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sábado, 4 de diciembre de 2010

Frase

Interesarse por un escritor porque nos gusta su libro es como interesarse por los patos porque nos gusta el foie-gras.

Margaret Atwood

viernes, 3 de diciembre de 2010

Llegar a un lugar

A una sola mirada sabrás que has llegado a un lugar que buscabas desde hace mucho tiempo. Lo sabrás del modo en que has intuido tantas cosas en tu vida que ni sabrías explicar. A veces ni sabes explicarte por qué aquello que es tan importante para ti a otros les parecen nimiedades, pero ya ni intentas hacerte comprender, tanto da, cada quien ha elegido hace mucho tiempo su destino. El destino de cada uno implica muy distinto contenido, por eso vivir es una aventura tan apasionante, porque no todos los focos convergen en el mismo punto de mira, eso hace la visión más luminosa.

Esta mañana, como todas las mañanas me encontré algo fabuloso, fabuloso tal vez porque es distinto, y ha tocado alguna fibra en que ha hecho eco.

jueves, 2 de diciembre de 2010

El valor de la palabra

La palabra escrita, la hablada, interpretada, la palabra soñada, la esperada, la adecuada, la palabra exacta, la abstracta, la mejorada. Todas las palabras, las leídas, las escuchadas, las que dijimos, las que permanecieron cuando sus artesanos fallecieron. Todas, todas las palabras resultaron inútiles cuando no pudieron detener una muerte, una batalla, el hambre de un solo niño, el dolor de una enfermedad, una guerra cruenta…

Y todas se me antojan inútiles cuando se habla de comenzar una guerra más… ¿Comenzar una guerra más?

Las oigo y las leo, y me parecen inútiles aún, si no pueden detener más muerte, más batallas, más hambre, más dolor, más enfermedad, más guerras cruentas.

Quien ama la palabra escrita, la dicha, la interpretada, la palabra empeñada en un compromiso serio no entiende nada. Sólo sabe que la mejor batalla de todas es aquella en la que se dicen y se oyen las palabras, porque sabe que las palabras sabias llegan a un buen acuerdo; si el silbido de los disparos no las acallan. Allá donde reine la inteligencia con una palabra basta.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Lo mejor que hoy leeré

Sí, ya sé que apenas comienza la mañana, que he abandonado a su suerte a todos mis personajes y que aunque intente retomarlos no lo consigo, me aburren mortalmente. No es un aburrimiento que venga de ellos, si no del modo incapaz de encajarles en algún lugar que no sea este blog, porque para hacerlo tal y como se merecen deberían pasar por manos de algún corrector, y soy lo suficientemente egoísta para no querer que dejen de ser míos. Y lo bastante incongruente como para no saber si quiero dejarlos en un cajón si la muerte me sobreviene sin avisarme. No sé si quiero que los míos se los encuentren y se pregunten un por qué, hallando quizá la respuesta equivocada. El por qué es intentar comprender desde dentro a todo el mundo, intentar atrapar todas las palabras que sugieren cuando dicen algo, alinear todas las letras del abecedario una y otra vez en una marcha marcial capaz de arropar a todo el mundo, de disparar directo al corazón y hacerlo mayor, más capaz de albergar dentro de sí todas las diferencias de la gente a quien escucha. Ese es el objetivo, y creo que dejaré un manual, esto mismo se me acaba de ocurrir. Un manual donde intentar explicar qué tiene de mágico el mundo este de las palabras. Creo que lo mágico es que nos hace renacer, una y otra vez, nos deja ser otras personas aún siendo las mismas, y es algo que no tiene comparación porque es algo que no resta, suma, al contrario de otras adicciones, porque advierto que esto de formar palabras escritas es una adicción, y el abandono de mis escritos por el momento es un modo de aterrizar mayor tiempo en la realidad, porque no se puede ser quien soy, y andar todo el tiempo por las nubes. No sin arrastrar conmigo a quienes me rodean y hacerles prisioneros de mi libertad.

Escribiendo mucho me siento feliz, más cuanto más escribo, pero no puedo compaginar el escribir mucho y ser eficaz en todas esas tareas que me impongo abordar, y me frustro, y no llego, y me irrito y me siento mal. Y si me siento mal contagio a todo el mundo. Necesito una chacha, siempre lo resumo así, y si un día la consigo daré rienda suelta a todas las horas acumuladas, y a todas las historias que quiero contar. Soy como Don Quijote, siempre a vueltas con sus gigantes. Esos que ni son ni están, pero que lo mantuvieron tan lleno de vida hasta el instante de su muerte.

Y eso, que me asomé un ratito para dejaros lo mejor que hoy leeré. Aquello que ha conseguido que después de dejar esta entrada me convierta en la chacha que necesito, justamente lo que esta mañana - si es que se puede- me alejará de escribir. Tal vez un día dedique un relato corto - creo que son los míos por eso de la precisión que se traduce en rapidez- al modo cuasi increíble en que se desordena una casa, se come todo lo que se ha cocinado, se vacía una nevera, se pule una despensa, se amontona el polvo y se forman huellas en el suelo. Aunque sigo escuchando ese eco adolescente que resuena y que resuena mientras afirma: todo lo que escribes es de suicidio. Así nadie te publicará. Ah, qué poco sabíamos entonces lo que era un blog :)

