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martes, 24 de agosto de 2010

Ir de tiendas

No me gusta ir de tiendas, es algo que aborrezco con toda el alma, más cuanto más concurrido sea el lugar, pero en ocasiones no queda otra, cualquier madre de adolescente lo sabe, y también sabe que siempre hay una tía dispuesta a ocupar ese lugar. Y ya se sabe, cuanto más se posterga algo que no gusta, menos gusta después.

Pero esta mañana me he dado el capricho de ir a una tienda que he descubierto no hace mucho, es una tienda donde se venden libros usados, es bastante grande y hay un remix de libros de lo más pintoresco. Así me compré la enciclopedia de mi niñez hace unos meses, esa que nunca me atreví a pedir a mis padres para traérmela a casa y leerla con mis hijos cuando eran pequeños. ¿Porqué no?, pues porque la colección que a mí me costó veinte euros, a mis padres les costó una pasta por aquellos tiempos y se convirtió en mi lectura asidua casi todo el tiempo, esa enciclopedia y otras más que cada vez que entro en esa tienda aspiro a encontrar. Ese es el principal motivo de que de cuando en cuando me de una vuelta por ella.

Esta mañana me he traído seis libros, de diversa temática, de los cuales dos me hacen una gran ilusión, uno es un gran clásico de la literatura infantil de todos los tiempos, una verdadera joya que hará que vuelva a entregar libros de la biblioteca sin leer pese a que me gustan y están muy bien escritos. Y el otro es de un viejo amigo escritor y habla de caballos. Ver su nombre en el perfil del libro hizo que me diese un vuelco el corazón, porque es una garantía de que el libro me gustará y quiero hacerme poco a poco con todos los que ha editado. Opino que de un buen escritor uno lo aprende todo, y que de uno malo tal vez se pegue algo.

Ah, por cierto me he traído un gran clásico antiguo inglés también, que me ha recordado lo mucho que me gusta la película, que es lo hasta ahora sabía de esa historia. Un clásico maravilloso y en toda regla.

Vamos que me he traído ilusiones y retazos de melancolía para soportar el gris invernal, los vientos, los días de lluvia y el frío de la próxima estación que hoy casi se adivina a través del ventanal. Pasan los años y los días y uno nunca deja de ser quien fue una vez, cuando apenas comenzó a leer. No se engañen, no se cambia jamás, tan sólo se cumplen días.

lunes, 23 de agosto de 2010

La canción del verano 2010

Todos los veranos suena una canción que nos gusta más que las demás por las circunstancias que sean. Yo no tenía ni idea de que existía esta canción hasta que alguien se la dedicó a alguien. Siempre digo que en las letras de las canciones que uno escucha hay una impronta de lo que uno es cuando se queda a solas consigo mismo. Creo que no me equivoco si digo que habiendo tantas canciones para dedicar, escoger esta precisamente dice mucho. Y es que a veces una sola canción puede decirlo todo, es la magia del mundo musical, que pone las palabras adecuadas cuando decir algo profundo es tan difícil. Esta canción me suena a primer amor de juventud de principio a fin. Un tierno amor de esos que se afianzan en el tiempo.

Canción: Mi niña bonita, de Chino y Nacho.








Trabajo de documentación

De todos los trabajos de documentación que he llevado a cabo para el relato de Multiplicado por mil, que ha sido extenso, me quedo con el más completo, si cabe, que me he encontrado. Entre estas páginas me encontré al gordo seboso que en mis años de escuela me sacaba a empujones de las puertas aún cerradas del autobús que nos llevaba a casa, lo mismo a la hora de la comida que a las cuatro y media de la tarde. Este sujeto al que más tarde calificaron de bombona, por su parecido a una bombona de gas, me triplicaba en tamaño, pero no en agilidad física ni verbal, de modo que nunca llegó a quitarme la opción de elegir, al ser la primera en subir al bus, el lugar donde me quería sentar. Que era justo donde me apetecía precisamente porque era la más veloz y la más insistente de cuantos viajábamos a diario.

