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lunes, 5 de diciembre de 2011

Sin trabajo a la vista

Hace años cuando estaba de compras con sus hijos, Elena les pidió que llevasen unos productos para un gran cajón metálico que había situado junto a las cajas. Los niños quisieron saber porqué en vez de meter esos productos en su carro deberían abandonarlos en aquel cajón. Ella les explicó paciente que en aquel cajón se recogían alimentos para personas que no tenían nada que comer en sus casas. Y fue bombardeada con preguntas y más preguntas como si papá Noel o los Reyes Magos de oriente no podían llevarles en navidad toda la comida que necesitasen para pasar el año. Elena salió de aquel atolladero tal como pudo, explicándoles que ni el trineo ni los camellos podrían hacerlo por esto y por aquello, y cuando creyó estar a cubierto, le preguntaron por Dios, ¿acaso de eso no se encargaba Dios?

No tuvo nada fácil librarse de aquel trauma que de pronto se abrió en la cabeza de sus hijos. Ni tuvo muy sencillo que dejasen de poner artículos y más artículos en el cajón metálico. Para lograrlo se tuvo que enfadar, dando un pequeño espectáculo en medio de la gente, al gritarles en voz alta si acaso eran ellos quienes querrían quedarse sin comida a final de mes. Esa pregunta provocó que quisieran devolver todos los productos al carro de nuevo, y estalló en una pequeña crisis en el momento en que Elena no les dejó, la crisis de aquella tarde se prolongó a lo largo de varias semanas. Había abierto una brecha importante, la de tomar conciencia de que tal vez algún día fuesen ellos quienes no tuviesen en casa nada que comer. Quienes tuviesen que depender de pronto de la solidaridad humana.

Pues bien, en estos tiempos de crisis, el temor de Daniela y Alberto se hizo real, ahora son ellos quienes tienen que comer gracias a lo que otros dejan en el cajón metálico, como antaño hicieron ellos. Ahora están en el lado de la balanza más desfavorable, y nadie diría que la pérdida de un trabajo, y la imposibilidad de sustituirlo por otro, hubiese desencadenado con tal rapidez la pobreza extrema en que se hallaban sumidos. Ellos como tantos más.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Sin ánimo de criticar

Existe ese peligroso momento en que uno deja de ser lo que es, para adaptarse a las condiciones "que pide el mercado". Ese peligroso momento en que uno deja de ser alguien diferente para ser como los demás. Ese peligroso momento en que uno se contradice con toda su carrera, del tipo que sea. Y en que traspasa las fronteras en que tal vez sin saberlo, se pierde la admiración de quienes le admiraban porque veían en él alguien diferente. Y no alguien del montón.

Es como morirse sin haber muerto. Y es una pena. Porque ser como los demás es muy sencillo, sólo hay que imitarles. Ser como uno es, es una condición que nace de adentro, y aquello que está forzado se ve. A veces querer llegar más lejos es perderse parte del recorrido. Perder la esencia de lo que uno fue.

Aquí Carlota me diría con suspicacia que quizá lo que admiraba en él formaba parte de otra imitación que dada su juventud favoreció el despiste. Todo esto sin ánimo de criticar.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Vivir adrede

En este libro de Mario Benedetti, que es el primero que leo de este autor, me encuentro algo que estuve buscando durante media vida. Algo común con mi forma de escribir y de entender la vida, y un bálsamo a esta locura que es para mí escribir, un algo contra lo que me rebelo en cierta medida, y donde siempre pierdo. Leo también la urgencia de su escritura, y su sencillez de miras, junto a la valentía de no esconderse tras parapetos para nombrar cada cosa tal cual es a su parecer.

Encuentro una voz, más que un escrito, y desde hace tiempo yo sé que en los libros que leo busco justo eso: una voz. Y ya no me sirve una voz cualquiera, sino que mis oídos buscan algo muy particular, que ni aún sabiéndolo explicar, sé exactamente lo que es. Y solo puedo disfrutar cuando lo encuentro.

Este libro tiene el formato que podría tener este mismo blog, un título y una parrafada no muy extensa sobre pensamientos, sentimientos, imágenes, convicciones y concreciones desde el punto de vista de su autor. Un punto de vista que a mí me reconcilia con el mundo, tantas veces puesto del revés a lo largo de la historia.

Vivir adrede traspasa de lado a lado la vida tal cual es, y la nombra justo así, con el arrojo de quien sabe cómo es, y que tras escribirla la regala al mundo, para que todos la podamos leer; o sentir que la susurra en nuestro oído.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Retazos...

