Este es un libro que compré hace tiempo y que hace tiempo comencé a leer. Lo leo con la respiración entrecortada porque aunque es libro sencillo y a su modo maravilloso, se me encoge el corazón sabiendo que lo que contiene entre sus páginas fue realidad.
Es un libro formado por fragmentos escritos por una niña que aprendió a leer y a escribir. Es un libro que a mí me costó solo un euro en una librería de viejo, pero que creo que ni con todo el dinero del mundo podría pagar. Es un libro triste y delicioso, de lucha desesperada y también de mucha ilusión. Tiene dentro todos los contrastes del universo, quizá por eso cuando miro el mundo que me rodea con esos contrastes que en su libro Ma Yan me cuenta, me duelen mucho más aún de lo que me dolían. Porque el mundo necesita ser sobre todo equilibrado, y me pregunto si alguna vez lo será.
Hace tiempo yo soñaba con escribir y publicar mis propias historias, intento no abandonar ese sueño, pero ahora me conformo con leer libros que me hagan mejor persona. Y este libro es de esos, después de lo que se quiere hacer aquí con la educación, al señor Wert le recomendaría encarecidamente leerlo, y después salir a defender esos cambios que no quiero entender.
Tendréis que perdonarme que os hable de un libro que lleva tres meses sobre mi mesilla de noche y leo a pedazos sin avanzar demasiado. Es tan crudo que tengo que intercalarlo con otras lecturas, porque leerlo muy de seguido me rasga el corazón. Pero resumo lo que su editorial resume en la solapa interior:
"En mayo de 2001, un grupo de viajeros, entre los cuales se encontraba el corresponsal de libération en Beijing, Pierre Haski, se detuvo en Zhang Jia Shu, un pueblo perdido en el sur de la remota región china de Ningxia: eran los primeros extranjeros que visitaban aquella zona aislada y mal comunicada desde hacía setenta años. Justo cuando se disponían a abandonar el pueblo, una campesina les entregó una carta y tres pequeñas libretas marrones, rogándoles encarecidamente que se los llevaran. Aquellos sencillos cuadernos eran el diario de una adolescente llamada Ma Yan, y en ellos plasmaba la inclemencia de su vida cotidiana pero también sus esperanzas para el futuro y su convencimiento de que lograría salir de la miseria gracias a la educación. La carta que los acompañaba, sin embargo, era en la que pedía a su madre que le permitiera volver a estudiar, revelaba el drama de la pequeña Ma Yan, obligada a dejar la escuela para ayudar a sus padres, incapaces de mantener a sus tres hijos y pagar la educación de su hija mayor.
Aquel grito de desesperación no se perdió en la nada: la historia de Ma Yan aparecía en Libération en enero de 2002, y Occidente descubría la triste realidad de millones de chicas anónimas de la olvidada China rural. Un mundo ajeno al espectacular desarrollo del país y en el que, como en tantos otros lugares del planeta, la educación sigue siendo un lujo a la vez que el único camino para vencer la miseria".
Sirva a modo de grito que defiende la enseñanza pública de cualquier pueblo. Algo que ningún gobierno debería negar. Amén.