin poder llevar a cabo tus muchas tareas, solo las imprescindibles. Porque sabes que hay cosas que solo te pasan a ti y que no podrás evitarlas a más que quieras. O eso creías porque cuando reuniste el valor de salir a mirar ya no estaba allí, y volviste a tus pesquisas hasta atraparle, no sin un premio de arañazos ensayados para ti. Todos tus tatuajes acaban siendo repentinos temores gatunos que luchan por zafarse de tu empeño de protección, no sé como te arreglas, eso pensabas mientras le llevabas con sus hermanos aún sin creerte que siguiera vivo después de encajarse de aquella forma entre quinientos kilos de arena y la malla del cierre. Era un gato desnutrido, flacucho hasta no poder más y tan pequeño que te sobraban manos para llevarlo al lugar del que no le dejarías escapar hasta que doblase en tamaño y docilidad, aún no tenías ni idea de que hay personitas que no se dejan embaucar y que una de esas personitas se escondía tras sus ojos quietos, tras su mirada de no me convencerás y tras su actitud sellada a cal y canto. Pero deberías saber que convives con demasiadas personas que se dejan todas las puertas abiertas una y otra vez, y que tardarías meses en volver a verlo.
Mientras sus hermanos permanecieron allí atentos a tus cuidados él se fue para no volver, era un nómada confeso.

Y regresó después de mucho tiempo en que hubo un sonoro vendaval, tanta lluvia como tuvo a bien caer, y se quedó en el prado, mirándote a través del ventanal, retándote a que fueras a por él, porque ahora aceptaría de buen grado tus cuidados. Así lo pudiste entender, y se dejó atrapar mansamente, e incluso apoyó su cabecita entre tus brazos, sumiso y obediente como no lo viste jamás, tan delgaducho como nunca y mirándote con sus ojitos de súplica. Parecía suplicarte cuídame, ahora sí que me dejaré cuidar, ahora sí he aprendido la lección y no voy a escaparme más, al final te he comprendido. Pero no fue capaz de beber apenas, no pudo comer y se quedó en su canasto de trapos muy quieto junto a sus hermanos. Se dejó acariciar hasta dormirse, y despertarse después, parecía arrastrar un cansancio de siglos y un hambre de cuidados jamás imaginado. Comenzó a comer despacio, más seguro ya de sí, y a las tantas de la madrugada te fuiste a dormir, esperando un feliz mañana. Pero la mañana tuvo que comenzar sin él, rígido en su lugar, abandonado por sus hermanos que dormitaban sobre la alfombra muy lejos de su frialdad mortal.

...Lo mismo de nuevo otra vez, pero de distinta forma...


domingo, 21 de noviembre de 2010

Frase

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió


Joaquín Sabina