Un blog donde la tristeza y el buen humor caminan de la mano. Donde los límites entre fantasía y realidad se entremezclan hasta conformar un solo presente.
jueves, 28 de abril de 2011
Paso a paso
miércoles, 27 de abril de 2011
Stephen King
martes, 26 de abril de 2011
...Viene del anterior
domingo, 24 de abril de 2011
Silencio sagrado
viernes, 22 de abril de 2011
Un texto que iba para concurso literario
La mañana en la que me separé de mi marido creí dejar atrás muchos años de maltrato. Abandoné mi casa con mi única hija después de haber interpuesto todas las denuncias correspondientes y con mucha fe en dos tipos de justicia, la divina y la de los hombres. Creí que mi vida iba a ser mejor, por el hecho de enfrentarme después de tanto tiempo a lo que me hacía sentirme inferior a cualquier mujer. Creía firmemente que con eso serviría. Entonces eran otros tiempos, eran esos tiempos en los que mi hija podía transmitirme un calor que no tenía porque no había sabido dárselo, solo que entonces no lo sabía aunque podía sentir el calor inusitado que me transmitía su cuerpecito minúsculo, mientras avanzaba de una calle a otra hacia el autobús que me llevaría a cien kilómetros de distancia. Había decidido comenzar mi vida en otro lugar que no me recordase a nada ni a nadie, era mi vida y quería comenzarla de forma bien distinta, este deseo coincidió con el próximo autobús que se dirigía a la costa.
Pasados unos meses me llegaron noticias del juzgado, y mal que bien las tuve que acatar, pues resistirse fue en vano. Jorge era un buen actor, y había pasado las pruebas.
Respeté todos los regímenes de visitas de la niña y durante los días que estaba fuera vivía pendiente del teléfono. No me fiaba de mi ex, porque todos los que son ex te han fallado alguna vez y de la gente que te falla no te sabes fiar. Estaba pendiente de las noticias a todas horas por si hubiese un accidente en los lugares por donde sabía que andarían. Jorge había rehecho su vida con una mujer mucho más dependiente de él que yo, que a su vez tenía dos hijos de su anterior matrimonio. Hacían buena pareja y se llevaban bien, a Gracia le gustaba visitarlos porque su vida con ellos era más variada de la que llevaba conmigo. Cuando me lo decía me sentía traicionada y venida a menos, como si todo cuanto yo hiciese a diario se enterrase bajo la ilusión con que ella lo contaba. Ya, ya se que es absurdo pero sucedía así. Intentaba que no se notase que no éramos una familia común, pero aunque tu niña tenga cuatro años a veces es más inteligente que tú y no puedes ocultarle una verdad categórica. En ese tiempo me preguntaba si Jorge era como yo creía que era al principio de nuestro matrimonio o como le veía al final. Y también solía preguntarme si la culpa de que me pegase sería mía, eso pese a estar segura de que no, sobre todo porque era algo que odiaba con toda el alma. ¿Sería algo que yo hacía de forma inconsciente lo que lo enfadaba hasta ese punto? Creo que era mi forma de replicarle, de imponerme, de medirme con él lo que le irritaba, pero estaba segura que si no lo hubiese hecho me hubiese pegado alguna vez hasta matarme.
Cuando me fui de casa con Gracia encontré trabajo limpiando oficinas, en una empresa que nos obligaba a poner un uniforme de falda a las mujeres, todas protestábamos porque limpiar con esa indumentaria era de lo más incómodo ya que en determinadas posturas puedes estar enseñando lo que no sabes, y no saberlo te incomoda en ocasiones hasta tal punto en que no puedes concentrarte en lo que haces. Eso sucedía siempre en presencia masculina que a saber porqué se quedaban absortos mirándonos las piernas sin cortarse un pelo. Protestamos infinidad de veces ante nuestro jefe pero no tuvimos nada que hacer, seguramente porque era el primero que nos pasaba revista en cuanto aparecía, tenía la dudosa virtud de hacerte sentir desnuda en cuanto aparecía. Limpiábamos para empresas importantes que pagaban como bancos y el resultado final fue que si no queríamos trabajar con el uniforme de empresa, en la lista del paro nos estaban esperando con los brazos abiertos. A veces me es imposible pensar la justicia divina, tal parece que la mayor parte del tiempo ande dormida sobre su alfombra de nubes.
