En aquel entonces se había inundado Alicante y ante las imágenes que ofrecía la televisión comenté la gran calamidad que era que pudiese pasarnos algo así en Asturias. Por eso, porque todo lo que le pase a un ser humano hace que pueda ser posible que me pase a mí en su día, es mi ley de probabilidad probable, a veces intransferible cual huella dactilar.
Entonces el listillo de turno, Agapito me miró como quien mira a una estúpida de remate (no es nada personal, se siente tan superior que mira así a todo el mundo, y eso no me consuela, me da fe de que es alguien a quien no vale la pena mirar, y en lo posible lo hago. Me han acusado de borde alguna vez y lo soy y mucho. La gente la divido en buena y mala, y si eres de los malos: no me interesas para nada. Soy así)
Pues eso, Agapito me miró, feliz de tener a quien dar unas puñaladas al fin y me dijo con su suficiencia supina. "Esto aquí jamás pasaría. Aquí hay buenos alcantarillados. Allí sucede eso porque están más bajos los pueblos que la mar".
Soy asturiana, pero estoy segura de que somos idénticos a todas las comunidades del mundo mundial, y lo defendí. Hice hincapié en los litros llovidos aquella noche y apunté que aquí si lloviese tanto estaríamos igual, no en las zonas altas, pero en alguna sin dudar.
Agapito me miró con más aire de insolencia todavía y volvió a decirme que aquí somos otra cosa, que somos lo más y que aquí NUNCA PASARÍA.
Yo le dije eso tan manido de nunca digas nunca jamás. Y desde sus treinta y tantos años de camionero viajado y aprendido zanjó el tema. No sin que yo le dijese que ese tema lo volveríamos a tratar cuando asturias se inundara de verdad. Han pasado quince años de aquello o más, y desgraciadamente ha ocurrido. Tenemos un alcantarillado fatal...
Este finde voy a ver al tal Agapito. Se lo podría recordar. Pero creo que paso. Sobre todo por una razón: no me gusta tener la razón, ni recordar lo que no vale la pena ser recordado. No soy como él, no me gusta la leña de árbol caído.