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viernes, 15 de octubre de 2010

Volver a la luz

La historia de los treinta y tres mineros atrapados en una mina de Chile ya desde un principio me resultó angustiosa, por más que algunos psicólogos se apresuraran a explicar que los mineros están hechos de otra materia diferente a la gente normal. Y que en su trabajo diario son muy conscientes de que tal vez un día se queden atrapados en un agujero negro del que no puedan salir. Imagino que esto último es normal, dado que todos los días se adentraban en las tripas de la tierra y les sería imposible no pensarlo aunque fuese en un segundo escapado a su control, de todas formas, no hay duda que fue una sensación angustiosa tanto para ellos como para sus familias acampadas en el exterior, y unidas para darse fuerzas.

Después del rescate que fue un verdadero logro, y que admito que seguí a medias porque apenas enciendo la televisión, queda volver de nuevo a la realidad, e imagino que alguno de ellos tendrá que volver cuando pueda a ejercer su labor. Será entonces cuando espoleados por el mantenimiento económico de sus hogares se enfrentarán a la verdad, uno pese a todas las circunstancias siempre está solo, y en absoluta soledad debe afrontar aquello que la vida le quiera destinar, aunque aparentemente lo elija. Las elecciones al fin y al cabo son pocas.

Imagino que alguno de ellos optará por vivir más modestamente y ganar en tranquilidad -esto solo puedo imaginarlo- reajustando en lo posible salario y seguridad. Otros volverán a confiar en su suerte y volverán a bajar para seguir llevando a sus casas el sustento - del modo en otras veces pese a los desastres hicieron- y tanto unos como otros estarán solos; repletos de pensamientos y sentimientos surgidos en la boca de lobo que tal vez ni lleguen a confesar, pero que seguirán girando en el círculo interminable de los días modificando viejas creencias que partir de esa grieta en el tiempo ya nunca será igual. En toda situación límite hay un antes y un después donde todo evoluciona y crece en alguna forma.

Creo que a partir de ahora lo que verán muy distinto será cuanto tienen alrededor, y que será precisamente lo que les ayudará a quitarse del cuerpo todas las espinas. Creo que mirarán con distintos ojos las margaritas surgidas en primavera, los peces que vadean el río, los pájaros que surcan el cielo de extremo a extremo, la naturaleza en su conjunto, las personas que tienen alrededor y que surgirá un sentimiento de unidad irrompible con todo cuanto late. Justamente lo que en el fondo les podrá curar.


jueves, 14 de octubre de 2010

Haberlos hailos

Ayer se daba la noticia: un maltratador se ha muerto a costa de maltratarse a sí mismo con las drogas. No es necesario nombrar a nadie, es uno de tantos casos en que un adicto a sustancias se muere. Pero me surge la pregunta de qué existió primero, esto es si el maltratador ya lo era, o las sustancias que ingería fueron minando su cerebro hasta el punto de volverle otra cosa que no hubiera sido sin la ayuda de ese abuso. Supongo que en esto incluso los profesionales de psicología tendrían diferentes opiniones, no lo sé, en todo caso está claro que hay una decrepitud que se va agravando a medida que se incrementan los consumos de alcohol o de drogas, y que llevados al límite termina cuando menos con la propia muerte. En casos peores con la muerte de otros y el suicidio final en una algarabía de locura sinsentido.

Cada uno tiene sus propias conclusiones al respecto y la mía es que no hay peor bajeza que ser lo que una sustancia - cualquiera que sea- quiera que seamos. He visto casos lamentables de padres que han tenido la mala suerte de tener tres hijos y los tres drogadictos, y verlos morir uno a uno de diferentes maneras, después de robarles todo cuanto poseían a cambio de una dosis y enterrarles en vida sumergidos en miles de problemas de los que no veían el modo de salir. En todos los juzgados les conocían y les reclamaban por todas las fechorías que sus hijos hacían.

Conocí también a un hombre alcoholizado hasta la médula que formaba jaleos imposibles en su casa, era el hombre más absurdo del planeta, y se terminó quedando solo cuando sus hijos crecieron. Tuvo la "suerte" de heredar la casa de sus padres, lo que a su mujer le dio el valor de separarse finalmente porque consideraba que al menos tendría un techo sobre su cabeza. Su declive fue brutal, hasta que una noche terminó quemado en su cama, quemando a su vez la casa. Usaba velas porque le habían cortado la luz ya hacía tiempo.

En cualquier caso tengo claro que en la violencia machista intervienen dos factores, alguien que machaca y alguien que "se deja" machacar. Y que para que deje de existir uno de ambos tiene que poner fin a lo suyo. Cuanto antes mejor.




miércoles, 13 de octubre de 2010

Un niño que llega al mundo necesita

Llueve a mares, pese a ello recorres quince kilómetros en coche con tu música preferida llenando el aire, vas a comprar un regalo para alguien a quien quieres por su cumple, el folleto del hipermercado te dejó a un precio de ganga lo que te pidió y no te lo pensaste dos veces, vas a recogerlo con la misma satisfacción que embarga a un rey mago en la noche de reyes.

