Si digo que hace más de tres años que me despedí de él, quizá me quede corta. Fue una charla muy breve, a pie de calle, cuando sus piernas y sus muletas a duras penas le sostenían. Intercambiamos muchas esperanzas en el futuro, una mirada brillante y una sonrisa franca, ambos nos deseamos mutuamente y de corazón lo mejor. Yo me subí al coche y dejé que todas las lágrimas que había contenido a duras penas afloraran en mi vuelta a casa, e hice una petición más allá de las nubes: que nadie me permitiese jamás ser tan dura ( tan resistente a una dura enfermedad incurable, quería decir) como él. A esas horas le llevaba viendo como cuatro años salir y regresar una vez y otra al hospital para someterse a duros tratamientos que lo mantenían en una vida pendiente de un hilo nada más. Y cuando parecía que ya no daba para más me lo encontraba cruzando la calzada, y le saludaba, aún sin poderme creer cómo había podido caminar de nuevo y mostrarse tan melancólicamente alegre al levantar su mano para saludarme con una sonrisa que tenía tanto de tristeza que jamás fui capaz de pararme para hablar con él. A veces soy consciente de que mi silencio es más valioso que todo cuanto pueda decir, sobre todo cuando no me salen las palabras.
Acaban de comunicarme que ya no está. Que ya no pudo soportar durante un segundo más la vida y se apagó, como se apagan las estrellas por la noche, pero ya para no volver. Rondaba más o menos los ochenta y me imagino que no estuvo mal, conozco casos peores la verdad. Y vuelvo a decir (ojalá el futuro no se encargue de decirme que me equivoco otra vez), que estos siete años de vida que consiguió aguantar, alguien me los ahorre. Vuelvo a pensar que a veces es mejor no resistir y que es preferible que se te lleven justo al instante de comenzar en esa lucha en la que a la larga jamás vencerás.
Este hombre llevaba el nombre del chico que una vez encontró un genio dentro de una lámpara. Y espero que siga brillando allá donde está, porque esa sonrisa con la que un día me despidió sigue ahí, como una estrella que nada apaga. Descanse en paz.
Líneas tristes las que has escrito.
ResponderEliminarLa vida nos enseña a sobrevivir, pero nunca a morir.
Un saludo,
Rebeca.
No nos enseñan a morir, pero cuando alguien muere con dignidad nos da una lección que nunca podremos olvidar.
ResponderEliminarSaludos