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jueves, 21 de octubre de 2010

Puestos en la balanza


Mi cordura y mi locura
pesan lo mismo
Mi sueño y mi vigilia
pesan lo mismo
Mi ánimo y mi desánimo
pesan lo mismo
Mi amor y mi odio
pesan lo mismo
Mi potencia y mi impotencia
pesan lo mismo
Mis palabras y mi silencio
pesan lo mismo
Mi fe y mi escepticismo
pesan lo mismo
Mi esperanza y desesperanza
pesan lo mismo
Mi movimiento y quietud
pesan lo mismo
Mi optimismo y pesimismo
pesan lo mismo
Mientras alimento los primeros
tan solo escribo.




miércoles, 20 de octubre de 2010

Cita

Realiza el bueno acciones generosas, lo mismo que un rosal produce rosas.
Ramón de Campoamor


Los años más felices

Ella recuerda los años más felices pasados junto a su padre. Él estaba jubilado y aprendía un nuevo oficio de la mano de su hijo, al que había buscado un trabajo con futuro cuando era apenas un adolescente lleno de espinillas empeñado en no estudiar. A base de buscar un trabajo rentable para su hijo, Ramón hizo caso a uno de sus mejores amigos, que tenía un pequeño taller de soldadura, y que propuso para el chico la cerrajería metálica, el oficio con más futuro en su concejo porque solo estaba él y la gente le venía pidiendo cosas que jamás aprendió a hacer porque no tuvo necesidad, pese a no dominar su oficio en todos los campos estaba a tope de trabajo, esto se lo dijo a modo de confesión. Le aconsejó que el chico, dado que era muy joven aún aprendiese a hacer portillas y portones, pasamanos, verjas, y todo tipo de estructuras de hierro;cuanto más aprendiera acerca del oficio mejor.

El chico, que siempre había sido un gran deportista aceptó el reto con deportividad y se dispuso a saber de ese oficio todo cuanto pudiese. Con el tiempo llegó a hacer verdaderas maravillas en forja y fue cierto, lo que fue trabajo jamás le faltó.

Antes de lo esperado a Ramón le llegó el tiempo de jubilación y no tuvo que pensar ni un segundo a qué dedicaría su tiempo, admiraba a su hijo por las cosas que era capaz de hacer con la forja, y tenía unas cuantas mejoras en mente para su propia casa, de modo que decidió tomarlo como profesor.

Durante ese aprendizaje Ella viajó mucho de su casa a casa de sus padres para ser testigo directo de las clases que su hermano le daba a su padre, daba gloria verlos, vestidos con sus monos azules y sus gorros y gafas como de aviador, mano a mano cortando y soldando. Cuando su hermano se marchaba, su padre le explicaba a Ella lo que era aquel esqueleto de hierros, una portilla nueva para la entrada con mando y todo, pero no una portilla cualquiera, por arriba sería redonda. Ella le observaba montar piezas y soldarlas con la misma ilusión con que un niño monta su castillo medieval recién sacado de la caja en su día de cumple. Asistía incrédula a sus quejas por lo mal que había soldado y admiraba la paciencia con que desoldaba y soldaba de nuevo. Era un perfeccionista nato y parecía capaz de intuir un trabajo bien hecho. Era incansable, tan incansable como un niño que comienza a caminar y quiere recorrerse el mundo de orilla a orilla.

Que era un artista Ella ya lo sabía, pero hasta ese instante no tuvo el material adecuado para rubricarlo. Creó sus propios diseños y con ellos adornó la casa, la entrada y el jardín. Hace seis años que Ramón falleció de pronto, sobre su mesa de trabajo estaban dos hórreos de hierro que le estaba haciendo a Ella para la entrada de su casa. Son dos hórreos casi terminados que Ella nunca tuvo valor para ir a recoger, solo de pensar en ellos se llena de lágrimas porque sabe que el tiempo se detuvo en el momento en que volvió a mirarlos sabiendo que el cuerpo de su padre ya estaba sin vida. Nada desde entonces volvió a ser igual. La vida era un puzzle completo al que de nuevo le falta una pieza. Ella se desespera en cuanto pisa la entrada de la casa de sus padres y ve a su madre tan sola, tan silenciosa, tan menguada desde entonces, tan insegura, con los ojos tan cansados de noches silenciosas. Pero tan a resguardo de la vida entre la forja diseñada por su padre que aparece por doquier. Sabe pocas cosas porque Ella nunca fue una persona de luces, pero sabe que los años más felices de su padre quedaron impresos allí, en el tiempo de jubilación que le llegó para aprender el oficio verdadero de su vida: soldador.

martes, 19 de octubre de 2010

El mundo al revés

No me gusta quejarme, vaya por delante, prefiero actuar, pero no siempre nos dejan decidir nuestros caminos, a veces nos vienen impuestos desde afuera. Pero no soporto dos cosas: que se bajen las pensiones (o los sueldos menos favorecidos, me da lo mismo) y que se hable de jubilación a los 67. Me parece incoherente, injusto y terriblemente deprimente si me da por pensar, porque mi imaginación de tan espoleada se ha quedado sin límites.