Pues eso, que lo prometido es deuda, dejo aquí lo mejor que hoy leeré. Y lanzo un desafío a quien lo intente superar. Uno siempre es juez de su propio concurso.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Hoy como ayer

Sigues pisando la calle, y sigues viendo que hay el mismo tipo de gente que había. Quizá han cambiado las costumbres, la forma de vida, el modo de cuidar los jardines, de exhibir los adornos, de exponer las mercancías. Tal vez haya cambiado algo en esencia, pero sigue habiendo los mismos modos de comportamiento, tanto en jóvenes como en no tan jóvenes. Admito que de esta sociedad lo que más me preocupa es el trapicheo en zonas de colegios e institutos, en zonas de discotecas de cuasi niños. El ver grupitos específicos consumiendo aquello que han adquirido, un día y otro, mañana y tarde y ver que nadie hace nada por impedirlo. Creo que ha cambiado la cantidad de esos grupos, que son cada vez mayores año a año, y quizá lo veo porque es algo que me cruje por dentro. He conocido gente enganchada hasta las trancas, y todos han muerto, los que siguen vivos parecen estar en una parte perdida entre este mundo y otro. Y creo -opinión personal posiblemente sin fundamento- que gran parte de los problemas de violencia en nuestra sociedad parten de ese mirar para otro lado donde nadie hace nada, aparentemente, para atajarlo. No tengo remedio para eso, lo cual no impide que me cruja por dentro.



Cada quien tiene su queja, y me he encontrado esta queja interesante que también comparto. Aprovecho para hacerle un hueco aquí.


Nueva propuesta de ley

Pero temo que nunca estaremos a salvo
de los malos de veras,
aquellos capaces de la mayor vileza,
del juego más sucio,
de la más cruenta necedad,
de la estupidez llevada al límite,
de la suprema maldad,
de la locura que arrastra todo a su paso,
de la venganza sin pies ni cabeza,
de la incongruencia y la incompetencia
del espejo que refleja una mentira hecha verdad.
La maldad no tiene sexo y cabe en cualquier lugar:
incluso en el corazón de una madre
se puede albergar.



Cruzo los dedos, y espero que la justicia sea siempre justa.

sábado, 27 de noviembre de 2010

El sonido de un móvil, y tu voz de terciopelo

Alberto llevaba tiempo deprimido porque su pequeña empresa iba de mal en peor y no quería despedir a ningún trabajador. Llevaba toda la mañana dando vueltas con su camión de empresa intentando recaudar una mínima parte del dinero que aún le debían. Eso de ir de casa en casa reclamando aquel dinero que sabía de antemano que no podría cobrar le irritaba sobremanera, pero era todo cuanto podía hacer para poder capear el temporal ese mes funesto y esperar que las cosas comenzasen a cambiar.

Pese a los muchos años que llevaba al mando de Sinop jamás se había sentido peor, estaba realmente desesperado y apurar los pagos que había prometido aceptar como viniesen le revolvía el estómago hasta el punto de sentirlo incrustado en su espalda. Para colmo de males llevaba toda la mañana lloviendo fuertemente y hacía un frío de congelador, con lo que no tardaron en caer los primeros copos de nieve. Se apuró en bajar el puerto antes de que la cosa agravase, y zanjó todos los hogares que quedaban por visitar, no sabía como se las arreglaría, pero algo ingeniaría y mientras conducía sentía el tictac del corazón en el centro de su cabeza, primero débilmente, después más fuerte cada vez. Era el cúmulo de estrés de las últimas semanas que hacía acto de presencia sin avisar, después le atenazaría el cuello y se iría extendiendo por los hombros hasta dejarle la espalda tan rígida como una tabla de planchar. Sin pensarlo dos veces se detuvo en una cafetería para tomarse una tila bien cargada.

Se escuchaba de fondo un cántico extraño que no tardó en descifrar, era el de los niños de San Ildefonso cantando la lotería de navidad.

- ¿Ha salido el gordo?_ preguntó más que nada por intentar distraerse con un poco de conversación.

- Es el único que queda por salir, veremos donde cae este año_ le respondió el camarero antes de perderse un buen rato en la cocina.

Un estrépito capaz de tirar los tabiques abajo anunció que el gordo acababa de salir. El número llenó la pantalla unos instantes y parpadeó dentro de su cabeza, agotada por completo de pensar. Le pagó al camarero y regresó al camión. Apenas había arrancado cuando sonó su teléfono móvil con insistencia, era su mujer, y la verdad que no sabría cómo decirle lo que le debía decir.

- Dime_ le dijo sin entusiasmo.

- ¿Sabes en qué podríamos invertir 30.000 euros?

- Sí, se me ocurrirían unas cuantas cosas, la verdad_ hubo una esperanza lejana que cosquilleó en su pecho- ¿a que viene esa pregunta?

- Es justo el dinero que nos acaba de tocar.

Alberto observó el lugar inhóspito en que se encontraba. Rodeado de bosque, en un mediodía en que comenzaba a oscurecer, los copos de nieve cayendo cada vez con más fuerza, los coches circulando despacio y dejando huellas de neumáticos tras de sí. Puso el manos libres y la voz aterciopelada de su esposa siguió hablando y hablando mientras bajaba el puerto y regresaba a casa. Mientras recuperaba la calma que tanto tiempo le había faltado y pensaba en llegar a casa y encontrarse con ella nuevamente, lejos de los agobios. Nada deseaba más.