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lunes, 24 de enero de 2011

Es hora de volver a casa

Y dedicarse a las prioridades. De volver a los escritos y finiquitarlos de una vez para siempre para que dejen de estar pendientes y reclamen su tiempo y su espacio. Es hora de afrontar los retos y no dejarse vencer ni por las perezas ni por excusas que valgan. Siento que en verdad aborrezco el tiempo que restan a todas mis obligaciones, los reajustes forzosos a los que me someten hasta la casi extenuación, siento que aparco prioridades para dedicarlas a este algo no se qué que me lleva a hilar historias que ni se desde donde vienen o con qué objetivo. Solo sé que ya están listas para ser conclusas y que no quiero seguir alargando todo este tiempo de espera.

Sé que mis mejores escritos están allí, lo sé del modo en que uno sabe que su mejor reflejo no es ese que le envía el espejo, es aquel que guarda para sí, aquel que no hay modo posible de proyectarlo fuera, pero que surge repentino cuando hay alguien a quien se quiere ayudar. Siento que de momento he ayudado como he podido a quienes me necesitaron desde este espacio, ahora solo quiero descansar. Aunar todas mis fuerzas para esos proyectos que aún me esperan para ser finalizados de una vez para siempre, y para crear esos otros que reclaman su lugar. Es una tarea de locos sin duda, pero solo quienes ya estamos locos sabemos cuánto nos da. No se cuando vuelva a aparecerme por este espacio, pero a buen seguro lo haré cuando quiera, y con la urgencia de siempre, hay cosas que nunca cambiarán.

viernes, 21 de enero de 2011

Con la boca cerrada

Esta es la frase que más me han repetido en mi infancia, y eso marca, pero hay ocasiones en que lanzar al aire un convencimiento es impagable, de modo que ahí va un descubrimiento reciente, que tal vez eso de que Con la boca cerrada estoy más guapa, sea verdad, pero en todo caso es una verdad que no me interesa. Supongo que es mi modo de desafiar al mundo de un modo pacífico. ¿Pacífico en realidad?, las respuestas siempre se me escapan.

Durante el año 2010 el mejor libro que leí fue: La muerte Blanca, escrito por Eugenia Rico. El mejor libro que he leído acerca de la pérdida de un ser querido.

Abandoné la lectura de muchísimos libros, de los que muchos merecen la pena ser leídos por lo muy buenos que son y a lo largo de mi vida intentaré leerlos. Llevo muchos meses intentando saber cual es la razón y apunto una: Documentación. ¿Raro verdad?

Soy más rara que un perro verde y estoy mejor calladita, eso lo sé, pero me resulta tan curioso este descubrimiento que lo lanzo al aire. Rigurosa documentación para todo lo referido a ese libro, que por supuesto es ficción. Y sucede que al plantarme fechas rigurosas de hechos rigurosos y yo saber que es ficción, se subraya esa mentira de querer por todos los medios que yo me crea que eso que me cuentan pasó en verdad. Y sucede que no me lo creo.

Si el mismo libro no se empeña en recordarme a cada paso que tal día de tal año tal que eso estaba sucediendo en esa parte del mundo, porque verdaderamente ocurrió - que hay libros que no hacen- ese representar una mentira que fue verdad no se produce y puedo leer. Nadie se podría creer que a veces estoy harta de mí misma, pero ahora mismo, al haber hecho este descubrimiento lo estoy (:s)

jueves, 20 de enero de 2011

Içami Tiba

Este es el nombre de un licenciado en psiquiatría y asesor tanto para adolescente como para familias. Y mi último gran hallazgo en la soledad de una biblioteca. Me gusta esa brújula imprecisa que nos lleva a escoger un solo libro entre tropecientos y abrirlo por la mitad, y me subyuga esa especie de relámpago que nos hace ver con claridad que nos esperan largas horas de intensa lectura. Si además después de leído por partes, ese mismo libro nos grita que nos lo tenemos que comprar para que nos acompañe a lo largo de nuestra vida, no se puede pedir más.

Hace mucho tiempo que no entro a una librería para encargar un libro. No quiero cargarme de libros para adornar, quiero libros para leer y releer una y mil veces, para aprenderlos párrafo a párrafo, para aplicarlos a mi vida diaria. Este es ese tipo de libro que quiero ya.

El título es muy explícito: "Adolescentes. Quien ama educa". En letras más pequeñas que el título se halla su autor Içami Tiba. En este detalle se sabe que es un autor al que no le hace sombra su nombre, y eso me gusta. Eso quiere decir que ha de esforzarse en que su texto sea bueno ;), y por lo tanto entendible y aplicable. Me sirve.

