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miércoles, 26 de enero de 2011

El peso de la fama

Las veces que envié algún manuscrito a un agente literario me asaltó un vértigo absurdo, como casi todo lo que me sacude proveniente de mis miedos. Tengo miedos absurdos, del que está instalado ahora mismo en mi subconsciente mejor ni hablo, es demasiado catastrófico para ser verdad, pero vive anclado en algún lugar sin dar la lata, hasta que se entremezcla en mis pesadillas. Creo que hasta de mis pesadillas saco material para mis escritos, y que hasta en cierta medida me gustan, si quiero dar un aire macabro a una escena y los uso gano credibilidad. Ante mí misma, claro está, que al final es lo que cuenta en una afición tan solitaria como la de rellenar páginas en blanco, que después no dejas leer a nadie porque se dedican a meterte los dedos en los ojos durante años. Excepto Carlota en mi caso, que se emociona tanto con mis escritos que con su emoción desmedida me ha dejado kao, y me ha hecho darme cuenta de que alguien que se emociona con mis escritos aún más que yo me supera de un modo extraordinario. Lo que me suma idiotez y me paraliza. Desde que Carlota leyó mi historia de un niño triste estoy estancada, y me ha hecho plantearme si quiero dejar este tipo de emociones a mi posteridad. O si quiero que me recuerden como alguien especial cuando soy alguien tan del todo corriente. Lo apuntado, he ganado solamente en estupidez.

Al enviar un manuscrito a un agente literario, me ha entrado un vértigo horrible a que la cosa fuese bien, y a que de pronto mi vida se me fuese de las manos por haber cocinado en papel una de esas recetas milagrosas que de repente contienen un nuevo sabor, y que de pronto se deciden editar simultáneamente en varias lenguas, y que escapan de motu propio a todo control. He tenido un vértigo insoportable a cambiar la vida de quienes viven conmigo, a dejar de ser yo y convertirme en algo que no pueda manejar desde adentro. Han saltado todas las alarmas y me he dado cuenta de que me gusta demasiado la vida que llevo, y que mis sueños están proyectados a mi otra vida, porque en esta no creo necesario que se cumplan; esta me gusta tal y como está con todos sus defectos, esos mismos que a menudo me sacan de quicio y me hacen como soy. He aprendido finalmente a vivir amigablemente con quien soy, y no quiero ser de pronto otra cosa que me lleve mil años de nueva adaptación, otra vez no por favor, ha sido demasiado tortuoso.
:(Y aquí apunto que nunca se me debe de tomar muy en serio, porque al fin y al cabo esta entrada no es más que un ejercicio literario como todas las del blog, un ejercicio de cocina entre papeles:)

Entonces creía en eso del bombo y platillo de un escritor que de la nada salta a la fama y se hace multirrico, y yo siendo multirrica no sabría vivir. Entonces imaginé que crearía orfanatos y clínicas varias para dolores de todo tipo, me uniría a causas que mejorasen el mundo y todo eso que fantaseo. Y entonces desde mi lado más crítico surgió una voz, esa que me dice que todos esos cambios han de venir de los gobiernos, porque sino son tan solo parches a los parches de parches gigantes. La solución no es ser una multirrica que abarca un área mínima, la solución es crear gobiernos que se agrupen por un bien común. Tengo pesadillas horribles, eso ya lo he dicho, pero mis sueños no pueden salirme mejor; ni más imposibles tampoco.

