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lunes, 17 de enero de 2011

Un asilo glamuroso

Hacía casi un año que no veía a Manuela. Me la encontré en medio de un supermercado en hora punta y nos detuvimos a hablar, la gente nos esquivaba como podía hasta que nos trasladamos a un rincón donde había un palé con una torre de galletas envueltas en celofán. Ahí pudimos charlar un rato con tranquilidad. Las amas de casa tenemos siempre la misma conversación año tras año, con el tema de los hijos casi por novedad.
Supe que su hija Sandra terminó dejando los estudios, que trabajó durante años en una empresa de limpieza, y que actualmente está en paro. Me apenó saberlo, porque una niña que sacaba dieces todo el tiempo se merecía un futuro mejor que retorcer fregonas y bayetas todo el tiempo. Pero escuchándola hablar me asaltó la certeza de siempre: uno es responsable directo de aquello que le sucede. Y todo tuvo una causa, que no es necesario explicar.

Me contó que la empresa de limpieza para la que Sandra trabajaba la envió al asilo más glamuroso de la localidad. Es una construcción preciosa tipo convento con una cúpula hermosa, que está situada en todo lo alto de un cerro situado frente por frente a la enorme ciudad. Una ciudad alegre donde todo es bullicio con su mar al fondo y su verde frondoso por todas partes. La vista desde sus contornos es espectacular y un lugar del que siempre escuché hablar maravillas , para qué negarlo. Quizá eso desde lejos, o desde la perspectiva de quienes pagan tributo por tener sus mayores a salvo de su vida cotidiana. No sé.

Manuela me dijo que cuando enviaron a su hija a trabajar al asilo se compadeció de los ancianos, porque su hija es un cielo de niña pero muy metódica en lo suyo, y un poco dictadora también -yo sonreí porque me estaba haciendo un retrato robot de la mujer en general-. Manuela me siguió contando y resulta que tras llegar a casa el primer día de trabajo Sandra no dejó de llorar encerrada en su cuarto todo el día, y después el segundo día; al tercero quiso llegar a un acuerdo con su jefe y terminó firmando los papeles del paro. Manuela dice que no puede hablar del asilo sin ponerse a llorar de la forma en que trataban a esos ancianos, o de la forma en que ella los vio, nadie sabe concretarlo. Es hablarle del tema y ponerse a llorar. La insistencia de Manuela en saber algo le llevó a una directa aseveración:

_ Mira mamá, no voy a decirte que cuando seas vieja vaya a cuidarte, porque eso no puedo saberlo. Pero antes de enviarte allí tengo algo muy claro, te doy un porrazo en la cabeza y acabamos de una vez. Quizá sufras un poco, pero no estarás sufriendo todo el tiempo.

No cabe duda que me muero por hablar con Sandra, pero si hago un balance de las veces en que nos vemos, viene a ser una vez cada tres años. Y que cuando nos vemos tenemos temas muy frescos que tratar. Sigo dándole vueltas a esta conversación una y otra vez, quizá lo triste es saber que todos llegaremos a viejos, o no; quizá es lo triste lo contrario.

domingo, 16 de enero de 2011

¿Escribir con qué objeto?

Después de las palabras pronunciadas por Vargas Llosa acerca de escribir, me queda el planteamiento lúcido de quien ha dedicado su vida entera a ello y nos presenta que la escritura es un modo de hacer guerras pacíficas careciendo de ejército. Ese es el motivo por el que siempre valdría la pena llenar páginas en blanco y más páginas. Después me digo que como el mar todo tiene su calado y me está hablando quien más hondo ha conseguido llegar entre unos pocos.