Este es uno de esos libros donde cada página es casi una enciclopedia porque resume muchos años de oficio, y condensa muchas horas de reflexión. Aborda puede decirse toda una vida a través de todos los personajes que pone en juego, y no hay ningún tema tabú en todo su recorrido, sí muchas pautas para atajar los problemas antes de que lleguen. Y muchas soluciones para tratar de erradicarlos cuando se establecen. Para muestra un botón, abro casi al azar y elijo un mínimo texto para intentar resumir este libro en palabras de su propio autor:

Son progresivas las personas que miran hacia delante, aquellas que avanzan en la vida. Una de las mejores características de la persona progresiva es la sabia humildad de querer aprender siempre.
Las personas retrógradas son las que caminan hacia atrás. Aunque no se muevan, son retrógradas porque el mundo avanza y ellas no. El peor retrógrado es quien cree que lo sabe todo y no necesita aprender ya nada.
Cuando los padres no educan a sus hijos, unos y otros son retrógrados. Los padres, porque son las primeras víctimas de sus hijos, y los hijos porque, cuando están mal educados, sufren y hacen sufrir a quienes los rodean.



Frase

Alguna vez calibré los pros y los contras de abrir un blog. Lo abrí conteniendo casi la respiración por miedo a meterme en problemas insospechados, ese miedo aunque minúsculo ya, persiste aún y persistirá envuelto en su propia cabezonería. A día de hoy imagino que tras tantas palabras alineadas alguna vez me equivoqué, es imposible que no siendo ya tantas. Y a buen seguro alguna vez acerté. En cualquier caso sé que fue un enorme acierto no quedarme quieta con lo mucho que me gusta galopar entre teclados, lo sé porque a veces miro atrás y sé que sin ponerme a ello hoy no tendría tanto texto como ha quedado escrito aquí, ni me habrían quedado tantas cosas claras. A veces es necesario ver desde fuera para mirar dentro. Sé que suena raro, pero es así.

miércoles, 19 de enero de 2011

Una casa que no está

Solía hablar mucho con Sofía, una mujer de ochenta años, alta y delgada, de pelo castaño muy corto y alborotado que había enviudado dos veces, la última de ellas de un trágico suicidio que la desestabilizó para siempre. Me gustaba pararme a charlar con ella porque siempre le daba mucho peso a mis palabras, y me las solía recordar meses después como si mediante ellas le hubiese aportado claridad, eso me gustaba. Al llamarme pronunciaba mi nombre desde un lugar entre la sorpresa y la alegría, como si desde mis veinte años y sus ochenta no hubiese distancia. Y es que no la había.

Una vez le conté que su casa y su jardín fueron para mí durante años el símbolo fehaciente de la felicidad, ella me miró y sus ojos pardos se llenaron de agua, para entonces yo sabía que pocas mujeres en la vida fueron tan desgraciadas. Y aún hoy, después de contemplar miles de casas, y pese a no existir, sigue siendo en mi memoria la mejor casa. Una casa de plaqueta verde y planta baja, rodeada de un jardín lleno a reventar de flores de todos los colores y estampas, y una huerta que repartía por ambos lados las hortalizas más verdes y más alineadas. Era todo colorido, todo salud, todo preciosura para el alma, y yo todo cursilería mientas la contemplaba de un vistazo al pasar, para saborear el día entero su abundancia.

Tardé mucho tiempo en saber que Sofía se había ido al asilo glamuroso, ese del que hablé en mi entrada anterior. Y fui testigo mudo de cómo sus plantas se fueron marchitando y muriendo, su casa se fue apagando, sus hortalizas desapareciendo. Meses más tarde me contaron que la habían visto muy elegante vestida y radiante de felicidad mientras efectuaba unas compras con un grupo de amigas. Me contaron que en ese asilo dejaban campar a su aire a quienes estaban bien de la cabeza, les dejaban ir y venir, llevar y traer, siempre que fuesen puntuales a las horas de las comidas. De modo que se iban a tomar el café, o a comprarse ropa, a buscarse antojos para comer, o a visitar familiares, cada quién hacía exactamente lo que quería cumpliendo las normas. No supe si creerlo, hasta que un día casualmente la encontré, y ella misma me lo contó. Iba tan bien vestida como una enamorada a su cita y me presentó una por una a sus amigas, me confesó que llevaban toda la mañana en el centro comercial gastando la asignación semanal, porque les daban una asignación semanal para sus caprichos. Me lo confesó como confesando un pecado y nos reímos juntas, ella de pura alegría y yo de pura sorpresa por lo rejuvenecida que estaba.