El señor Ramírez siempre estaba en su oficina cuando llegaba para limpiar su oficina y nunca encontré la forma de pedirle que saliese quince minutos para dejarme concluir mi trabajo con tranquilidad. No soportaba su mirada esquiva y su eterna carraspera, era eso o el profundo silencio de la atmósfera de ocho metros cuadrados que le envolvía, pese a ser un lugar de trabajo despersonalizado. Sabía que no podía echarlo fuera así porque sí y me vigilaba mientras le vigilaba y limpiaba intrigada en la razón que le llevaría a comportarse así. Más que cubrir papeles los mantenía entre ambas manos sobre la mesa mientras fingía leerlos, y además había un detalle alarmante, cada vez se echaba más colonia, lo que en principio era un aroma embaucador llegó al punto de producirme mareos mientras limpiaba su mesa. Hubiese podido reclamar por mi forma de limpiar por alto, pero nunca se quejó y me acostumbré a marcharme de allí en cuanto podía con un simple hasta mañana que respondía con una expresión tan extraña que me dejaba confusa durante mucho tiempo, estaba completamente segura de que nadie jamás me había mirado con tal mezcla de rubor y seriedad.
Por aquel entonces era una mujer escarmentada y odiaba a los hombres, desconfiaba de todos y en todos ellos veía un enemigo potencial. Pero entonces no sabía que los hombres nos analizan constantemente, nos acechan, y esperan cualquier descuido para demostrarnos su masculinidad y resquebrajar nuestra voluntad a fuerza de cumplidos.
En aquel tiempo era insegura pero firme, y sentía un enorme respeto por mí misma y me quería, esa es la verdad, estaba dispuesta a mantener mi tranquilidad por encima de todo. Alejaba cualquier situación que pudiese traerme problemas a la larga, era un casi robot programado para no sentir.
A las siete en punto dejaba a Gracia en la guardería que estaba frente a nuestro edificio cruzando el parque, y me iba en tren hasta el polígono Romadonga donde trabajaba hasta las cuatro de la tarde para regresar en el mismo tren y recoger a mi niña para comer cualquier cosa que no llevase mucho tiempo preparar, tras lo cual dormíamos una buena siesta. Según las chicas de la guardería Gracia era la niña que menos problemas tenía para comer, todo le gustaba.
De Gracia yo sabía que fue una niña muy esperada, y mi mejor compañía desde que nació, su llegada al mundo fue el foco de alto voltaje que de repente lo iluminó. Era una niña pausada, de pocas palabras y grandes silencios. Ojos grandes como lunas y expresión de gravedad. Era una niña parsimoniosa que recogía tus abrazos con una protesta y se borraba tus besos, como si con ello quisiera hacerte un mudo reproche de que fueras así. Yo tenía un pensamiento debajo del pensamiento normal, que era una resta, la resta de todo lo que aún me quedaba por pagar en ese mes, una resta que de ese mes trasladaba al siguiente. Ahora pienso que cuando no eres feliz no recoges los mensajes del universo, porque mis restas superaban siempre a mis sumas y mi preocupación iba siempre en aumento. Eso hizo que mis respuestas fuesen casi siempre un no. No hay cine, alquilaremos alguna película en el videoclub. No, no hay bolsa de churros, los haremos al llegar a casa…
_ Un día me iré a vivir con Matilde y no volveré.
Yo me reía como una bruja de cuento, con una risa que llevaba mucho de amenaza velada. Pero no solía ceder a sus caprichos, yo no, pero su padre sí. Le cumplía el capricho de ir al cine, de la bolsa de churros y todo cuanto yo le negaba. A su modo me seguía pegando más duro y más fuerte. Yo pensaba en esos jueces que dictan regímenes de visitas sin importarles lo que haya sucedido entre ese matrimonio que tiene delante. Y cuando pensaba en ese juez implacable se me revolvían las tripas, porque al separarme creí perder de vista a Jorge para siempre y en cuanto me olvidaba de él aparecía para llevarse a la niña. Yo sabía que tenía todos cuantos vicios pueda tener un hombre y además dos hijos y una nueva mujer de la que desconocía todo absolutamente. Y sabía también que mi hija volvía cargada de reproches hacia mí, pero nunca supe si eran de cosecha propia o sembrada por otros. Tampoco me obsesionó, yo bastante tenía con el señor Ramírez y mi falda de uniforme.
