Pero esta mañana me he dado el capricho de ir a una tienda que he descubierto no hace mucho, es una tienda donde se venden libros usados, es bastante grande y hay un remix de libros de lo más pintoresco. Así me compré la enciclopedia de mi niñez hace unos meses, esa que nunca me atreví a pedir a mis padres para traérmela a casa y leerla con mis hijos cuando eran pequeños. ¿Porqué no?, pues porque la colección que a mí me costó veinte euros, a mis padres les costó una pasta por aquellos tiempos y se convirtió en mi lectura asidua casi todo el tiempo, esa enciclopedia y otras más que cada vez que entro en esa tienda aspiro a encontrar. Ese es el principal motivo de que de cuando en cuando me de una vuelta por ella.
Esta mañana me he traído seis libros, de diversa temática, de los cuales dos me hacen una gran ilusión, uno es un gran clásico de la literatura infantil de todos los tiempos, una verdadera joya que hará que vuelva a entregar libros de la biblioteca sin leer pese a que me gustan y están muy bien escritos. Y el otro es de un viejo amigo escritor y habla de caballos. Ver su nombre en el perfil del libro hizo que me diese un vuelco el corazón, porque es una garantía de que el libro me gustará y quiero hacerme poco a poco con todos los que ha editado. Opino que de un buen escritor uno lo aprende todo, y que de uno malo tal vez se pegue algo.
Ah, por cierto me he traído un gran clásico antiguo inglés también, que me ha recordado lo mucho que me gusta la película, que es lo hasta ahora sabía de esa historia. Un clásico maravilloso y en toda regla.
Vamos que me he traído ilusiones y retazos de melancolía para soportar el gris invernal, los vientos, los días de lluvia y el frío de la próxima estación que hoy casi se adivina a través del ventanal. Pasan los años y los días y uno nunca deja de ser quien fue una vez, cuando apenas comenzó a leer. No se engañen, no se cambia jamás, tan sólo se cumplen días.