Hace días me regalé un portátil viejísimo para usar solo con el word. El chico que me lo vendió se volvió loco para demostrarme que servía para navegar por Internet, y aunque servía de muy poco y muy mal, se quedó de una pieza cuando sin regatear tan siquiera acepté su precio.
De una pieza se quedó la chica de la tienda de informática, cuando llegué con él y le dije que solucionara algunos problemas que tenía y le instalase un word, el que pudiera. Me comentó que esperaba que no hubiese pagado mucho por él porque era más o menos de la era de los dinosaurios. Sonreí con mi sueño entre los labios y el secreto anhelo de que el ordenador estuviese bien dispuesto a cumplir con su parte, porque yo pondría mucho empeño en cumplir con la mía. Cuando la chica de la tienda me lo devolvió dijo que navegaba sin problemas, no la creí, no navegaría ni para atrás, pero no le dije que solo lo quería para el word. O sí, se lo dije y la verdad, tampoco me entendió. Volvió a insistir en que navegaba bien y que sin Internet ningún ordenador servía para nada.¿¿¿...???
Ahora mismo lo iba a arrancar, pero antes debo hacer anotaciones, tengo ante mí un archivo de word de seiscientas y algo páginas a doble espacio. Cargadas de errores gramaticales y demás y sé que alguien tendrá que echarme una mano si en algún momento quiero subirlo a Amazon. Me han mandado tutoriales de cómo hacerlo, pero son demasiado complicados para mí como concepto. Y tampoco es el momento. Por ahora me queda elaborar un croquis en papel. Es decir, resumir la historia ya pasada a word, a papel, y leerla toda de principio a fin sin cambiar una palabra. Sudo de solo pensarlo, pero una escritora extranjera dice que en el momento en el que está mi escrito se debe obrar así; asegura que es inútil corregir palabra por palabra algo que sin duda volverá a cambiar en el proceso.(Parece poca cosa, pero es una exigencia que no sé si podré cumplir. Espero adquirir la disciplina necesaria en el trayecto).
Ya ni quiero contar el momento en que traje mi viejo portátil azul a casa y las risas y desconfianzas que desató. "No sirve para nada" fue lo primero que escuchó, después me tocó a mí "Tu sueño de escribir tampoco sirve para nada". No respondí. No voy a decirles nunca que mi sueño de escribir me salvó la vida hace tanto tiempo. No voy a admitirlo ni ante mí. ¿Cuánto vale este deseo de encaminar mis historias de principio a fin?, más que el concepto que tengo de mí misma, eso seguro. Y más que la realidad absurda que como país nos toca vivir. Por valer, vale más que todas las fortunas que ahora algunos no saben ni explicar de dónde salieron, o cómo crecieron hasta volverse desorbitadas.
Cuánto vale el sueño de encender un portátil viejo tiene una respuesta sencilla, con la casa a quince o dieciocho grados da gusto escribir. Es mejor que hacerlo desde otro ordenador con torre y monitor en el helado desván que en esta época no sube de los tres grados.
Cuánto vale el sueño personal de cada uno es incalculable, aunque siempre lo pongamos en duda: Un sueño vale más que un tesoro; porque a poco que lo cuides se convierte en un valioso motivo por el cual vivir.
De una pieza se quedó la chica de la tienda de informática, cuando llegué con él y le dije que solucionara algunos problemas que tenía y le instalase un word, el que pudiera. Me comentó que esperaba que no hubiese pagado mucho por él porque era más o menos de la era de los dinosaurios. Sonreí con mi sueño entre los labios y el secreto anhelo de que el ordenador estuviese bien dispuesto a cumplir con su parte, porque yo pondría mucho empeño en cumplir con la mía. Cuando la chica de la tienda me lo devolvió dijo que navegaba sin problemas, no la creí, no navegaría ni para atrás, pero no le dije que solo lo quería para el word. O sí, se lo dije y la verdad, tampoco me entendió. Volvió a insistir en que navegaba bien y que sin Internet ningún ordenador servía para nada.¿¿¿...???
Ahora mismo lo iba a arrancar, pero antes debo hacer anotaciones, tengo ante mí un archivo de word de seiscientas y algo páginas a doble espacio. Cargadas de errores gramaticales y demás y sé que alguien tendrá que echarme una mano si en algún momento quiero subirlo a Amazon. Me han mandado tutoriales de cómo hacerlo, pero son demasiado complicados para mí como concepto. Y tampoco es el momento. Por ahora me queda elaborar un croquis en papel. Es decir, resumir la historia ya pasada a word, a papel, y leerla toda de principio a fin sin cambiar una palabra. Sudo de solo pensarlo, pero una escritora extranjera dice que en el momento en el que está mi escrito se debe obrar así; asegura que es inútil corregir palabra por palabra algo que sin duda volverá a cambiar en el proceso.(Parece poca cosa, pero es una exigencia que no sé si podré cumplir. Espero adquirir la disciplina necesaria en el trayecto).
Ya ni quiero contar el momento en que traje mi viejo portátil azul a casa y las risas y desconfianzas que desató. "No sirve para nada" fue lo primero que escuchó, después me tocó a mí "Tu sueño de escribir tampoco sirve para nada". No respondí. No voy a decirles nunca que mi sueño de escribir me salvó la vida hace tanto tiempo. No voy a admitirlo ni ante mí. ¿Cuánto vale este deseo de encaminar mis historias de principio a fin?, más que el concepto que tengo de mí misma, eso seguro. Y más que la realidad absurda que como país nos toca vivir. Por valer, vale más que todas las fortunas que ahora algunos no saben ni explicar de dónde salieron, o cómo crecieron hasta volverse desorbitadas.
Cuánto vale el sueño de encender un portátil viejo tiene una respuesta sencilla, con la casa a quince o dieciocho grados da gusto escribir. Es mejor que hacerlo desde otro ordenador con torre y monitor en el helado desván que en esta época no sube de los tres grados.
Cuánto vale el sueño personal de cada uno es incalculable, aunque siempre lo pongamos en duda: Un sueño vale más que un tesoro; porque a poco que lo cuides se convierte en un valioso motivo por el cual vivir.
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