_ Me gusta usted mucho.
Cuando le oí decir aquello creí que se refería a que le gustaba mucho el olor del multiuso que nos hacían usar, olía a limón recién cortado por la mitad.
_ No le escuché bien, ¿Qué me decía?
_ Que me gusta usted mucho.
Acababa de darme una explicación a tres años de preguntas cuya respuesta había dejado de importarme. Yo no sabía nada de él, porque sencillamente no me importaba nadie en el mundo lejos de Gracia.
_ ¿No se había fijado usted?
_ No_ le respondí y era la verdad. Le consideraba un ser lo bastante aburrido como para estar siempre en la oficina con esa mirada de chucho sumiso.
_ Podríamos quedar un día para tomar un café si le apetece.
_ Sí_ le respondí, esperando no tener que hacerlo nunca.
Estaba siempre tan callado sentado a su mesa plagada de papeles. Llevaba esas gafas de pasta tan feas, tenía un pelo tan áspero a la vista y una bata tan informe que jamás hubo algo que me llamase la atención en él, solo su silencio. Estaba, pero no estaba, porque a fuerza de encontrármelo allí cada mañana pasó a ser una parte del mobiliario de oficina en cierta manera. Es odioso pero juro que ocurrió así.
_ ¿Dónde podríamos quedar para tomarlo?
Estaba limpiando los cristales y ya lo había olvidado, pero supe que hablaba del café. Ese fin de semana estaría sola, no tenía plan alguno y le reté:
_ Podríamos tomarlo en la cafetería Preciosa, el sábado a las seis, si le parece bien.
_ ¿La cafetería Preciosa?_ preguntó cohibido_ No se donde está.
_ Es una cafetería que mira a la playa. La playa de mi pueblo. Es la única cafetería a la que voy_ le di las indicaciones que creí oportunas.
_ El sábado a las seis en la cafetería Preciosa. No lo olvide.
No lo olvidé. Y no porque me hiciera ilusión, si no porque fue el único plan que se me presentó en muchos años. Gracia quería irse a vivir para siempre con su padre y yo estaba tan sola como pueda estarlo una persona dentro de la aldabía del mundo mundial. No sabía si hacerme monja, apuntarme voluntaria para colaborar en una ONG, inmolarme o qué, si Jorge se ganaba el derecho a quedársela para siempre. Imaginé que la estaba confundiendo, y moviendo los hilos a su favor; pero lo cierto es que hasta yo empecé a pensar que estaría mejor con él que conmigo, esa era la verdad.
_ ¿Me pones un café con leche?_ le pregunté a Graciela.
_ Un cubalibre de ron te voy a poner. ¡Alegra ese cuerpo, mujer!
Estuvimos charlando mientras no tuvo apuro. Estaba mentalizada para irme de allí como llegué, o en todo caso con el mal humor de una tomadura de pelo.
_ ¡Hola!
En cuanto me saludó supe que era él, pero lo supe más por intuición que por reconocimiento. Después de saludarlo un tanto perdida lo vi mirar la playa. Era media tarde de primavera y hacía un sol espléndido.
_ Pues sí que es preciosa la cafetería.
Graciela se acercó para ver que tomaría y le pidió una cerveza para él y algo para mí. Entonces me pedí una coca cola por ser más actual, pero no porque me apeteciera tomarme otra cosa. Y no le dije que me pareció alguien bien distinto, con sus tejanos ajustados, su jersey de cuello redondo y su pelo domado con la raya al lado.
Supe que también estaba separado y que desconfiaba de las mujeres tanto como yo de los hombres. Que tenía un hijo de once años que vivía con su mujer, y que también su mujer había rehecho su vida.
_ ¿Cómo te llamas?
_ Luz Mar.
_ ¿Cómo se escribe ese nombre?
Saqué mi libretita de apuntes y se lo apunté. Después le aclaré que en realidad me llamo Luz María, pero que a mí me gusta llamarme Luz Mar. El escribió su nombre debajo del mío y yo lo miré, supe que se llamaba Miro.
_ Pues tampoco es un nombre muy así_ le dije.
_ Viene de Ramírez. Un amigo de la infancia comenzó a llamarme así y me lo quedé. Incluso mi hijo me llama Miro, pero en verdad me llamo Agapito.