El caso es que imaginando convertirme en una escritora prolífica, y no en una birria de soñadora aporreante de teclados, encontré una escritora de las de verdad. De esas que han publicado más de 40 libros y cuando pides uno en la biblioteca alguien te dice: ¿Care qué?, respondes Care Santos, y buscan desconfiados en el ordenador como si les hubieses formulado un nombre que acabas de sacarte de la manga. Después de un rato dan un salto de sorpresa relámpago y te dicen, sí, tenemos un libro suyo ¿lo quieres?, y tu respondes, no sé, depende de que libro se trate, quizá lo he leído. Te dicen el título y resulta que ya lo has leído, y vuelven a mirarte como si les estuvieses bacilando, que es que no. Entonces les dices que Care Santos tiene más de 40 libros publicados y se caen de espaldas, no esperas a que se levanten, atraviesas el arco multialarma y te vas, no sin antes señalarles que por favor se hagan con más libros suyos para la próxima vez. Suerte la tuya que encargas los libros que quieres en la librería, porque sabes como que hay sol, que a veces no te sirven los periodos renovables de quince en quince días, que te alteran los nervios y te suspenden varios días, como si no hubieses tenido ya suspensos bastantes en tu tiempo escolar. Si algo has aprendido a través de los años es que existen historias que te sirven para todo el tiempo, y que hay libros que prestas que luego habrás de reclamar, esos libros que tal pareciera que quisiera quedarse todo el mundo, esos libros que parecen llevar un imán pegado y que por ambas partes cuesta soltar.


martes, 25 de enero de 2011

Normas de comportamiento

Agradezco todos los libros que hablan de cómo educar a los hijos, si agradezco cualquier tipo de libro sería imposible no agradecerlos, pero después de leerlos me asalta una seguridad: no hay pautas que nos lleven a alejarlos de todos los males que no quisiéramos para ellos. Da vértigo pensarlo pero es así, y sigo teniendo dos convencimientos al respecto, lo importante es hablar mucho con ellos desde muy pequeños. A mi me ha resultado fácil porque uno de mis hijos balbuceaba un ga-ga apenas unos minutos después de nacer. Sólo lamento no haber grabado esos instantes, es una de esas joyas que solo puedes recordar, y revivirla de nuevo.
Hace unos días en plena exposición "de las cosas que necesito ya mismo" se me encendió la chispa y creo que supe lo que me intentaba decir.

_ ¿Recuerdas que te conté que después de nacer ya hablabas?_ leve asentimiento de cabeza mientras espera que cuele un gol en la portería del necesito en lugar de quiero_. Pues bien, tengo una versión muy fresca de aquella charla del ga- ga- gá, ¿quieres que te traduzca?
_ Preferiría que no_ es una negación que en verdad quiere decir me encantaría. Le encanta ese juego. Quizá es un modo de disfrutar del absurdo sin moverse del sitio, quién sabe.

_Acabo de nacer ahora mismo y no te das cuenta de que estás a punto de presentarme a todo el mundo con estos pelos ¡que horror! Y ni te has dado cuenta que me han puesto un pañal siete tallas más grande. Y que me han envuelto en una toalla de felpa lavada mil veces, ¿puede saberse que clase de madre eres?_ al ver la risa alegre en que se desató creo que esta gota de chispa era de las buenas_Imagino tu incredulidad al ver el tipo de padres que te tocamos en suerte, y además pobretones, eso es mala suerte y lo demás son cuentos... Y nosotros con esa cara de satisfacción al ver el resultado de nuestros mejores genes delante de nuestras narices, todo perfección.
Si algo me apasiona es novelar mi vida para darle un sentido a tantas horas entre los teclados, y hacerlo real, o para vencer el tedio de los días iguales, o desencajar a todo el mundo en un momento dado y que me miren como una loca escapada del manicomio o una payasa sin circo. Lo que quiera que sea me parece genial si me da la posibilidad de fotografiar miradas tal y como esa.

Me estoy yendo por las ramas. De vuelta a los tipos de libros de que hablaba, yo diría que lo importante de veras es hablar mucho con los hijos ya desde que nacen. Y que se rodeen de buenos amigos. Buenos de verdad. Y creo que ni aún así les mantendríamos a salvo de todos los peligros que hay en la vida, de las casualidades nefastas, del aquí y el ahora en que se puedan resbalar. Creo que son ellos quienes deben tenerlo muy claro y grabado muy hondo, allí donde nada ni nadie se lo pueda arrancar, el convencimiento firme de lo que lo que les hará felices en un futuro y lo que les hará desgraciados a sí a voz de pronto, y creo que observando fríamente el mundo lo pueden lograr, si antes les hemos preparado para ello.

