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jueves, 6 de marzo de 2014

Comprobar las fechas

Qué complicado detenerse en una fecha que englobe toda una novela, ya no se trata de corregir, sino de que la fecha y el lugar que has elegido concuerden. Y otra vez encuentras datos que no lo hacen posible, de modo que toca volver a cambiar. Y por esas casualidades ¿del destino?, abres una página en la red que te lleva a un suceso del todo horrible, que engloba esos días que inventas.

 De nuevo, nada figurado impacta del modo en que puede hacerlo la realidad.

Me gustaría dar datos, pero no puedo darlos, porque ahora la historia tiene fecha y tiene lugar. Un lugar insospechado donde poco de lo previamente escrito encaja, pero queda la firme tarea de hacerlo encajar.

La historia de mi pueblo es mi propia historia. Y la historia de esta Asturias mía y nuestra me parece fascinante aunque no la comprenda. Somos parte de ese tiempo quienes no lo vivimos, quienes heredamos todo lo bueno obtenido por la lucha de nuestros antepasados. En ocasiones la historia se encarga de mostrarnos hechos bien documentados que jamás podríamos tomar como ciertos, sino fuese justo por eso: porque sucedieron.

Si es complicado escribir sobre lo que se inventa, cuán complicado no será escribir sobre lo que alguna vez ocurrió. Pero al menos contamos con las huellas de otros maestros y maestras, que antes que nosotros lo consiguieron; ese es el reto,si bien desconocemos si servimos para la tarea que nos acabamos de imponer por orden de váyase a saber qué.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Hora de seguir y seguir y seguir...

Es necesario volver a comenzar de nuevo, sin perder la fe, aunque carezca de sentido o el camino a recorrer sea largo. Se comienza porque no se puede hacer otra cosa, porque no se sabe hacer otra cosa, porque en el fondo alguna vez -lo intuyes- lograrás terminar.

Y solo se termina lo que se comienza, se persigue y se sueña. Quizá los demás no le encuentren sentido, pero solo importa que lo tenga para ti. Si para ti tiene sentido, llega.

martes, 4 de marzo de 2014

Papelera de reciclaje

El ordenador patina al arrancar, es tan viejo ya que se agota de acumular archivos de todo tipo, a la espera de que puedas decidir qué es prescindible y te animes a borrar lo que sobra de una vez. Miras el global y cuentas, hasta seis archivos de lo mismo, todos distintos pero todos iguales en lo básico, que vienen a corroborar el tiempo que has pasado intentando hallar esa fórmula que no aje lo escrito.

Cuando una historia se presenta en tu mente por primera vez resplandece como el rayo que corta la noche de lado a lado. Es perfecta, te sacude, porque así de improviso toda idea parece buena, seguirla un día tras otro sin que pierda fuerza es otra cosa, mantener sus latidos en el papel para que cuando abras ese archivo siga fresca aunque hayan pasado los años, la prueba de fuego y quema.

Ayer fue necesario no tener piedad, y sin tenerla, hubo que decidir qué conservar y qué desechar; peor aún, hubo que revisar lo que parecía acabado y al leer de nuevo, el desastre, como el dinosaurio de Monterroso, seguía estando ahí. Pero es necesario atreverse a tirar lo que no sirve y dejarlo ir porque formaba parte de un aprendizaje al que es imprescindible no dar más vueltas. El tiempo pasa y se agota, hay que dejar ir lo viejo para poder recrearse en nuevas historias. La papelera de reciclaje está llena, es curioso, hay más archivos sobre fórmulas de escritura de otros, que resultados de escrituras propias. Hay un desequilibrio, sí, y es entonces cuando surge la pregunta: ¿Cuándo dejaste de seguir a tu intuición para seguir la de otros? Y otra pregunta más, ¿Cuándo supiste seguir tus historias por medio de un mapa de actuación?, la segunda respuesta es nunca.

No detenerse a tiempo es seguir escribiendo la misma historia una y otra vez, para no estar satisfecho nunca. De entre tantos archivos este único resultado. Para quince años no es mucho, pero al menos es algo, la firme convicción de que hay que marcarse un plazo, flexible, pero un plazo; que traiga y lleve las historias sin encallarlas. Comenzar y terminar temas pasados para pasar a ocuparse de los que en este momento pueblan tu imaginación y buscan su propio espacio.



jueves, 27 de febrero de 2014

Lo nuevo en entrevistas de trabajo

Acudes a una entrevista de trabajo con cierta esperanza de escuchar algo memorable, pese a que el trabajo en cuestión parezca deprimente. Siempre se te recibe con una amabilidad aprendida, con una sonrisa eficiente yo diría, mientras en el fondo solo se quiere saber el precio que estarías dispuesto a recibir. En ese momento no se te evalúa como persona, sino como número. En el fondo se quiere saber hasta donde se puede bajar la cifra sin que te des media vuelta, sonriendo también, y te vayas enfrascado en un no; que después de dicho no se pueda cambiar.

Durante esa entrevista hay un tiempo de esperanza en que crees que con suerte te hablarán de un salario digno. Después de ir sumándole más, dicha esperanza ya no alcanza ni para la primera sonrisa del saludo. Es la diferencia palpable entre el mitin de Ya salimos de la crisis y la cruda realidad que se pone ante tus ojos.

La entrevista de trabajo puede comenzar como se quiera, caminando sobre un lecho de gladiolos o sobre un empedrado imposible, da lo mismo, siempre termina con una frase locuaz del empresario o empresaria de turno:

- Ya. Pero hay gente que no puede elegir.

