Entre la cantidad de estanterías que poblaban una librería de viejo, me hice con este libro al precio de un café. Tuve que pensarlo mucho, porque dudé hasta el último segundo entre este título y Olvidado Rey Gudú, que terminó dándome algo de friolera por sus muchas páginas. Me angustia que una historia larga me acabe por aburrir y era lo primero que leería de la autora.
Si bien hace tiempo leí alguna entrevista que le hicieron en el periódico, tal vez después de recibir algún premio y me fascinaron sus respuestas sencillas plagadas de gran cordura. Tengo para mí que cuando un escritor es capaz de mantener sus propias reflexiones, aun dentro de esa magia necesaria para recrear mundos imaginados sin perder la capacidad para llamar a las cosas por su nombre, es alguien cuya lectura vale la pena. Os recomendaría buscar entrevistas suyas y leerlas con detenimiento, os sorprenderá sin duda. (Yo no puedo dejaros enlaces porque mi nueva versión de Windows aún es demasiado extraña).
Pues bien, en la lectura de Aranmanoth, me encontré con una escritora que a lo largo de 191 páginas me ofreció una escritura hermosa, no exenta de hondas reflexiones acerca de la condición humana y de la naturaleza. Debo admitir que la historia termina de un modo que no imaginaba y que invita al lector a efectuar una honda reflexión. En una parte de la narración se dice que nada está más privado a los jóvenes por parte de sus mayores que ser felices; porque ser inmensamente feliz parece estar contraindicado desde la edad adulta cuando se es adolescente y se está enamorado. Creo que el final del libro le termina por dar la razón.
Es un libro que posee el don de arrastrar al lector al lugar donde suceden los hechos, de llevarle de la mano por las costumbres del medievo y adentrarlo en los corazones enamorados de dos jóvenes que aún ni saben que se aman. Tal es su pureza.
Así es el libro que cuenta la historia de Aramanoth y Windumanoth, el joven de los cabellos de espigas y la joven de cabellos como racimos de uva. Recomendable sin duda.
Si bien hace tiempo leí alguna entrevista que le hicieron en el periódico, tal vez después de recibir algún premio y me fascinaron sus respuestas sencillas plagadas de gran cordura. Tengo para mí que cuando un escritor es capaz de mantener sus propias reflexiones, aun dentro de esa magia necesaria para recrear mundos imaginados sin perder la capacidad para llamar a las cosas por su nombre, es alguien cuya lectura vale la pena. Os recomendaría buscar entrevistas suyas y leerlas con detenimiento, os sorprenderá sin duda. (Yo no puedo dejaros enlaces porque mi nueva versión de Windows aún es demasiado extraña).
Pues bien, en la lectura de Aranmanoth, me encontré con una escritora que a lo largo de 191 páginas me ofreció una escritura hermosa, no exenta de hondas reflexiones acerca de la condición humana y de la naturaleza. Debo admitir que la historia termina de un modo que no imaginaba y que invita al lector a efectuar una honda reflexión. En una parte de la narración se dice que nada está más privado a los jóvenes por parte de sus mayores que ser felices; porque ser inmensamente feliz parece estar contraindicado desde la edad adulta cuando se es adolescente y se está enamorado. Creo que el final del libro le termina por dar la razón.
Es un libro que posee el don de arrastrar al lector al lugar donde suceden los hechos, de llevarle de la mano por las costumbres del medievo y adentrarlo en los corazones enamorados de dos jóvenes que aún ni saben que se aman. Tal es su pureza.
Así es el libro que cuenta la historia de Aramanoth y Windumanoth, el joven de los cabellos de espigas y la joven de cabellos como racimos de uva. Recomendable sin duda.
Begoña Argallo dijo:
ResponderEliminarHoras después de que publicara esta entrada me enteré de que había muerto Ana María Matute, todo el universo acompasado de su obra me hizo sentir que se había perdido en el mundo a alguien muy valioso. Y también que escondida entre su obra se quedó.