Este sujeto se ha casado hace ya bastantes años y su mujer es un amor de mujer, no puedo mirarla una sola vez sin preguntarme cómo le soporta, ya que con el tiempo es aún más desagradable todo él. Tiene un rictus de perro enfurruñado de continuo que casi espanta. Espero no hacerme nunca famosa para no tener que responder en un plató a la pregunta de su nombre y apellidos ( porque los diría tan ricamente y tengo familia a la que no quisiera someter a la más odiosa de las vergüenzas, creo que eso se sobreentiende, pero por si acaso lo aclaro. Nadie se ría que hoy en día si eres inepto también puedes tener tu minuto de fama, todos los días vemos ejemplos...)

Sucede algo curioso, una vez que encasillas a alguien ya no hay forma de desencasillarle, cada vez lo ves más claro. Quizá un día de estos iré a sentarme al diván de un psicólogo, para que me analice y vea si aún tengo remedio para convertirme en un ser normal.

...O bueno, quizá no, porque la verdad que no tengo tiempo para el psicoanálisis, ni me sobra el dinero para gastarlo en que me escuchen, y a decir verdad, y aunque no lo parezca me divierto un montón siendo como soy. ¿Y si luego no me río tanto conmigo misma que pasaría?, ¿Podría retornar a mi anormalidad tan entretenida? Mientras no me den la respuesta afirmativa creo que paso, no vaya a ser...

Esto no es para tomarlo a risa, lo dejo aquí para quien quiera leerlo porque es cuando menos interesante. Algo que toda mujer debería leer por más que mi hijo insista en que muchas de estas informaciones las hacen con tópicos típicos. Yo por si acaso lo dejo aquí para leerlo de vez en cuando e investigar. Aunque sea a las gentes imaginarias que siempre me rondan.


Bloque temático: Abuso y maltrato




domingo, 22 de agosto de 2010

Encontrar las palabras adecuadas

Las palabras adecuadas tienen mucho de curación médica. A penas voy al médico, soy afortunada, eso me dijo un hombre que perdió su barco en el mar, estuvo tres días a la deriva y se quedó naufragado toda la vida entre miles de frascos de pastillas. Ese mismo día me di cuenta de la mucha suerte que tenía de haber sido una persona sana toda la vida.

Todos mis males se curan con palabras escritas o leídas. Esto es así desde la primera vez que intenté entender el abecedario, cuyos trazos escritos a lo largo y ancho de una pizarra contemplé por vez primera y ahí mismo me enamoré. Supe que había un mensaje para mí ahí expuesto. Mis hermanos me cedieron de buena gana su lugar en aquella escuela de verano. Pero a mí me costó mucha cabezonería el que me apuntasen a mis cuatro años de edad. Fue el verano en que todos mis males comenzaron a curarse para siempre, justamente porque fue el verano en que aprendí a leer. Y también a escribir y a garabatear con casitas y flores los márgenes de todas las hojas.

Ahora leo en todas partes y todo el tiempo, y trato de no escribir, pero eso es imposible. Acabo de encontrar unas palabras hermosas que jamás antes había leído, por eso las dejo aquí, para que quienes tampoco las hayan leído las disfruten. Son hermosas.



Al mal tiempo buena cara

En el pueblo marinero por el que paseo, hay una calle peatonal que lleva hasta el puerto. Y unos pisos bastante nuevos con un ventanal enorme en el salón, en el segundo piso de ventanas granates un sillón junto a la ventana donde un señor muy anciano observa la calle. Suele vestir un pijama azul marino y una bata granate, sujeta entre las manos un periódico y de cuando en cuando mira a la gente que pasa.

A mí me gusta caminar fisgando el interior de las casas, pared amarilla, mueble clásico, cortinas de piolines cabezones, un gran oso blanco sobre el mueble, un cuadro de un barco...me refiero a eso, me encanta la mezcolanza que se es capaz de acumular mientras se camina. Por eso, precisamente un día me topé de frente con la mirada de ese señor apoltronado en su sillón. Nos miramos de frente un segundo y me saludó con la cabeza, algo azorada -lo reconozco- le saludé también. Desde entonces nos miramos y sonreímos sin llegar a saludarnos, yo siento una gran admiración por él y creo que él a su vez me admira también, porque puedo patearme la calle sin problemas, algo que hace tiempo que él no puede hacer.