No pude evitar reírme. Y él lejos de enfadarse lo supo encajar. Pero me quitó la libreta y encerró nuestros nombres en un corazón. Lo miré muy seria y pasó la página, estuvo mirando mis apuntes y no me importó. Eran frases que me decían algo, y las había apuntado para recordarme lo que es el mundo, si alguna vez se me olvidaba.
_ Tienes una letra muy bonita.
Nadie me había dicho nunca algo así. Y lo agradecí con una sonrisa que me salió del alma. Fue en ese mismo instante cuando supe que estaba perdida. Y más tarde lo supe también cuando me llevó de la mano por todo el paseo. Cuando me rodeó con su brazo y caminó muy pegado a mí con ese calor con que fue soldando mis pedazos rotos.
_ Hace muchos años que no venía por aquí. Y es un lugar precioso_ dijo de repente_ creo que a partir de ahora vendré mucho más.
Me sonó a promesa acabada de nacer, y me encantó escucharla, apenas podía creer que alguien que me había incomodado tanto tiempo me hiciese sentir así; también que fuese el mismo que pasaba apuntes a limpio de lunes a viernes en la oficina que yo iba a limpiar.
_ ¿Tanto te gusta este lugar?_ le pregunté por preguntar.
_ Tanto me gusta este lugar. Pero aun no tanto como me gustas tú.
Alcé la cabeza hacia él y me besó en los labios. No se que sucedió porque el mundo se agitó y salió volando, solo quedamos nosotros y el mar, y alguna gaviota que chillaba mientras la brisa me refrescaba la cara. Me agarré a su jersey como pude para no caerme de mí, y como si lo supiera me abrazó muy fuerte, era un abrazo que llevaba seis años esperando y no supe cómo pero lo reconocí. A partir de ahí se me borraron todas las dudas que una vez tuve y lo vi todo con claridad. Ese era el hombre de mi vida, y mi vida jamás volvería a ser igual.
Se quedó todo el fin de semana en mi casa, y apenas pisamos la calle, no quería compartirlo con nadie, era solo mío. El domingo poco antes de que Gracia llegara quiso irse, pero no lo dejé y no insistió, él también quería quedarse. Y esa noche se quedó y todas las demás. Entonces Gracia tuvo otro padre y lo aceptó como aceptó de siempre tener otra madre. Era una niña madura y silenciosa, a Miro le cayó bien. Pero lo que más valoró fue su orden, era una niña metódica en todo, y muy equilibrada, mucho más que yo, eso también me lo dijo.
Cuando le dije a Gracia que no dormiría más conmigo ella se rió. Miro y yo nos miramos porque era la duda que aun nos quedaba, como reaccionaría a eso. Entonces hice su cama de noventa centímetros con la ropa de mi cama de uno cincuenta, y hasta ese momento no supe que ella necesitaba su propio espacio, lo supe por el modo en lo aceptó.
_ Me ha dejado helada su reacción_ le dije a Miro a las dos de la madrugada.
_ Y a mí.
_ Creo que ya estaba harta de cuidarme.
_ ¿A que si? A mí también me lo pareció, porque la verdad que es difícil encontrar otra explicación.
_ ¿Te parezco un ser tan insufrible?
_ No. Yo me parezco un ser maravilloso.
_ Vaya respuestas que das.
_ Pues menudas preguntas que haces.
Me abrazó y nos dormimos sin movernos en toda la noche. Él me llevó al trabajo y me sugirió que podía dejar de trabajar. También me sugirió que me separase legalmente de Jorge y me casara con él. Y yo, sin saber que clase de voz hablaba por mí le dije que sí a eso y a mucho más. Ya ni me reconocía.
Nos casamos dos años después en una boda a la que solo asistieron nuestras personas más allegadas. Por esa fecha Gracia tuvo que tomar una determinación, si irse con su padre o si quedarse conmigo. Yo sabía que se iría con Jorge y él también. Pero me comí mis lágrimas porque era la decisión de mi niña que ya no era tan niña y tenía su propia opinión acerca de todo. Me juré que no iba a llorar, Miro me apretó la mano para que no me fallara a mí misma, estaba sentada junto a él y mi cuerpo descansaba sobre el suyo. Ambos sabíamos que en cuanto saliese de allí lloraría un mar de lágrimas juntas.
_ ¿Gracia con quien quieres vivir a partir de ahora?_ le volvió a preguntar el juez.