-Es cierto, ambos sabemos que hay gente que ya no puede elegir (dirías si esperaras cambiar en algo a ese empresario) y que estás esperando por ellos con toda la calma del mundo porque sabes que alguien llegará de un momento a otro dispuesto a aceptar lo que tengas a bien ofertar. 

Al salir de allí sabes que esa rueda seguirá girando, tú en busca de un salario adecuado al trabajo que se ofrece, ellos a la espera de la víctima que esperan atrapar en su telaraña de buenas maneras. Y el oportunista de turno hablando sobre el atril de todos los indicios de mejoras palpables que solo él ve, no ya porque las vea, sino porque le conviene ir contándolo así.



miércoles, 26 de febrero de 2014

Si tú me preguntaras

Qué es para mí lo más importante de la vida, te respondería sin dudarlo: los sueños que no se dejan morir.




sábado, 22 de febrero de 2014

Aviso: sobre tules de nubes no pongas ningún guijarro

En estos días preparo un relato corto para presentar a un concurso literario. La pregunta es ¿Creo que tengo alguna posibilidad de ganarlo?, el premio solo se lo lleva un ganador; eso limita mucho. En ediciones anteriores se presentaron 400 relatos. Me muero por participar, cómo no, pero los gastos en copias y envíos tal vez me terminen pareciendo del todo innecesarios dada la dificultad de reembolsarlos. La duda está, siempre se hace presente mientras el teclado avanza veloz. A fin de cuentas sigo escribiendo tenga objeto o no, porque parto de esa necesidad vital que no precisa motor, lo es en sí mismo.

Bien, hace tiempo que mi yo escritor (si lo hubiere) y mi yo lector no se distinguen mientras leo. Y lo que yo no pondría en un texto bajo ningún concepto me agrede de alguna forma. Lo explico a riesgo de parecer pedante, a veces lo soy; si tú eres escritor y durante 213 páginas me tienes maravillada con tu prosa elegante, inteligente, suave y delicada, y has conseguido con todo tu arte envolverme en tu libro como si ya no fuese un libro, sino una maravilla de la creación fabulada...¡cuidadito conmigo! No te atrevas sacarme de ese cielo estrellado en que me has metido con una palabra que lo contradiga, por ejemplo: puta.

Eso me sucedió en un libro que leí, y de pronto yo ya no estaba leyendo la historia, sino que "escuché" al autor o autora, que sin saber de dónde salió, se hizo presente ahí. Es una nimiedad, lo sé, pero la rotura de esa magia a veces se paga cara, quizás cerrando el libro y no volviendo a leer. Ahí ya no sé si es mi yo lector o escritor el que actúa. En este caso seguí leyendo porque el libro es muy bueno y el autor o autora alguien que con un virtuosismo atípico despliega ante tu mirada toda la maestría de nuestro lenguaje. En otros libros pudo ser un cagar o un mear donde no debieran tener cabida, puesto que si has conseguido elevar tu narrativa a un nivel excepcional -algo muy complicado de por sí- no puedes permitirte usar las palabras que usaría el mortal más vulgar. Es decir, no puedes llevarme caminando descalza sobre los cielos y dejar un guijarro afilado para destrozarme los pies. Intenta recordarlo la próxima vez. 

Lo dicho, en estos días escribo un relato corto que me entusiasma quizá hasta el punto de terminar convertido en un relato largo. Mientras tanto mi trabajo en la casa se vuelve un caos y soy la persona más inaguantable de la tierra. Lo menos que debería hacer es dejarlo en un relato corto y enviarlo a ese concurso a ver si gano algo, para al menos retribuir en cierta forma a quienes conviviendo conmigo, un día tras otro, me soportan. Pero en verdad, que a estas horas aunque intente verlo claro, no lo sé. Y tampoco sé si importa.


jueves, 20 de febrero de 2014

Desigualdad social


Hace unos días en el informativo de la Televisión del principado de Asturias, daban una noticia de la que no me recuperé a estas horas: a mismo cargo desempeñado y mismas horas de trabajo, la mujer necesita trabajar 84 días más para cobrar el mismo sueldo que el varón. 

Desde que lo escuché no he dejado de preguntarme ¿Y eso por qué? Si voy más lejos lo que me pregunto es, ¿por qué quienes lo regulan lo consienten?

Ayer, a eso de la media tarde me tocó hacer cola en la caja del supermercado, donde dos amigas conversaban sobre su trabajo. Una acababa de dejar el suyo, porque la habían contratado como ayudante de cocina en un restaurante, que además tiene apartamentos en una zona rural muy cercana a una zona de playa. Trabajaba sábados y domingos de chica para todo: mientras había apuro en la cocina, ayudaba a la cocinera; si el trabajo se formaba en el bar, de camarera; hacía camas, limpiaba apartamentos; y si entre el intervalo de las once de la mañana hasta las dos de la madrugada (15 horas después) en que solían cerrar, fallaba el plan principal, no pasaba nada. La dueña del restaurante tenía su casa allí, dentro del complejo hotelero y le tocaba ir a su casa a limpiar, sacudir, planchar...por 50 euros que cobraba al día, que multiplicado por 8 daban un total de 400 al mes. Sin seguros ni nada, porque allí los seguros eran un paripé.

Escuchándolas hablar, os lo digo de verdad, se me cayó el alma a los pies. La desigualdad social se abre paso un día tras otro ante nuestros ojos. Y una cosa es segura, a mayor crisis más rápido va.