Eso lo había deducido sin saber muy bien porqué, bueno, porque es un hombre muy anciano. Pero el domingo pasado estaba tomándome una pinta de mosto en un bar y le vi entrar agarrado del brazo de una nieta, eso imagino. Me miró y me saludó, yo le saludé también y de nuevo le admiré. Le calculo unos noventa y dos años, blanco como la leche, muy huesudo, se ve que un hombre estudiado, con un nivel alto de ingresos. Se pidió un mosto también, y repasó con la mirada a todos los presentes, después repasó el mobiliario, como si quisiera conservarlo todo fresco en la memoria hasta la próxima vez que volviese a entrar. Que se sintiese con las fuerzas suficientes para hacerlo.

_ ¿Conoces a ese hombre?_ pregunta mi marido_ te acaba de saludar.
_ Sí, le conozco. Por eso me saluda.
_ ¿Y quién es?
_ Vive en el piso de al lado.

Podría decirse que soy Mari-secretitos, pero hay mil cosas que no se pueden explicar, al menos no a quienes no pueden entenderte. Por eso me gusta relatar, porque en un relato sí cabe de todo. Cabe incluso la elegancia de un hombre muy mayor, vestido de domingo dentro de un restaurante de estilo marinero, con sus redes de pescador adornando las paredes.

El hombre se apoyó en su bastón y en el brazo que su nieta - imagino, por el cariño y orgullo con que lo acompañaba- le tendía y se fue a pasitos pequeños, no sin antes despedirse de todos los presentes. Desde entonces su ventana está vacía, y a mí me da que pensar. Espero volver a verle un día de estos y poder enviarle un saludo que le deje muy claro lo muy importante que es ya para mí saber que está plácidamente sentado en su sillón junto a la ventana. Respirando el yodo de la mar, y recibiendo el calor confortable de un sol de verano.


sábado, 21 de agosto de 2010

Malinterpretación

Hay días en que te levantas con el pie cambiado, o que sencillamente si te hubieras quedado durmiendo sin haberte enterado de que amaneció hubieras salido ganando. Así definiría el día que tuve hoy, y sin quejarme porque todo lo aprovecho para escribir, cuando necesite retratar un día cruzado no necesitaré ni una pizca de imaginación, solo recordar mínimamente el día de hoy, que tampoco es que haya sido tan excepcional, que no, solo que ni me han quedado ganas de salir a galopar para sudarlo un poquíto y deshacerme de su entuerto.

Y es que hay días que uno pagaría por el silencio el precio más desorbitado de los posibles. Hay días en que una isla desierta sería el lugar ideal para olvidarse de que se está en un mundo de locos. Porque uno vive en un mundo de locos cuando alguien afirma lo mucho que le gusta discutir y lo que clama es por una gota de silencio, ¿tan mal me explico? Imagino que sí, que me explico faltal y me disculpo muy malamente cuando me parece que no tengo porqué disculparme.

Hay días tan raros tan raros que a uno no le apetece ni irse a dormir para dejarlos atrás, de modo que decide torearlos frente a frente y sin estoque. Vamos, que estás a punto de acabarte pesadilla y yo voy a seguir aquí, porque sucede que después de un día malo de veras vuelve siempre a amanecer, y mañana saldrá el sol por donde quiera. Que salga por donde salga porque esta batalla aún antes de terminarla ya está ganada. Es lo que a uno le sucede cuando sabe exactamente como quiere que sean el resto de sus días: Tranquilos.

viernes, 20 de agosto de 2010

Acapulco 2005

Para empezar el día con energía de la buena, energía de la de verdad nada mejor que esto. Y es que soy de gustos muy fijos, se siente, pero tal vez alguien por casualidad de la mala aún no le conoce. Por eso dejo la pista, que es a decir verdad una de las pistas suyas que más me gusta. Energía, alegría y entusiasmo radiante por la vida. Eso es lo que yo veo, y elegancia, una elegancia quizá para él mismo irrepetible. No me gusta su look actual, una que no es perfecta.

Alejandro Fernández, concierto Acapulco 2005, Serenata huasteca.