Se giró para mirar a su padre y después se giró para mirarme a mí. Me tragué todas las palabras que nunca formulé y que ahora quise formular, y me las tragué porque yo no quiero que me maltraten, pero tampoco quiero maltratar. Cada uno ha de decidir su futuro en base a como quiera que sea. Y yo quería ser feliz, pero por encima de mi felicidad años luz estaba la suya. Mi bien más preciado, mi tesoro. Todo eso pensé y en cuanto ella dejó de mirarme todas las lágrimas me salieron a la vez y Jorge se rió de mí en mi propia cara. Sabía que me estaba haciendo lo peor que alguien podría hacerme y estaba feliz, su mujer no tanto, la verdad, pero a esas alturas ella le importaba seguramente tan poco como yo. El maldito juez preguntó de nuevo y yo no quise oír esa respuesta de sus labios. No quise oírla y no la oí. Me tapé los oídos para no escuchar nada. Sentí ese mazo golpear y me derrumbé. Lloraba tanto que cuando Gracia vino a abrazarme la aparté. Todos se marcharon mientras yo intentaba recuperarme. Quedamos Miro y yo, pero me habían arrancado mi trozo mayor y quise advertírselo.
_ No podré vivir sin ella.
Él por respuesta me abrazó, pero ese abrazo me pareció vacío. Se habían llevado a mi niña y nadie iba a poder devolvérmela. Se escucharon gritos afuera y Miro me dejó sola, yo interpreté que tampoco él me soportaba ya. Entonces vino Gracia y me abrazó también.
_ Lo siento mamá.
_ No te preocupes cielo. Ya aprenderé a vivir sin ti en la casa. Yo quiero que seas feliz.
_ ¿No escuchaste lo que dije?_ ella me miraba como si de pronto lo entendiera_. Mamá dime que no te tapaste los oídos cuando respondí_ yo afirmé con la cabeza_. ¿Esto te pareció una película de terror o qué?_ volví a afirmar_ entonces yo no te lo explico.
_ ¿Explicarme qué?
_ Que dijo que quería quedarse contigo.
_ ¿Y como es que nadie me lo dijo antes?
A esa pregunta y otras muchas nadie me contestó. Porque hay preguntas que no tienen respuesta o no la merecen. Mi vida estaba completa ahora. Había dejado de trabajar, había renovado las cortinas y edredones de la casa, la había puesto bonita y me encantaba limpiar lo que consideraba mío. Miro llegaba pronto del trabajo y dormíamos la siesta, luego íbamos a caminar por el paseo marítimo con Gracia y nuestra vida era tan perfecta que pensamos en tener otro hijo. Lo comentamos con Gracia y a ella le encantó tener un hermanito. Fue ese mismo día cuando me dijo que su padre era muy cruel con ella, y que no quería volver a su casa. Verlo le daba lo mismo, pero no quería estar con él ni soportar sus insultos. Se interpuso una denuncia con cada amenaza directa, se llevaron toda clase de pruebas ante la justicia, pero esto lo enarboló aún más.
Comenzó a amenazarla y a perseguirla solo a ella, ya no le interesábamos los demás. Hubo una orden de alejamiento que nos tuvo tranquilos muchos meses. Pero se las arregló para ir a nuestro piso mientras estábamos de paseo y entrar. El salón tenía un balcón precioso que daba a un jardín, vivíamos en un primer piso, y a Gracia le encantaba tener las puertas abiertas todo el día, porque desde el sofá tomaba el sol, y yo la reñía porque el sol estropeaba los muebles.
Esa tarde se quedó viendo la tele cuando nos marchamos. Su padre esperaba agazapado en el segundo piso esperando el momento en que nos fuéramos al fin. Después de irnos tocó al timbre y Gracia pensó que se nos había olvidado algo. Entonces entró y la apuñaló, ella le estampó el jarrón de barro que había sobre la mesa de centró en la cabeza y se lanzó al balcón sabiendo que en cuanto se levantase la mataría. Era un ser enfermo y ella lo sabía.
Cruzábamos la calle cuando escuchamos los gritos de la gente, entonces me volví y vi a Jorge asomado con la navaja en el balcón. Instintivamente lo supe y regresé. Me preguntaba mientras corría de qué servía la justicia de los hombres y si acaso la habría. También me preguntaba de qué serviría la justicia divina.
