Todos los días la dichosa crisis nos hace enterarnos de casos dramáticos de gente que conocemos. Personas que un día iban viento en popa y ahora van a la deriva. Es algo que todos esperamos que sea momentáneo pero después algún analista económico viene a decirnos que 2013 será aún peor. Entonces nos preguntamos si es que todo puede ir peor, y recordamos otros países, mejor dicho, los vemos a diario, y sí, sabemos que todo puede empeorar. Se comienza cayendo todo por un lado, como una pieza de dominó que arrastra a otras, y después a otras más y puede que otras muchas queden en pie, pero las que se caen son tan importante como las que permanecen. Tienen su historia detrás, una historia que se quiebra con toda su gravedad, como una enfermedad más susceptible o menos de ser curada.
Hace días mi hijo me contó que llegó un hombre musulmán cargado con papeles de sanidad, explicándose como pudo en un idioma que no era el suyo, le dijo que tenía que pagarse una operación de cáncer y que iba caminando de casa en casa para recaudar la suma que le exigían Levantó el pantalón y le enseñó un bulto violáceo lleno de nudos que tenía en la pantorrilla, le enseñó papeles de las empresas en las que había trabajado durante famoso boom inmobiliario, pero ahora estaba en paro y no llevaba forma de encontrar trabajo, no tenía de qué vivir ni cómo pagar su operación. Mi hijo entró en casa a buscar 20 euros que tenía en su cartera y se los dio. Entonces el hombre comenzó a llorar como un niño y a besarle las manos con una gratitud tan enorme que le partió el corazón. Sacó un papel y un bolígrafo, apuntó su nombre y su código postal y después de darle las gracias nuevamente, sorprendido quizá por haberse hecho comprender, se fue caminando hacia la siguiente casa. ¿Cuánto tiempo tardaría ese hombre joven en recaudar el dinero para su operación?, ¿Cuánto tiempo conseguirá mantenerse en pie dado lo avanzado de su enfermedad? Preguntas como esta se quedaron en el aire con que me recibió cuando llegué a casa, pues mi hijo estaba solo en ese momento.
En cuanto me vio llegar vino corriendo hacia mí y con toda la angustia de que alguien es capaz me contó lo que sucedió aquella mañana. Me dijo que le había quedado muy mala conciencia porque en principio creyó que ese hombre podría estarle mintiendo, pero que al ver la forma en que rompió a llorar y la devoción con que le besó las manos, supo que todo lo que le había contado era verdad; sus lágrimas no eran de sal. Mi hijo trabajó en ese boom inmobiliario junto a gente de todas las nacionalidades, y compartió muchas horas con gente con historias terribles detrás y grandes sonrisas y mucha generosidad; se sintió siempre entre todos ellos como uno más, no como un trabajador español, sino como un ciudadano del mundo. Alguna vez desde algún alto estrado se dijo que todos los inmigrantes eran necesarios para levantar nuestro país, y se provechó hasta la última gota de su sudor, pero ¿qué les dimos a cambio?
A diario me afano por escribir muchas historias que tengo pendientes, pero no tengo tiempo ni tranquilidad, porque la realidad me asalta a cada paso y le dedico mi tiempo y mis pensamientos desde aquí, porque desde aquí llego más lejos. Quizá si el destino existe esté destinada a contar solo esto, y solo desde aquí. Si es así me siento orgullosa de hacerlo porque lo hago con todo el esmero de que soy capaz. No me extiendo más, solo dejo aquí las preguntas que mi hijo me hizo: ¿En qué clase de mundo vivimos?, ¿Cuánto tiempo tardaremos en estar igual que ese hombre que intentaba caminar más rápido que su enfermedad?
Ojalá sus 20 euros colaboren a salvarlo. Ojalá.
Os recomiendo una entrada que vale la pena leer, respecto al mismo tema.