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jueves, 16 de junio de 2011

Con el alma en pie

Aprender a mirar el pasado
sin rencores ocultos
sin perder todo lo bueno
que alguna vez hubo

Aprender a mirar a otro lado
cuando surgen los bultos
de dolores ajenos
que incrustaron sus nudos

Aprender a saber que se ha amado
y se ha juzgado muy mucho
con la mente callada, los oídos abiertos
en que otras insidias han deshecho el futuro

Aprender a saber lo ganado
sin perderse los frutos
que han de recolectar de nuevo
en las vides de otros campos ya maduros.



miércoles, 15 de junio de 2011

Cuando un escritor se muere

Sus palabras permanecen encerradas en los libros que escribió. Sus pensamientos siguen su curso libre y hace que broten los pensamientos de quien lee, que pueden ser distintos pero que han nacido justo ahí, al leerle. Donde una nueva conciencia hasta entonces dormida se ha despertado y le ha sacudido, y después le ha puesto a pensar, y a labrar sus conclusiones. Y algunas de ellas las llevará de por vida sin saber de donde surgieron exactamente, pero fue en el exacto lugar en que una conciencia le habla a otra y de pronto la despierta de un largo sueño.

Cuando un escritor se muere sigue latiendo entre sus convicciones, entre sus anhelos, entre todas las dificultades diarias que ha ido sorteando, entre sus ilusiones y decepciones, entre su quiero y no puedo. Escribir es retar al pasado y al presente, sacudiendo al futuro, sembrar y trasplantar, recoger los frutos verdes y maduros, saboreando indistintamente su acidez y dulzura en un mismo tiempo. Escribir es dejar de ser tú para ser nosotros, olvidarse de la propia piel y probarlas todas, zambullirse de lleno en la página en blanco y llenarla de mundos nuevos que no existían momentos antes y que ahora están y pueden recorrerse de esquina a esquina. Escribir es viajar por el mundo sin necesitar equipaje, y proyectar en el lector las mil y una historias de un loco viaje, es hacerle sentir el calor abrasador de un sol de papel, o empaparle con un aguacero de gotas de tinta, hacer que lata con un corazón que siendo prestado no es menos suyo, o pensar con un cerebro que partiendo de otro le remite a sí mismo. Hay muchos mundos posibles entre el que un escritor recrea y un lector traduce. Muchos ecos que resuenan, que giran y se expanden creando nuevos sonidos a su paso, como el viento que al rozar los elementos los llena de vida.

Cuando un escritor se muere no se muere del todo. Los mundos que ha creado permanecen. Mundos vivos que volverán a latir en cuanto alguien entre, y que aun siendo pasado remoto, se vuelven presente. Un presente por descubrir vivo y valiente.


martes, 14 de junio de 2011

Me surgen las preguntas

¿La hija de este padre escritor le leerá a él?, y si lo hace ¿qué opina de lo que su padre escribe? Estando en esa edad no es raro que una hija lectora se encuentre avergonzada de lo que puede escribir un padre escritor. ¿O a caso la temática que este padre toca no molesta a su hija?
Hay muchos tipos de escritos, muchas clases de escritores y muchas clases de hijos, quizá los más de los más puedan compartir espacios sin interponerse barreras.

_ No escribas nunca sobre mí.

Esa puede ser la exigencia de un hijo cualquiera cuando le cuentas que has leído un libro en el que tal madre escritora cuenta lo que le ha pasado a su hija: Léase Paula, o La agenda de los amigos muertos, sin ir muy lejos.

_ ¿Me escuchas bien? No escribas nunca sobre mí. Si me entero que escribes algo sobre mí y te lo publican date por muerta.
_ ¿ Y si me pagasen mucho dinero tú que dirías?
_ Hombre, si es mucho sí.
_ Pues fíjate si fuese para ganar mucho dinero jamás escribiría sobre ti. ¡Ni se me pasaría por la cabeza!
_ Ya, pues si va a ser gratis ni se te ocurra.