En este libro se dan varias pautas cuasi infalibles, subrayo las dos en que se hace hincapié, recoger y cuidar sus juguetes, y saber valorar el dinero y lo que se hace con él.
*Cuidar sus cosas desde pequeños siendo ordenado les hará valorar su cuerpo y lo que hacen con él. Así el día de mañana se cuidarán de castigarlo de forma indebida consumiendo drogas.
*Cuidar su dinero siendo muy consciente el modo en que lo gastan. Evitará que el día de mañana puedan usarlo para comprar drogas y después consumirlas.

Conozco un caso en que los padres eran tan meticulosos en el cuidado de su hijo desde que nació que me causaban grima. Más que padres eran guardia y custodia 24 horas. En el momento que tuvo independencia salió a la vida más que desbocado e hizo justamente lo contrario de cuanto aprendió. Me gustan este tipo de libros porque nos orientan, pero el trabajo de criar a los hijos se hace minuto a minuto, segundo a segundo y día tras día. El modo mejor, es leerles cuentos cuando son pequeños, y hacer que sepan valorar la lectura hasta el punto de necesitarla como alimento. Esa es mi convicción. Y puedo envidiarles por leer 174 páginas de un libro en sólo tres días y a ratos sueltos. Eso es lo que más les envidio a día de hoy, en que más que las letras leo las estructuras, la forma, el modo de manejar los tiempos, los párrafos que sobran, la división de capítulos, y así no hay modo alguno de leer tal como leía ni disfrutar cuanto disfrutaba. No puedes cuando la lectura ya es una obsesión.

Creo que somos el resultado de las cosas que descartamos más que de las que escogemos. O a partes iguales. Del modo en que creo que se habla mucho del verbo educar y se deja campar por sus respetos a quienes venden fórmulas fáciles del verbo volar.

lunes, 24 de enero de 2011

Es hora de volver a casa

Y dedicarse a las prioridades. De volver a los escritos y finiquitarlos de una vez para siempre para que dejen de estar pendientes y reclamen su tiempo y su espacio. Es hora de afrontar los retos y no dejarse vencer ni por las perezas ni por excusas que valgan. Siento que en verdad aborrezco el tiempo que restan a todas mis obligaciones, los reajustes forzosos a los que me someten hasta la casi extenuación, siento que aparco prioridades para dedicarlas a este algo no se qué que me lleva a hilar historias que ni se desde donde vienen o con qué objetivo. Solo sé que ya están listas para ser conclusas y que no quiero seguir alargando todo este tiempo de espera.

Sé que mis mejores escritos están allí, lo sé del modo en que uno sabe que su mejor reflejo no es ese que le envía el espejo, es aquel que guarda para sí, aquel que no hay modo posible de proyectarlo fuera, pero que surge repentino cuando hay alguien a quien se quiere ayudar. Siento que de momento he ayudado como he podido a quienes me necesitaron desde este espacio, ahora solo quiero descansar. Aunar todas mis fuerzas para esos proyectos que aún me esperan para ser finalizados de una vez para siempre, y para crear esos otros que reclaman su lugar. Es una tarea de locos sin duda, pero solo quienes ya estamos locos sabemos cuánto nos da. No se cuando vuelva a aparecerme por este espacio, pero a buen seguro lo haré cuando quiera, y con la urgencia de siempre, hay cosas que nunca cambiarán.

viernes, 21 de enero de 2011

Con la boca cerrada

Esta es la frase que más me han repetido en mi infancia, y eso marca, pero hay ocasiones en que lanzar al aire un convencimiento es impagable, de modo que ahí va un descubrimiento reciente, que tal vez eso de que Con la boca cerrada estoy más guapa, sea verdad, pero en todo caso es una verdad que no me interesa. Supongo que es mi modo de desafiar al mundo de un modo pacífico. ¿Pacífico en realidad?, las respuestas siempre se me escapan.

Durante el año 2010 el mejor libro que leí fue: La muerte Blanca, escrito por Eugenia Rico. El mejor libro que he leído acerca de la pérdida de un ser querido.

Abandoné la lectura de muchísimos libros, de los que muchos merecen la pena ser leídos por lo muy buenos que son y a lo largo de mi vida intentaré leerlos. Llevo muchos meses intentando saber cual es la razón y apunto una: Documentación. ¿Raro verdad?