Sigue lloviendo a un ritmo imparable, los limpiaparabrisas se vuelven locos y no son capaces de quitar de tu vista un velo de agua, disminuyes la velocidad, la carretera está en muy buenas condiciones y haciendo acopio de los cinco sentidos incluso puedes disfrutar de estar a salvo del aguacero que te echan a calderos sobre el parabrisas desde un cielo grisáceo.

Te detienes en el último semáforo que hay a la ida, y te encuentras con una escena a cámara descubierta desprovista de todo el glamour holibudiense. Donde uno de esos personajes que te crujen por dentro se desenvuelven tal como pueden, y te crujen por dentro porque son tan reales como tu propia piel. Tú misma hubieras podido estar en su piel en ese ahora que sucede ante tus ojos, y solo en ello puedes pensar, en ello y mil cosas más que ya abordan tal y como pueden algunos relatos que dormitan su sueño empapelado al fondo de un cajón.

En la escena que nadie quisiera interpretar hay una joven castaña de unos veintitantos, destacan sobre el conjunto unos ojos claros que a buen seguro se abrieron a la luz en un país Báltico. Se la ve del talante mohíno que imprime el día y embarazadísima, se la intuye ignorada hasta no poder más, bueno, esto se ve en la actitud de todos los conductores que interponen barreras de invisibles alambradas entre sus circunstancias y las de ella, que muestra sus clínex sin esperanzas de llegar a intercambiarlos por una moneda.

Avanza lentamente con su falda de vuelo por debajo de la rodilla, lleva una una chaqueta de chándal que atrapa en su tejido el chorrear de su pelo, consecuencia de todos los vientos que azotaron su paraguas en el devenir de los días. Sus pies visten chanclas con calcetines asemejando navíos oxidados en busca de mar.

Después de tantas negativas como has visto con tus ojos bajas la ventanilla, rebuscas en el bolso, quitas volumen a la música, das los buenos días de un modo que parezca humano y sin lamentación y ofreces los euros que previamente has calibrado, sumando a ese regalo de cumpleaños otro que darás para ese otro cumpleaños del que desconoces la fecha. Te ofrece los clínex que considera vale tu aportación y niegas con la cabeza diciéndole que es un regalo para ese niño que asoma en su vientre. Te da las gracias en un idioma que suena gracioso y amable, a música celestial.

Sabes que un niño que llega al mundo necesita una madre abnegada, sufrida y valerosa, porque de esa materia se compone una madre. Si quieres algo positivo a lo que acogerte aférrate a eso, ese niño la tiene, otros que viven en palacios de cristal ya quisieran a una madre así, una madre capaz de enfrentarse al mundo con tan pocas armas y lucir de esa forma.

lunes, 11 de octubre de 2010

Allí donde habla la niñez

Es de noche, el mar bate con fuerza lamiendo las orillas del alto muro que bordea la iglesia, los barcos han alcanzado el asfalto en espera del tan temido temporal que no se presentó. Son las ocho de la tarde y apenas hay estrellas pero la luz de las farolas otorgan esa claridad diurna que ya no hay, una luna tímida asoma de cuando en cuando por entre las nubes, perfilando con su aura la iglesia antiquísima de noble estampa que vigila a los barcos en alta mar. Dentro de la iglesia hay un cristo crucificado al que de cuando en cuando acudo a rezar, a sabiendas de que mi fe se debate en mil olas de espuma, que viene y que va, de ahí que suela rezarle sin esperar demasiado, nunca sé lo que debo esperar a cambio de aquello que ofrezco, pero santiguarme con el agua bendita antes de irme me abriga el corazón. Esa es toda la fe que puedo destilar, y toda cuanta tengo le ofrezco, a él que me mira como si me estuviese viendo, crucificado en el centro del altar.

La iglesia está alzada en un lugar de ensueño, tiene jardines hermosos alrededor, y un banco de piedra a lo largo del muro para sentarse, y cabildos por sus cuatro costados donde los jóvenes se reúnen para refugiarse de la lluvia en grupos pequeños; algunas parejas aisladas se confiesan su amor mientras las olas baten al mismo ritmo agitado de su oleaje interno.

Estos alrededores me hablan pausadamente de mi propia fe, siempre divida entre el quiero y no puedo, pero rendida en admiración por toda la magia que se desprende de este lugar. A solo un vistazo el mar infinito, el cielo insondable, y el horizonte donde la luna se refleja en otra mitad. Paseando en sus alrededores no tengo aspiraciones, y todos mis pensamientos se encuentran en paz. Nada cambiaría por el placer saludable de recorrer la distancia de mi casa hasta aquí las veces que quiera, y bajo el haz de sombra de esta imponente iglesia ponerme a pensar, o entrar en su interior de altísimos techos; inabarcable casi a la mirada, silenciosa, impresionante en antiquísima belleza, abrigadora del alma, y quedarme callada todo el tiempo que quiera sin que nadie me venga a perturbar. Me gusta este lugar justamente por eso, y el párroco parece intuirlo, me mira un segundo mientras arregla el altar, le gusta que la gente acuda para sentarse un rato, por eso mantiene abiertas al mundo las puertas de Dios en un tiempo en que todas las iglesias se cierran a cal y canto.