Me surgen las preguntas, y a veces ni ansío las respuestas. Las respuestas me vienen a dar lo mismo, pues a cada minuto me llega una y nunca se queda, siempre hay otra agazapada esperando para ocupar su lugar, hasta que llega otra que hace lo mismo y también se queda. Así hasta la eternidad de todos los segundos que pasan de largo y nunca se esperan.

He aquí la crónica de un padre escritor que al menos ha encontrado valiosas respuestas:



Háblame, no me dejes ir

Natalia salía del supermercado hablando como una cotorra, estaba radiante, últimamente había ganado algunos kilos y se le formaban hoyuelos en las mejillas al sonreír, que junto a su piel ya tostada por el sol enmarcaban unos dientes blanquísimos. Su madre iba pensando en mil cosas mientras la escuchaba hablar, echaba de menos sin poder remediarlo otros días en los que la sonrisa de Natalia reflejaba la inmensa alegría de saberse acompañada. Eran días en los que su teléfono móvil sonaba a cualquier hora con el único pretexto de escuchar su voz, algo que muchas veces la enfadaba, y después de cortar la comunicación con cierta prisa preguntaba a su madre:

_ Al final lo de siempre, ¿te das cuenta?, me llama para nada.
_ Llama para escuchar tu voz. ¿Acaso hay que explicártelo?, necesitaba escucharte.

Natalia se quedaba en un ay, seguía enfadada de que sólo la llamase para escucharle decir que su día había sido igual al anterior, ¿que otra cosa se esperaba? Su madre movía la cabeza hacia los lados y le decía que algún día lo entendería, no dejando de extrañarse de que aún no lo comprendiese. ¿Acaso a ella no le pasaba? Pues no. Y se lo decía tan ancha. ¿En verdad no te ha pasado? Pues no, respondía Natalia, no soy tan rara, o no me aburro tanto, no sé.

_ No me estás escuchando.

Natalia se quejó de pronto. Y al escucharla hablar supo que se encontraban en el ahora que tantas veces le costaba respetar. Su madre regresó desde tan lejos y ella recuperó el principio de su charla haciendo un esfuerzo, y casi desde el principio su madre se volvió a perder.

Estaba inmersa en otros días que se le antojaban mejores, días en que solo hablando pudo arreglarse todo, y sin embargo así quedó. Caminaba y miraba a Natalia y seguía preguntándose cómo se podía ser tan feliz después de tener tanto y quedarse sin nada. Volvió a repetirse por millonésima vez que esa fue su elección y que lo tuvo siempre más claro que el agua, algo que también le costaba entender, ¿cómo se deshace uno de los recuerdos? ¿cómo se deja de atesorar el ayer? Natalia seguía sonriendo y hablando, y ella intentaba salir a la superficie de tantos momentos vividos en aquellas calles expuestas al sol abrasador de la tarde, cuando de pronto la joven se calló, mudó su expresión y siguió hablando, intentando mantener una serenidad que no sentía. Un añejo rencor que llevaba tatuado un nombre propio se fijó en sus ojos, y su madre siguió la exacta trayectoria que evitaban, y solo entonces lo vio. Caminaba hacia ellas observando a Natalia y su imagen mil veces anhelada, su mirada acariciaba esa piel que siempre había protegido como si fuese a desintegrarse de un minuto a otro. Natalia seguía hablando, y su madre mirando hacia cualquier parte que no fuese él, no quería saber que seguía adorando a su hija como la primera vez, no quería sentir su amargura al pensar que posiblemente ella no le volviese hablar, después de ser su ángel custodio durante tanto tiempo.

Sólo cuando lo tuvo enfrente, se enfrentó a su mirada y lo saludó. Él respondió a su saludo con un amago de sonrisa amarga, en el último segundo no pudo evitar posar sus ojos en los de Natalia, y se dio de frente con todo el hielo de su mirada. Entonces la miró a ella para encontrar algo de apoyo que le acompañara, y por un instante compartieron momentáneamente el mismo dolor ante el que no cabía hacer nada. Dejar pasar los días tal vez, y después los meses y los años, hasta que todo se disolviese y la brisa trajera otras mezclas a la memoria del tiempo. Después que se hubo alejado con los brazos alicaídos y los pies sin firme, Natalia dejó escapar una palabra odiosa que su madre le recriminó, y entonces sin ánimo de herirla volvió a insinuarle que la seguía queriendo. Y que bastante tenía ya sin echarle más carga encima.