Soy más rara que un perro verde y estoy mejor calladita, eso lo sé, pero me resulta tan curioso este descubrimiento que lo lanzo al aire. Rigurosa documentación para todo lo referido a ese libro, que por supuesto es ficción. Y sucede que al plantarme fechas rigurosas de hechos rigurosos y yo saber que es ficción, se subraya esa mentira de querer por todos los medios que yo me crea que eso que me cuentan pasó en verdad. Y sucede que no me lo creo.

Si el mismo libro no se empeña en recordarme a cada paso que tal día de tal año tal que eso estaba sucediendo en esa parte del mundo, porque verdaderamente ocurrió - que hay libros que no hacen- ese representar una mentira que fue verdad no se produce y puedo leer. Nadie se podría creer que a veces estoy harta de mí misma, pero ahora mismo, al haber hecho este descubrimiento lo estoy (:s)

jueves, 20 de enero de 2011

Içami Tiba

Este es el nombre de un licenciado en psiquiatría y asesor tanto para adolescente como para familias. Y mi último gran hallazgo en la soledad de una biblioteca. Me gusta esa brújula imprecisa que nos lleva a escoger un solo libro entre tropecientos y abrirlo por la mitad, y me subyuga esa especie de relámpago que nos hace ver con claridad que nos esperan largas horas de intensa lectura. Si además después de leído por partes, ese mismo libro nos grita que nos lo tenemos que comprar para que nos acompañe a lo largo de nuestra vida, no se puede pedir más.

Hace mucho tiempo que no entro a una librería para encargar un libro. No quiero cargarme de libros para adornar, quiero libros para leer y releer una y mil veces, para aprenderlos párrafo a párrafo, para aplicarlos a mi vida diaria. Este es ese tipo de libro que quiero ya.

El título es muy explícito: "Adolescentes. Quien ama educa". En letras más pequeñas que el título se halla su autor Içami Tiba. En este detalle se sabe que es un autor al que no le hace sombra su nombre, y eso me gusta. Eso quiere decir que ha de esforzarse en que su texto sea bueno ;), y por lo tanto entendible y aplicable. Me sirve.

Este es uno de esos libros donde cada página es casi una enciclopedia porque resume muchos años de oficio, y condensa muchas horas de reflexión. Aborda puede decirse toda una vida a través de todos los personajes que pone en juego, y no hay ningún tema tabú en todo su recorrido, sí muchas pautas para atajar los problemas antes de que lleguen. Y muchas soluciones para tratar de erradicarlos cuando se establecen. Para muestra un botón, abro casi al azar y elijo un mínimo texto para intentar resumir este libro en palabras de su propio autor:

Son progresivas las personas que miran hacia delante, aquellas que avanzan en la vida. Una de las mejores características de la persona progresiva es la sabia humildad de querer aprender siempre.
Las personas retrógradas son las que caminan hacia atrás. Aunque no se muevan, son retrógradas porque el mundo avanza y ellas no. El peor retrógrado es quien cree que lo sabe todo y no necesita aprender ya nada.
Cuando los padres no educan a sus hijos, unos y otros son retrógrados. Los padres, porque son las primeras víctimas de sus hijos, y los hijos porque, cuando están mal educados, sufren y hacen sufrir a quienes los rodean.



Frase

Alguna vez calibré los pros y los contras de abrir un blog. Lo abrí conteniendo casi la respiración por miedo a meterme en problemas insospechados, ese miedo aunque minúsculo ya, persiste aún y persistirá envuelto en su propia cabezonería. A día de hoy imagino que tras tantas palabras alineadas alguna vez me equivoqué, es imposible que no siendo ya tantas. Y a buen seguro alguna vez acerté. En cualquier caso sé que fue un enorme acierto no quedarme quieta con lo mucho que me gusta galopar entre teclados, lo sé porque a veces miro atrás y sé que sin ponerme a ello hoy no tendría tanto texto como ha quedado escrito aquí, ni me habrían quedado tantas cosas claras. A veces es necesario ver desde fuera para mirar dentro. Sé que suena raro, pero es así.