Me gusta este lugar y a pesar de llevarlo viendo toda una vida, cada vez soy más consciente de todo su embrujo. Nada cambiaría por poder disfrutar de estos pequeños lujos que me brinda la vida, y tan solo esto sé. Sé que no existen lugares que puedan hablarme como estos lo hacen, porque en estos lugares se encuentra mi niñez, dicta mientras camino.

domingo, 10 de octubre de 2010

Un libro al fin

Es extraño pero después de mucho tiempo sin conseguir leer apenas, y no porque no me haya encontrado libros interesantes, si no porque no consigo meterme en la historia de lleno, como si la estuviese viviendo directamente, que es justo lo que necesito para poder disfrutar del inmenso placer de la lectura, me encuentro con que los únicos libros que me atrapan están escritos por personas que tienen mucho que ver con el mundo de la filosofía. O que de alguna manera la transmiten en sus libros.

En estos días estoy leyendo un libro que me traje a casa desde la biblioteca: Rapsodia Gourmet, de Muriel Barbery, profesora de filosofía, una voz fresca, que no está exenta de exquisitez, que además resulta amena y francamente divertida. Es una lectura que aún estando en las primeras páginas sé que no abandonaré, hasta concluir las 182 que componen este relato en que cada página es una aventura jamás leída.

No soy crítica literaria, de modo que todo esto que cuento no tiene mayor valor que la opinión de alguien que se ha encontrado un estilo dinámico y elaborado que suena a nuevo, rayando en la exquisitez y sin dejar de lado el mayor ingenio. Esta novela ha sido galardonada con el premio de Los libreros franceses y ha sido publicada en más de treinta países, esto no lo digo yo, lo dice en la contraportada y seguro que no es por casualidad.Concluyo con una reseña que hace Le monde:

“Muriel Barbery trata de encontrar nuevas formas para expresar las sutilezas de lo inefable. Y lo consigue”.

He aquí otro libro que quiero comprar. No se cuando ni cómo, pero un día habitará en mi biblioteca, esas cosas se saben.

Os dejo la pista de un blog que recién descubrí y que también leo:

http://ardilla-roja.blogspot.com/2010/09/este-jueves-un-relato-en-que-trabajas-o.html

Y curiosamente este blog me llevó a este otro:

http://mipequenioespacio.blogspot.com/2010/06/donde-cada-noche.html


sábado, 9 de octubre de 2010

Cita

El que tiene siempre ante sus ojos un fin hace que todas las cosas le ayuden a conseguirlo.

Robert Browning

viernes, 8 de octubre de 2010

Un sembrado de gaviotas

Que anuncian que la mar no está de broma se pasean a escasos metros de mi ventana, caminando mientras picotean la hierba y ensayan vuelos a ras de suelo, yendo y viniendo de forma intermitente. No es habitual verlas por aquí, y hoy las hay a centenares. Es inevitable quedarse a observarlas, posponiendo la rutina que no tiene antes ni después, el verdadero lujo de quienes viven sin lujos, aferrados a la inagotable paz de las pequeñas cosas.

El campo se tiñe de blanco que viene y va, que sube y planea a diestro y siniestro, que aterriza intrépidamente de un modo elegante. Transformando esta mañana en una tan diferente a las demás, en que los prados vecinos despiertan lampiños.

Conozco a un chico a quien le horrorizan los pájaros, es un joven tranquilo que de buenas a primeras le tiró una piedra a una gaviota desde el rompeolas. No llegó a darle pese a que estaba muy cerca, y tuve que mostrarle mi estupor ante lo que consideré un abuso. Me miró azorado y confesó que no le pensaba dar, que solo quería alejarla porque no soporta ningún pájaro cerca. En más de una ocasión me ha ganado su franqueza, la de quien no tiene nada que esconder, y que se expone como blanco certero a cualquier francotirador del calibre que sea.

Me dijo que no sabe la razón, pero cualquier clase de pájaro le causa una sensación insoportable. Verles alzar el vuelo sobre su cabeza, andar a pasitos lentos alrededor, o tenerlos cerca le causan una sensación tan extraña que ni la puede describir. Indagando en internet descubrí que a eso que no sabe calificar le llaman Ornitofobia. Fobia a los pájaros seguramente por algún picotazo inesperado en la niñez.

No se lo que alguien con su problema vería esta mañana desde aquí, yo veo una infinita paz que se anuncia trastabillante de blanco y gris, mucha vida que late y aletea, aterriza y revolotea, que viene y va. Un recordatorio de que la vida son cuatro días, y en los detalles pequeños que podrían pasarnos desapercibidos en nuestro trajín diario está lo mejor.