_ ¡Ya!...está muy claro, clarísimo...
_ ¿Y que quieres que haga? ¿Acaso alguna vez le has dado alguna solución?
_ No. Y no pienso dársela.
_ Pues tendrá que buscar a alguien con quien ser feliz, ¿qué quieres que haga?
_ No parece que le vaya muy bien que digamos.
_ Pues no. La verdad.

Después de unos pasos Natalia volvió de nuevo a su antigua charla, su madre se quedó buceando de nuevo en otros días. Y el chico volvió caminando a su casa sobre las huellas de días pasados.



lunes, 13 de junio de 2011

La niña del arrozal

Este libro de José Luis Olaizola me reclamó desde la estantería de novedades por la fuerza de su portada. No me gusta encontrarme leyendo un libro y comenzar otro, pero es algo que suelo hacer cuando un libro me reclama con esa insistencia inconfundible de un libro que me reclama ser leído. En ese momento es como si algo muy poderoso me gritara que está ahí para mí, y que sencillamente me esperaba. Es casi una intuición que sé que no debo desoír, y que aunque quisiera desoírla no puedo; las cosas más importantes de mi vida me suceden así y conozco demasiado bien la sensación para intentar oponerme. Es por eso que incluso antes de tenerlo entre las manos y hojearlo sabía que lo traería a casa y lo leería con el máximo interés, sin perderme una sola palabra, que es lo que sucede cuando un libro es para mí: que simplemente me llama y no puedo no responder a su llamada. En el enlace que dejo podrás ver su portada y saber algo más de él y de su autor. Lo que yo puedo contarte es que es otro de esos libros que siempre recordaré, es imposible leerlo y olvidarlo alguna vez.

Está basado en hechos reales. Y es la historia de una niña feliz hasta que todo empieza a complicarse. Wichi tiene una abuela avariciosa cuya misión en la vida es acumular dinero a cualquier precio. En el momento en que la niña se queda huérfana y depende de ella para subsistir intenta venderla para la prostitución de lujo. Es ahí donde la que hasta entonces ha sido la criada de su abuela traza un plan para salvar a la niña de ese futuro. Siri hará todo cuanto esté en sus manos para mantenerla a salvo, y para ello la secuestra y se la lleva a trabajar con ella a un arrozal, donde la apodan cariñosamente La niña del arrozal por su destreza para cualquier clase de labor que se le encomienda. Pese a que la vida de Wichi está siendo una vida feliz y provechosa junto a personas que la quieren, la abuela irrumpe en ella para llevar a cabo su plan, venderla para la prostitución de lujo aunque es tan solo una niña... Su vida de un momento para otro ya no puede ser peor...

José Luis Olaizola es fundador y presidente de la ONG Somos uno, que lucha contra el drama de la prostitución infantil en Tailandia. Lleva publicados más de setenta libros. Y desde hace treinta años se dedica profesionalmente a escribir libros y artículos y a pronunciar conferencias.

Internet es un mundo donde todo es posible. Hace incluso posible que desde tu casa, aunque sea la más humilde de la tierra puedas acceder a información precisa y preciosa con sólo tener la posibilidad de conexión. Tú decides aquello que quieres aprender, y si de verdad quieres hacerlo, puedes. Yo he decidido saber mucho más de este hombre, José Luis Olaizola y de su valiosa labor en Somos uno. Porque alguien así me parece digno de admiración. Son las personas como él las que vale la pena conocer, y libros como La niña del arrozal los que vale la pena leer, porque crean la conciencia de que hay mucho por hacer, entre tú y yo, entre todos nosotros, que a veces tan sólo nos cruzamos de brazos y nos quejamos mientras otros actúan y consiguen un mundo más justo para todos. Desgraciadamente hay en el mundo muchas niñas como Wichi y muchos hombres dispuestos a explotarlas sexualmente. A veces que el recuento de sus vidas sea pura felicidad o pura desgracia es sólo cuestión de actuar. Y eso no podemos olvidarlo. No podemos pasar página sin más.