Miro recogió a la niña del suelo y corrió con ella a lo largo de la plaza hacia un taxi. Yo me partí en dos y me senté en el suelo para llorar desesperada. Me quedé tan bloqueada que no pude pensar en nada hasta que me recogieron de allí y me introdujeron en una cafetería cercana. Una que jamás me había gustado lo más mínimo. Allí la camarera avinagrada me dio una tila que tomé a sorbos mientras el policía me iba haciendo preguntas acerca de todo. Sonó el teléfono en mi bolso y las manos me temblaban tanto que en vez de abrir la llamada la cerré. Era Miro, esperé a que llamase de nuevo y descolgué ansiosa.
_ Estoy en el hospital, ven cuando puedas.
_ ¿Cómo está mi niña?_ le pregunté temiendo su respuesta.
_ La están operando en este momento, pero se pondrá bien.
Me subí en un taxi y fui al hospital. Allí me dijeron que la rapidez con que Miro actuó sería decisiva para salvarla. Tenía una puñalada en el abdomen y varias fracturas.
El reloj se detuvo en el instante en que entré a ese lugar. Los días dejaron de suceder con normalidad. Yo intuía algo que no quería ni pronunciar, la sola posibilidad que fuese justo ahora se me antojaba odiosa.
Las visitas a
En cuanto Gracia pudo hablar quise comentárselo. Necesitaba más que nunca sus palabras para saber si reírme o llorar, y las pronuncié muy bajito en su oído.
_ ¡Que bien!
_ ¿Qué bien qué?_ preguntó Miro.
Entonces Gracia me miró y me hizo ese mudo reproche que a menudo me hacía. A veces no podía con mi forma de encajar las cosas, pero me entendía.
_ Nada, Miro. Cosas de mujeres.
Él abrió los ojos con sorpresa, pero no dijo nada. Después nos sacaron de
Semanas después supimos la condena que le pusieron a Jorge, que como ya sabía me resultó irrisoria, y eso que la policía me había intervenido el teléfono y escuchado por lo tanto todo lo que Matilde relató. Pero eso no servía para el juicio por esa lata de leyes que nunca entendí. Las leyes serían efectivas si quien las aplica también lo fuese, y solo de ese modo, algo en este caso como tantos otros no sucedería.
Una semana después Gracia estaba en planta y su padre en la cárcel. Debería sentirme satisfecha, pero no lo estaba. Mi hija había estado a punto de morir a manos de su propio padre. Que no era un enfermo mental, era un hijo del demonio, un ser odioso que odiaba todo cuanto le plantase cara. Yo sabía que el día menos pensado lo soltarían por eso de las leyes de las que solo se que están del lado de quien las infringe. No sabía si podría enterarme a tiempo de ponernos a salvo y eso me preocupaba.
_ ¿Cuándo vas a ser feliz?_ me preguntó Miro.
_ Cuando alguno se muera imagino_ en ese momento pensaba en Jorge.
Entonces no sabía que el hecho de que se muriese estuviese tan cercano. No podía saberlo. Días después de volver a la normalidad, con mi niña de nuevo en casa me llamó la policía para darme una noticia que me dejó helada. Y yo se la di a Gracia que estaba conmigo.
_ ¿Cómo podéis reíros de algo así?_ nos preguntó Miro que se reía también.
_ Justicia divina le respondí_ sin saber si era verdad.
Al día siguiente compré el periódico y recorté la noticia, que cabía en la palma de mi mano aun siendo una noticia tan grande para mí. Era el hombre que quiso molerme a palos y matar a mi hija. El corazón no puede tener objetividad, y que nadie se la exija.
La noticia decía que un preso se había colgado con las sábanas de su cama en su propia celda. El mismo que dos meses antes apuñaló a su propia hija.
Y no me sentí satisfecha con eso tampoco. Me hubiese gustado estar presente para que me contestara a una sola pregunta. Le hubiese preguntado: ¿Crees que todo el mal que has hecho ha valido la pena?
La respuesta, estoy segura habría sido un no. Era un no. Pero él lo hubiese repetido todo punto por punto, porque detrás de su apariencia de hombre completamente normal se escondía la verdad, era tan malo como el mismo demonio.
FIN
Enviarlo a un concurso en el que participan 400 relatos era no darle una sola oportunidad. Aquí al menos tiene una, que alguien quiera leerlo hasta el final, y si es valiente aportar algo. Cada persona tiene su voz y su visión, por eso en conjunto se enriquecen unas a otras.