Si lo pienso bien, escribo solo para quitarme cabreos, decepciones, dudas, alegrías que dejándolas sueltas podrían explotar y aniquilar el mundo, sinsabores, tropiezos de los que quiero aprender; y demás desastres alicatados al fondo de mi conciencia. Escribo con el mecanismo de una olla exprés, algo se almacena, se piensa y se repiensa, comienza a dar vueltas hasta que entra en ebullición, y se cuece en su propia salsa. Luego se saborea una pizca y se almacena. Ese almacenado, hace que al fin desaparezca. Al menos con esos ingredientes; hay refritos que se repiten igual que el ajo y se elaboran de distintas formas a lo largo de toda una vida. A veces quisiera vivir poco más para librar al mundo de mis reprises escritos.
Pues bien, aunque iba a contaros eso tan grave a mi ver, que ha desencadenado mi deseo de escribir un relato corto de queja, no os lo contaré. Si lo cuento aquí no necesitaré dedicarle 20 páginas allí y lo perderé para siempre. Es un tema en que no me vale una mera entrada de blog, porque necesito hacerle un nudo cartesiano y atarlo bien. Solo diré que me parece algo muy grave y que a veces me horrorizo de estos tiempos que me toca vivir. Que vivo observando lo que vale la pena a mi alrededor y ello me salva de la angustia de saberme entre gente así, carticuentistas capaces de acuchillarme por dentro en solo diez minutos de visionado... Lo mío si que es poder de visión...
Se que me quedó una entrada rara y sin concluir. Empieza el curso para mí, sé que tengo por delante mucho que escribir. Quizá escriba ese relato de una forma tan brillante que lo quiera compartir. Si es así lo sabréis a su tiempo. De momento solo tengo un gran cabreo alicatado en mi cuerpo. Lo dejo aquí.