miércoles, 19 de enero de 2011

Una casa que no está

Solía hablar mucho con Sofía, una mujer de ochenta años, alta y delgada, de pelo castaño muy corto y alborotado que había enviudado dos veces, la última de ellas de un trágico suicidio que la desestabilizó para siempre. Me gustaba pararme a charlar con ella porque siempre le daba mucho peso a mis palabras, y me las solía recordar meses después como si mediante ellas le hubiese aportado claridad, eso me gustaba. Al llamarme pronunciaba mi nombre desde un lugar entre la sorpresa y la alegría, como si desde mis veinte años y sus ochenta no hubiese distancia. Y es que no la había.

Una vez le conté que su casa y su jardín fueron para mí durante años el símbolo fehaciente de la felicidad, ella me miró y sus ojos pardos se llenaron de agua, para entonces yo sabía que pocas mujeres en la vida fueron tan desgraciadas. Y aún hoy, después de contemplar miles de casas, y pese a no existir, sigue siendo en mi memoria la mejor casa. Una casa de plaqueta verde y planta baja, rodeada de un jardín lleno a reventar de flores de todos los colores y estampas, y una huerta que repartía por ambos lados las hortalizas más verdes y más alineadas. Era todo colorido, todo salud, todo preciosura para el alma, y yo todo cursilería mientas la contemplaba de un vistazo al pasar, para saborear el día entero su abundancia.

Tardé mucho tiempo en saber que Sofía se había ido al asilo glamuroso, ese del que hablé en mi entrada anterior. Y fui testigo mudo de cómo sus plantas se fueron marchitando y muriendo, su casa se fue apagando, sus hortalizas desapareciendo. Meses más tarde me contaron que la habían visto muy elegante vestida y radiante de felicidad mientras efectuaba unas compras con un grupo de amigas. Me contaron que en ese asilo dejaban campar a su aire a quienes estaban bien de la cabeza, les dejaban ir y venir, llevar y traer, siempre que fuesen puntuales a las horas de las comidas. De modo que se iban a tomar el café, o a comprarse ropa, a buscarse antojos para comer, o a visitar familiares, cada quién hacía exactamente lo que quería cumpliendo las normas. No supe si creerlo, hasta que un día casualmente la encontré, y ella misma me lo contó. Iba tan bien vestida como una enamorada a su cita y me presentó una por una a sus amigas, me confesó que llevaban toda la mañana en el centro comercial gastando la asignación semanal, porque les daban una asignación semanal para sus caprichos. Me lo confesó como confesando un pecado y nos reímos juntas, ella de pura alegría y yo de pura sorpresa por lo rejuvenecida que estaba.

Años después volví a encontrarla junto a su casa. Estaba muy nerviosa y alterada, me contó que la habían sacado del asilo, y quería volver pero a nadie le importaba. No la dejaban volver en modo alguno, y no podía hacer nada. Me habló con detalle de una conspiración, que la verdad, en su estado de crispación y ancianidad creí que deliraba. Me advirtió punto por punto de futuribles y me pidió que no olvidara. Fue la última vez que hablamos a solas, pues desde entonces la custodiaban, a más vecinas les dijo lo que a mí y supongo que alguien extendió el rumor y que la encerraron en casa. Meses después echaron su casa abajo y construyeron una de dos plantas. La planta baja para ella y su soledad, la alta para su nieto, su esposa y sus cuatro hijos. Los padres trabajaban todo el día y los niños iban al cole o la guardería, Sofía quedaba al cuidado de una chica que venía dos horas a su casa por las mañanas, la sacaba a pasear y ejercía entre otras cosas de censora particular. Para ahorrarle reprimendas la saludabas de lejos y la dejabas.

Sofía se fue apagando día tras día como se apaga una planta que ya no recibe luz, que no se riega con agua. Y en pocos años murió. Su nieto tiene una casa. Sin embargo la casa que yo veo cuando miro es la anterior, y la Sofía que veo es la mujer que me llamaba, haciendo mi nombre nuevo cada vez que me nombraba.