Ella evalúa los pros y los contras de todo, es casi una obsesión enfermiza junto a su manía de la observación. El tiempo y el espacio se comprimen mientras los pros y los contras están siendo evaluados y cambian, giran y vuelven a girar, mostrando por un instante lo más destacado de sus dos caras. Porque todo en la vida tiene su lado bueno y su lado malo, y todo es susceptible de ser valorado por bueno o malo dependiendo de quien lo mire. Incluso de su ánimo al momento de mirarlo, las más de las veces. Pero siempre prevalece esa obsesión, como sacada de una película antiquísima:
Una casa sobre un acantilado. Las ventanas abiertas de par en par. Los visillos movidos por el viento. El mar encabritado y espumoso. Un día gris y lluvioso. Unos muebles rústicos aquí y allá. Estampados florales en las paredes casi a juego con edredones y cortinajes. Pobreza. Una sobria pobreza a juego con la esmerada limpieza, y una estantería con algún libro. En esa estantería unas libretas ajadas por el tiempo, y una promesa que perdura por tradición a lo largo de muchas generaciones. Las mujeres de la familia se han ido transmitiendo desde tiempos inmemoriales la historia cotidiana de sus vidas. Nada en particular. Nada destacable. Nada que subrayar. Y sin embargo tanto. En esas libretas ajadas por el tiempo permanece impertérrito cada sentimiento tal y cual brotó. Y palpitará muchas generaciones aún más. Serán copiadas a limpio una y otra vez para sobrevivir a lo largo de los siglos si es necesario. Pero nada de lo que permanezca escrito se perderá. No se heredan monedas o cosas sin valor: se heredarán las vidas.