Años después volví a encontrarla junto a su casa. Estaba muy nerviosa y alterada, me contó que la habían sacado del asilo, y quería volver pero a nadie le importaba. No la dejaban volver en modo alguno, y no podía hacer nada. Me habló con detalle de una conspiración, que la verdad, en su estado de crispación y ancianidad creí que deliraba. Me advirtió punto por punto de futuribles y me pidió que no olvidara. Fue la última vez que hablamos a solas, pues desde entonces la custodiaban, a más vecinas les dijo lo que a mí y supongo que alguien extendió el rumor y que la encerraron en casa. Meses después echaron su casa abajo y construyeron una de dos plantas. La planta baja para ella y su soledad, la alta para su nieto, su esposa y sus cuatro hijos. Los padres trabajaban todo el día y los niños iban al cole o la guardería, Sofía quedaba al cuidado de una chica que venía dos horas a su casa por las mañanas, la sacaba a pasear y ejercía entre otras cosas de censora particular. Para ahorrarle reprimendas la saludabas de lejos y la dejabas.

Sofía se fue apagando día tras día como se apaga una planta que ya no recibe luz, que no se riega con agua. Y en pocos años murió. Su nieto tiene una casa. Sin embargo la casa que yo veo cuando miro es la anterior, y la Sofía que veo es la mujer que me llamaba, haciendo mi nombre nuevo cada vez que me nombraba.

lunes, 17 de enero de 2011

Un asilo glamuroso

Hacía casi un año que no veía a Manuela. Me la encontré en medio de un supermercado en hora punta y nos detuvimos a hablar, la gente nos esquivaba como podía hasta que nos trasladamos a un rincón donde había un palé con una torre de galletas envueltas en celofán. Ahí pudimos charlar un rato con tranquilidad. Las amas de casa tenemos siempre la misma conversación año tras año, con el tema de los hijos casi por novedad.
Supe que su hija Sandra terminó dejando los estudios, que trabajó durante años en una empresa de limpieza, y que actualmente está en paro. Me apenó saberlo, porque una niña que sacaba dieces todo el tiempo se merecía un futuro mejor que retorcer fregonas y bayetas todo el tiempo. Pero escuchándola hablar me asaltó la certeza de siempre: uno es responsable directo de aquello que le sucede. Y todo tuvo una causa, que no es necesario explicar.

Me contó que la empresa de limpieza para la que Sandra trabajaba la envió al asilo más glamuroso de la localidad. Es una construcción preciosa tipo convento con una cúpula hermosa, que está situada en todo lo alto de un cerro situado frente por frente a la enorme ciudad. Una ciudad alegre donde todo es bullicio con su mar al fondo y su verde frondoso por todas partes. La vista desde sus contornos es espectacular y un lugar del que siempre escuché hablar maravillas , para qué negarlo. Quizá eso desde lejos, o desde la perspectiva de quienes pagan tributo por tener sus mayores a salvo de su vida cotidiana. No sé.

Manuela me dijo que cuando enviaron a su hija a trabajar al asilo se compadeció de los ancianos, porque su hija es un cielo de niña pero muy metódica en lo suyo, y un poco dictadora también -yo sonreí porque me estaba haciendo un retrato robot de la mujer en general-. Manuela me siguió contando y resulta que tras llegar a casa el primer día de trabajo Sandra no dejó de llorar encerrada en su cuarto todo el día, y después el segundo día; al tercero quiso llegar a un acuerdo con su jefe y terminó firmando los papeles del paro. Manuela dice que no puede hablar del asilo sin ponerse a llorar de la forma en que trataban a esos ancianos, o de la forma en que ella los vio, nadie sabe concretarlo. Es hablarle del tema y ponerse a llorar. La insistencia de Manuela en saber algo le llevó a una directa aseveración:

_ Mira mamá, no voy a decirte que cuando seas vieja vaya a cuidarte, porque eso no puedo saberlo. Pero antes de enviarte allí tengo algo muy claro, te doy un porrazo en la cabeza y acabamos de una vez. Quizá sufras un poco, pero no estarás sufriendo todo el tiempo.

No cabe duda que me muero por hablar con Sandra, pero si hago un balance de las veces en que nos vemos, viene a ser una vez cada tres años. Y que cuando nos vemos tenemos temas muy frescos que tratar. Sigo dándole vueltas a esta conversación una y otra vez, quizá lo triste es saber que todos llegaremos a viejos, o no; quizá es lo triste lo contrario.

domingo, 16 de enero de 2011

¿Escribir con qué objeto?

Después de las palabras pronunciadas por Vargas Llosa acerca de escribir, me queda el planteamiento lúcido de quien ha dedicado su vida entera a ello y nos presenta que la escritura es un modo de hacer guerras pacíficas careciendo de ejército. Ese es el motivo por el que siempre valdría la pena llenar páginas en blanco y más páginas. Después me digo que como el mar todo tiene su calado y me está hablando quien más hondo ha conseguido llegar entre unos pocos.

Miro a mi alrededor y vuelvo a preguntarme de donde nace este empeño. Y en un segundo de espera lo sé. Sé perfectamente de donde nace este empeño. Un motivo más que suficiente para no hacerme más preguntas y escribir, a fin de cuentas la vida siempre reclama lo suyo.