Miro a mi alrededor y vuelvo a preguntarme de donde nace este empeño. Y en un segundo de espera lo sé. Sé perfectamente de donde nace este empeño. Un motivo más que suficiente para no hacerme más preguntas y escribir, a fin de cuentas la vida siempre reclama lo suyo.

viernes, 14 de enero de 2011

Una cruz blanca lleva mi pena

Desde el telediario matinal ha llegado la imagen de una zanja abierta en canal, tan desoladora como interminable sobre una colina. Se va cerrando a medida que avanza, y sobre la tierra movida se pone una cruz blanca con un escueto número por toda identificación. Se cuenta que tras las lluvias torrenciales y los corrimientos de tierra que han asolado Brasil, ni los propios familiares son capaces de reconocer a sus muertos. Desde el telediario se da un rápido número de muertos, y de desaparecidos, y de un modo raudo y veloz se cambia de tema; como si cualquier tema fuese capaz de aislar e incluso olvidar una tragedia semejante, la pérdida de 444 vidas humanas de un balance aún provisional.

Desde las imágenes ofrecidas por vía aérea puede verse el peligro de otros pueblos adyacentes, agrupados en la falda de altas montañas muy sensibles de correr la misma suerte. Y uno puede imaginarse fácilmente qué haría de encontrarse en la misma situación, y sabe que se dice muy pronto lo dejar tu propia casa e irte a vivir a otro lugar. Es más fácil hablar que realizar, si no lo fuese todos seríamos ya aquello que anhelamos.

Uno se queda en un ay, viendo lo fácil que entremezclan los temas en los programas de televisión, incluso en los más serios, pasamos de una tragedia de semejante magnitud a la que se dedican 60 segundos de reloj, a dedicarles minutos enteros a las palabras huecas que ha dicho no sé quién tropecientas veces, y totalmente carentes de sentido pese al cargo que ostenta, el mismo que ha demostrado a lo largo del tiempo no merecer, pero sigue ahí impertérrito viendo cómo nos hundimos desde su torre vigía sin mover una pestaña, y eso sí, con su sonrisa de idiota que sirve lo mismo para un roto que para un descosido. En el intervalo de esos planos gratuitos apetece decir aquello de que paren el mundo que yo me bajo, sólo que te quedas a mirarlo mejor y formulas la frase a tu modo: que agiten el mundo a ver si te bajan de una vez, que ya vas tardando. Después te queda la esperanza de que sea muy pronto, porque esperanza es lo que cabe tener después de todo.

Queda en la retina esa pala gigantesca, trabajando sobre esa colina altísima, abriendo metros y metros de improvisadas tumbas de muertos sin identificar. Quedan cientos de cruces blancas con un número grabado a modo de identificación. Queda la constancia de que da lo mismo qué tipo de muerto se halle en cualquier lugar, porque a fin de cuentas los muertos del mundo son todos nuestros. Cada uno de ellos es un vivo menos que tenemos, y nos atañe a todos. Desde la pena de aquellos que sin conocerlos han sido nuestros. Como lo han sido nuestros nuestros propios abuelos, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros sobrinos, amigos, primos, tíos, sobrinos, vecinos...compañeros...

Es así, de este único modo en que lo entendemos, si trasladamos la tragedia a nuestro alrededor. Sólo es así como cabe tan siquiera imaginarlo. Hace horas que apagué el televisor empeñado entremezclar las noticias como si fuesen comparables unas a otras. Pero la visión de esa zanja interminable sigue ahí, es una de esas visiones que se quedarán toda la vida en la retina. Una de tantas que luego habrá que exorcizar del modo en que sea para convivir con ella.



Aviso para Jhonny

He visto los cambios de Un viaje a mi locura, y preguntas qué me parecen, el problema es que no se lo que has hecho que ya no puedo comentar. No sé si es algo personal :), cosa que no creo, o si es que andando en las tripas de tu blog te has cargado algo. Apuesto a que ha sido esto. Aunque puede ser un poco de envidia insana porque yo no consigo ni añadir mi lista de blog favoritos, cosa que tú has logrado. Sobre este punto, creo que tengo algo que agradecerte de forma personal. Eso si estuviese segura de que el lugar al que me refiero lo vale, sobre ello guardo muchas, muchas dudas; pero que esté incluido me gusta. Supongo que como en todo creo más en su futuro que en su presente.