Mientras parte de la juventud que no sirve para estudiar o no se molesta en ello lo termina dejando en cuanto puede y se dedica a hacer cursos especializados, normalmente aconsejados por un profesor que le asegura el trabajo seguro en cuanto lo termine. Algo que no siempre sucede tal como lo cuentan, y los aboca de nuevo a comenzar más cursillos que les puedan lanzar. Hacen cursos de calderería, fontanería, electricidad, mecánica, electrónica, informática y un largo etc. hasta encontrar un trabajo de lo que sea, les da lo mismo, ellos lo que quieren es trabajar. Y comienzan trabajando gratis para las empresas y sirviendo de blanco a todos los marrones, algo que les termina de desmoralizar. Entre lo uno y lo otro llegan a los veintitantos y no tienen ningún tipo de experiencia laboral. Los años que han ido pasando han sido perdidos, si les preguntas a ellos, eso te dirán.

Antiguamente no había tantos requisitos, terminabas los estudios y en cualquier taller de cualquier cosa se podía trabajar, lo mismo de carpintero, que de mecánico, de electricista, de soldador… se estipulaba un sueldo y en el momento en que se llegaba a un acuerdo ya había trabajo. Lo mismo podías hacerte modista, que peluquera, que dependienta, que ayudante de cocina. Y sin mayores esfuerzos si la cosa no convencía, ibas cambiando de profesión. La no limitación, y supongo que la mucha oferta de entonces mantenía el ánimo siempre ocupado y daba una especie de ánimo deportivo que lo que es ahora cuesta mucho encontrar. Y si resulta que apenas hay trabajo yo no lo entiendo, ¿qué necesidad existe de seguir trabajando a los sesenta y siete años cuando la juventud no es capaz de encontrar un empleo que dure más tiempo que una vendimia?

No me gusta quejarme, pero cada vez que escucho lo de jubilación a los 67 me viene a la mente la imagen del padre que madruga para partirse las costillas, y la de su hijo de veinte que duerme plácidamente su sueño trasnochado hasta bien cansarse. La del padre que llega rendido de su trabajo justo cuando su hijo – a veces para no escucharle- sale de marcha porque como no madruga… esta imagen unida a la del padre que sale para el tajo antes que su hijo se haya dignado a llegar… y la del hijo que llega hecho una pena y duerme hasta la tarde para en todo caso tumbarse en el sofá con el mando de la tele…

Así un día tras otro, mientras quienes merecen descanso después de toda una vida laboral no lo tienen, y quienes deberían labrarse un oficio con que mantenerse y crear una familia haraganean y gorronean, y asientan sus bases de vida sobre estos cimientos prestos a caer.

lunes, 18 de octubre de 2010

Nada tan humano como desear

En su libro El alma está en el cerebro, Eduard Punset afirma:

El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad.

Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece siempre el deseo.

Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que - en una persona madura - es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo.

Nota: lo he copiado y pegado tal y como lo he encontrado en la red. Me gusta improvisar.

domingo, 17 de octubre de 2010

Intuición maternal

Cuando a un hijo le dices no siempre tienes tus razones, la mía suele ser: "No es el momento, más adelante quizá, porque si algo te sobra es mucha vida por delante para lograr todo aquello que te propongas de verdad". Soy convincente porque creo en lo que digo cien por cien. Si algo le sobra a una persona muy joven es tiempo donde ver desde todos los ángulos los pros y los contras. Donde poder decidir qué le conviene teniendo todas las cartas sobre la mesa.

El resto del tiempo transcurre tal y como ella lo cuenta. Ella que no tiene hijos pero que sabe mimarlos como si los tuviera. Es sorprendente, pero es real, y sobradamente hermoso. Lo dejo aquí a modo de pequeño homenaje a quien ha sabido traducir tanta belleza. Espero que no le importe.

sábado, 16 de octubre de 2010

Morir para nacer

Hay relatos que independientemente de quien los escriba te calan por dentro, tocan fibras de aquellas creencias que tú también tienes, o llevan adheridas reminiscencias de momentos que alguna vez has vivido y creíste olvidar. Hay lecturas que salgan de donde salgan llevan impreso un mensaje para ti, que por sencillas que sean están llenas de profundidad y te dejan el sabor de lo bien hecho. Lecturas que te ha gustado leer y te gustaría poder compartir. Querer es poder.

Este relato se titula Morir para nacer y lo dejo al alcance de quien quiera leerlo está editado en el blog Escribir es vivir, de un joven que ha editado los relatos de su blog en un libro.