sábado, 11 de junio de 2011

Palabra de Albert Espinosa

Pocas veces en la vida uno se encuentra la lucidez, la inteligencia y la humildad dentro de un mismo cuerpo, pero muchas veces se encuentra con que todo eso ha sido fruto del sufrimiento bien llevado y bien entendido. De una actitud de quien lejos de amilanarse se estira, de quien lejos de dejarse caer se levanta y sigue, de quien lejos de sumirse en penurias se aferra a su propia e irrenunciable posibilidad de ser feliz, esa que no están dispuestos a negarse pase lo que pase.
Encontrarse con estas personas a quienes les sobra la fe en los demás tanto como en sí mismos, es una de las mayores lecciones que pueden extraerse de la vida. Son inolvidables desde el primer momento, y lo sabemos. En el enlace que dejo a continuación se encuentra una entrevista que le hicieron a Albert Espinosa, una de esas entrevistas que uno debe releer muchas veces. Porque en ella se encuentran muchas respuestas a la vida.
Copio una:

¿Cree usted en Dios?
A.E. Más que en Dios, yo creo en la sensación de la gente buena. Creo que hay gente buena que te marca caminos. Y yo he podido conocer a mucha gente buena. Cuando conozco a alguien bueno y sabio, pienso que he encontrado a un pequeño dios.



viernes, 10 de junio de 2011

Paula

Recuerdo la primera vez que me topé con este libro de Isabel Allende. Al leer la contraportada lo dejé en el mismo lugar en el que estaba con una indignación que a lo largo de los años me sigue transmitiendo la clase de persona que soy, una persona dispuesta a juzgar en segundos; desde entonces intento corregirme, imagino que sin terminar de conseguirlo. Recuerdo que en ese momento me molestó que una escritora usara su fama para hablarnos de su hija, o para colarla en nuestras vidas como si fuese una joven tan distinta a cualquier joven de su edad. En ese momento me invadió una sensación que no puedo olvidar por diferentes razones. Y en este punto dejo varias preguntas: ¿Quién era yo para juzgar? ¿Quién soy yo para juzgar los motivos de otros? ¿Qué puedo saber yo de los motivos que impulsan a los demás? Desde entonces intento no juzgar a nadie, porque las razones de uno sólo uno las sabe, y a veces ni con demasiada claridad.

Esa fue la primera vez que me topé el Libro de Isabel Allende titulado Paula. Muchos años más tarde me encontré otra edición en la biblioteca y la leí mejor. Entonces supe que Paula era la hija que se le había muerto a la escritora tras varios meses en coma, aquejada de una enfermedad que su otro hijo, Nicolás, también podría desarrollar por esas cosas que vienen con los genes. De esa enfermedad jamás oyera hablar hasta entonces: Porfiria. Este libro el resultado de un texto que Isabel comenzó a escribir en el hospital para regalárselo a su hija una vez se hubiese repuesto de su enfermedad. Poco antes de enfermar Paula había hecho una aseveración contundente: "Ando buscando a Dios y no lo encuentro". Y también había tenido un extraño sueño en el que quedaba atrapada dentro de su cuerpo. En el momento de su muerte estaba felizmente casada con su marido Ernesto.

En este libro Isabel Allende hace un repaso de su vida. Me gustan los repasos de su vida que hace esta mujer, en su libro La suma de los días yo diría que hace una continuación en el tiempo de este repaso. Mientras leía Paula yo tenía un gran sueño en la cabeza: publicar. Pensaba que sólo publicando lograría toda la felicidad que ansiaba. A veces uno piensa cosas sin saber por qué. Después de leer este libro sólo quiero una cosa, ser madre de hijos sanos y disfrutarlos sobre todas las cosas. El inmenso dolor y la lucidez de Isabel Allende fue esto lo que me regaló. Es un libro que cuesta leer, no diré que no, un libro que hubiese querido no ser jamás escrito, esto sobra decirlo, pero es uno de esos libros que si lo lees una vez no lo olvidarás jamás. Un libro que merece ser leído por todo lo que aporta.