El éxito es un cóctel cuya composición exacta nunca tendremos. Lo mismo que la experiencia personal, que uno puede aplicar a su vida literaria como exorcismo, para extraer algunas enseñanzas más en beneficio propio que de un todo común.
En ocasiones el escritor pone una mecha que el público enciende y de pronto explosiona. La reverberación de este hecho también escapa a todo control. Esa es la magia de la escritura.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Dejo una certeza:

El amor verdadero ni se quema ni desaparece, tan sólo crece. Y si no es capaz de crecer no es amor.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Bajo el mismo sol

Essien vive en un pueblo donde habita el hambre, su cabeza es exageradamente grande en comparación al resto de su cuerpo, tiene los brazos y las piernas en el mismo hueso, su madre intenta amamantarle, sostenerle a la vida con lo poco que tiene; seca incluso de ella misma. Si estuviese debidamente alimentada, piensa para sí, tal vez lo lograría. Pero sus otros hijos también reclaman un poco de leche para pasar el día. El paisaje es árido y el clima abrasador, las moscas se los están comiendo a todos, tal parece que estuviesen contando los días para hacerse con ellos a su antojo. El tiempo que marca el reloj de sol avanza imparable, mientras el aliento de vida disminuye fieramente, la última esperanza se acaba de esfumar. El niño mira a su madre fijamente, no dice nada, ella le mira fijamente a su vez intentando transmitir tranquilidad, esa que ya no le queda, pero que una madre tiene que aparentar aún en caso que no tenga. Una madre tiene que aparentar que no teme a nada para que su hijo no tema a nada, ni al hambre, ni a la enfermedad, ni a la desnutrición, ni a muerte misma cuando la ve llegar. Aunque de tan cerca que esté le sople a la misma nuca y le hiele la sangre, le detenga el corazón y le entumezca las manos.

Diara canturrea una canción alegre que es como una oración, y Essien le mira con cierto alivio porque al escucharla canturrear, la agónica e insostenible respiración que le mantiene a duras penas con vida se hace más grácil. Mira el reloj de arena y decide que escuchará su canturreo hasta que la línea trazada alcance una vuelta más. Diara canturrea con todos sus dolores y con toda su soledad, pero aunque lo quisiera no podría dejar de canturrear. Espera un milagro, sigue esperando un milagro, y lo mismo que llegue o que no llegue siempre lo esperará.

A miles de kilómetros una ama de casa entra en un banco para pagar el recibo de la luz. La luz que ilumina su casa cada día llenándola de vida, esa luz sin la que las noches serían fantasmagóricas y frías como la misma Laponia. Eugenia abre su monedero y extiende los billetes grandes, que el hombre guarda en la caja, acto seguido le devuelve el recibo acuñado, y siete euros en siete monedas. Entonces la mujer mira a su izquierda y vuelve a contemplar esas tarjetas de navidad que le han cautivado desde el primer momento junto a una duda: "¿De verdad ese dinero les llegará?". Vacila un instante: "¿Y si les llegara y pudiera en este momento salvar una vida?". Empuja las siete monedas hacia dentro y toma uno de aquellos sobres transparentes con los que felicitará a sus seres queridos en navidad. Celebrará junto a ellos que aún estén vivos y puedan felicitarse mediante esas tarjetas la navidad.

No conoce a Essien pero sabiéndole enfermo de muerte quiere salvarle. Hace algo por salvarle. Y decide que si alguien se queda con esos siete euros que le salvarían la vida allá él y su conciencia. No le conoce personalmente, pero sabe que su urgencia de vida es la que comparte con millones de niños dentro de su planeta. No conoce a Diara, pero sabe que su necesidad de ayuda es la misma que la de millones de madres en su apurada situación. Y si ese dinero llega desde su mano hasta la mano que en ese momento sostiene a un niño moribundo y consigue salvarlo, no hubiese podido ser mejor empleado. Lo dará tantas veces como estime oportuno, porque el hambre y la penuria del mundo han de ser combatidos desde esos países donde siete euros arriba o abajo no suponen mucho. Desde esos países en que sus dirigentes miran hacia quienes tienen más y viven mejor. Esos países donde los cambios han de comenzar desde abajo, y no desde arriba, por mucho que se equivoquen en mirar donde no es.

Los límites en los niños

Desde que vi ayer este vídeo, se ha quedado dando vueltas en mi cabeza, que supongo que era lo que la psicóloga Pilar Sordo perseguía al conceder esta entrevista. Pienso que los extremos son siempre peligrosos, tanto en la educación de los hijos como en todo. Y que como decía Kalil Gibrán en su poema Tus hijos, "la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer".

Y en los tiempos de hoy la mayor desgracia de algunos padres es la falta de tiempo para compartir con sus hijos. No tanto porque, como desde algún sitio se repite, cada vez queremos vivir mejor, si no porque cada vez lo mismo nos cuesta más. Y los precios de todo se disparan un día tras otro, y a los sueldos les cuesta mucho subir. Estamos en un momento - lo vemos por la gente joven que acaba de comprarse una vivienda- en el que para pagarse una casa, tanto el hombre como la mujer que forman una familia deben trabajar: o sí, o sí; y sin más opciones que apuntar a sus hijos a infinidad de clases y ocupaciones que cubran en lo posible su jornada laboral. Y se suman las obligaciones, se suman los cansancios, y la inercia de los días y por resultado se tiene siempre el mismo, que en este duro reparto siempre pierden los niños, que al final terminan perdiendo lo más importante, que es siempre gratuito. Esta es la gran incongruencia de nuestro mundo de hoy, que debemos equilibrar la balanza y sin descuidar nuestras obligaciones, volver a retomar viejas costumbres de ayer.