Pedías opinión y que sepas que siempre estoy dispuesta a colaborar. Digo más, el hecho de que en la ventana asomen 38 personas que no dejan ni un triste comentario jamás me deprime. De todas las tacañeces de que un ser humano es capaz, la tacañez de uno mismo me parece la peor. Claro que ellos me dirán que para decir lo que digo mejor me callo. El mundo se tiende a compensar para no desequilibrarse y caer, suerte que tenemos.

jueves, 13 de enero de 2011

Hambre de silencio

Un espacio virtual es un lugar
entre el aquí y el allí
una burbuja que se hincha
y vuela a no se sabe donde

de nuevo con la sensación
que es lo mismo de siempre
pero de distinta forma,
quizá una soledad compartida

pero al cabo soledad
esa soledad en que las cosas
siguen sin ser como quisieras,
siempre quisiste cambiar el mundo
y que fuese ese lugar a tu manera.

Buscas el modo pero no lo hay
buscas la forma y tampoco es esa
anhelas el silencio de tal forma
que sabes que paso a paso regresas.

Buscas terminar todas las historias
que tienes inacabadas con el objeto que sean,
sin saber lo que serán. Enviarlas tal vez
o dejarlas sin enviar. Pero perfectas.

El cuento sin acabar, como cambiar el mundo,
sin poesía que sea poesía, sin escritura que sea literatura,
sin talento que sea talento. Contigo siendo tú
¿qué esperas que gane sino el silencio?


miércoles, 12 de enero de 2011

Números fríos como el hielo

Esta mañana decían en un medio de comunicación que sólo el 20% donado a Haití llegó realmente para cubrir todas las necesidades del pueblo haitiano. Me parece vergonzoso que algo así siga sucediendo en el siglo en que estamos, me crispa la corrupción que campa tan ancha por todos lados. Creo en la justicia poética o divina, creo que quien la hace la paga de un modo u otro, lo creo, porque de otra forma me sumiría en una depresión interminable.
A veces uno se encuentra con que hay gente miserable por todas partes, gente que es capaz de comerse la comida de un hambriento, de negarle la curación a un enfermo de enfermedad mortal, o de negarle el futuro a un niño pequeño e indefenso.

Es triste pensar en la gente que ha mandado su granito de ayuda con la esperanza de que sirviese allí donde más se precisaba. Pensar en las pequeñas necesidades que tal vez se hayan negado en esperanza de lograr un bien común, y tan necesario como sentir que somos parte de un universo que cuando camina hacia el mismo lado logra lo imposible. Es triste saber que se siguen poniendo zancadillas al avance de todos junto a todos por aquello en lo que aún creemos: un mundo justo para todos, con las mismas oportunidades y derechos. Pero quizá lo más triste de todo es que tal vez en la próxima catástrofe nos crucemos de brazos por el miedo a que alguien se enriquezca con lo que enviamos. Entonces será cuando de verdad unos pocos nos hayan coaccionado.

Quiero pensar que haya un modo de saber donde se esconde todo ese dinero, y un modo de enviarlo allá donde aún hace tanta falta, el lugar donde tantas almas ya han dejado de latir solamente por no tenerlo a tiempo.

martes, 11 de enero de 2011

Muy personal

Cuando escucho a un ministro de economía, hablar de economía, tengo la sensación de que un aviador me está hablando de conducir un barco. O que un montañero me está describiendo una llanura. O que un profesor de gimnasia me está hablando de parálisis. O que un médico me está contando cómo late un corazón enamorado. O que un loquero me está contando lo fácil que es mantenerse cuerdo dentro de un mundo de locos.

En cualquier caso tengo algo muy claro, que cuando a él le llegue el agua al cuello, algunos ya nos habremos escurrido por el desagüe.