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lunes, 3 de mayo de 2010

Derechos de autor, mensaje de Clotilde

¿Adónde vamos a ir a parar Dios mío? ¿Nos estamos volviendo todos locos con esto de la crisis o qué?

Voy a contarte lo que me pasó porque es que ya no se donde vamos a ir a parar. La verdad que no lo se.

La semana pasada me pasé por la librería de mi amiga Herminia. Venía del ambulatorio con el niño, que tiene mucho catarro y acababa de dejarlo en el colegio. Herminia estaba sola en la tienda y me pasé a saludarla, me contó que no vende nada y en estas vi un libro precioso con una portada de las que a mí me gustan, esas con paisajes de florituras y casas derruidas, y lo ojeé, se titulaba El océano en un puño y costaba quince euros. Quise pensármelo por eso de que las cosas no van muy bien, pero es que a Herminia le van mucho peor, así que lo compré y me lo traje a casa.

Entre el trabajo en la fábrica de embutido, el trabajo de la casa que todo me espera a mí y que si esto y aquello, tengo poco tiempo para leer, esa es la verdad, pero El océano en un puño vale lo que cuesta y mucho más. Aquí ya comienzo a resumir porque esto se me hace muy largo de explicar.

Aprovechando el buen tiempo me salí ayer tarde a leer al jardín, me senté a leer en el banco de piedra que estaba fresquito y apoyé el libro sobre la mesa de piedra poniéndole un paño debajo para no estropearlo. Estaba ya en la parte más interesante cuando un señor muy bien vestido tocó al timbre de la entrada y salí a ver qué se le ofrecía.

_ Vengo a cobrar mis derechos de autor_ me dijo muy serio después de habernos saludado con educación.

_ ¿Sus derechos de qué?_ le pregunté creyendo que había escuchado mal. Pues no, lo que es de oído voy bien.

_ Es que verá, todos mis ejemplares de El océano en un puño llevan un chip. Por eso la encontré.

_En un principio y para abreviar le negué que tuviera ese libro. El hombre me hizo una mueca extraña, sacó una especie de termómetro del bolsillo de su chaqueta y se escuchó un pitido, el mismo que emite un termómetro digital. Hasta ahí todo normal en caso de tener fiebre. Y está claro que a mí me subía por momentos a pasos agigantados. De dos zancadas llegó hasta la mesa y tomó el libro entre las manos.

_ ¿Lo ve? Si hemos de hacer caso a su marcapáginas ya va usted por la mitad. Por lo tanto me debe usted mis treinta euros por derechos de autor.

Hasta aquí hice alarde de toda mi paciencia y buen humor, pero al rebasar todos los límites del buen gusto el hombre me exasperó y ya me mostré más brusca, que también lo soy.

_ El libro lo compré en la tienda de mi amiga Herminia y se lo pagué, me costó quince euros si es que quiere saberlo.

_ Disculpe mi vanidad, ¿qué le parece a usted, le está gustando?

Por supuesto que disculpé su vanidad y no quise mezclar lo uno con lo otro, por lo tanto le dije la verdad.

_ Sí, el libro me está gustando mucho, escribe usted muy bien, pero no voy a pagarle derechos de nada y haga usted el favor de irse de una vez. Mañana me espera un largo día de trabajo, sé que lo entenderá.

Vuelvo a resumir: ahí se armó la bronca y en esas seguimos. Vamos, que estamos a la espera de juicio porque me negué a darle su libro o a pagar sus derechos de autor. Aquí ya no contaré la discusión que tuve con mi marido que estaba emperrado en que se lo diese y ya. Ya leches, que yo lo compré y no pienso pagar derechos a ningún autor de los que hay en mi estantería, y con esto es todo cuestión empezar. Así que vamos de cabeza al juzgado para que el juez determine si se lo tengo que devolver para no pagarle derechos de autor, o pagarle derechos de autor para poder quedármelo …¿Dónde vamos a ir a parar Dios mío, nos estamos volviendo todos locos o qué?

Daniel no habla



Este libro me gustó por su portada en primer lugar, después lo abrí hacia la mitad y lo ojeé, lo tuve claro, me pareció que hablaba en un idioma fácil de entender y al leer la contraportada me pareció más que contundente de modo que lo traje a casa con esa esperanza recién nacida impresa en todo libro que se quiere comenzar a leer.

Este libro es divertido pese a tratar el tema crudo del autismo, Daniel es un niño autista que tiene una hermana muy despierta e inteligente, Daniel lo era antes de la vacuna de los dieciocho meses asegura su madre, a partir de ahí su vida cambió, aunque es algo que todos los médicos le niegan, todos coinciden en que esa vacuna no tuvo nada que ver, que el niño acarreaba ya esos problemas aunque no los quisiera ver.

Este libro narra la lucha de una madre por volver a su hijo a la normalidad, por sacarlo del autismo al precio que sea, una madre que no se conforma con que su hijo viva inmerso en su incomunicación por el resto de su vida y que verá como su matrimonio se desmorona sin que pueda hacer nada por evitarlo. Ella no puede cambiar el hecho de su marido se conforme con esa realidad que a ella la asfixia, mientras su marido empieza a exasperarse con todas las cosas absurdas que ella cree necesarias para devolver a su hijo al mundo de los niños normales que si quieren un vaso de agua lo saben pedir. En el momento en que ella comienza su juego de vamos a ayudar a Daniel se produce una incomunicación en la pareja directa al desastre. Es uno de esos libros que si comienzas no puedes dejar de leer.

Es un libro escrito con mucha ironía, con mucho sentimiento y con mucha verdad, la verdad de su autora que tiene un hijo autista y no se conforma con que su hijo sea dependiente toda su vida. Ella quiere que Daniel pueda entender una broma, sentir alegría o comunicarse con el mundo exterior y no se detendrá hasta conseguirlo... ¿Lo conseguirá?

domingo, 2 de mayo de 2010

Mi regalo para hoy




Mi regalo para hoy es afortunadamente el mismo de siempre, tener una madre sana, unos hijos sanos y tener la alegría de estar con ellos cuando cumplen años. No quiero más regalo porque no se puede tentar a la suerte.
Conozco madres que hoy esperan su joya de oro, que exigen a sus hijos un buen regalo que les cueste extraer de sus pagas. Yo no quiero nada que a mis hijos les cueste pagar, aunque puede que sea más ambiciosa que madre alguna sobre la tierra. Yo me pido un dibujo que ellos hayan hecho en dos minutos para mí, unas palabras que me pertenezcan a mí, o algo hecho con sus manos para mí, aunque sea una caja de zapatos forrada con papel de regalo donde guardar mis apuntes; y que después de arrugada por los años me cueste tirar. O algo que les cueste sudores como recoger su habitación o portarse bien. O que hoy sean felices, hoy más que ayer solamente porque hoy es mi día.
Pero no quiero nada que les cueste dinero porque el dinero es lo más pobre que hay, es el que marca la diferencia entre quien hoy conducirá un Ferrari por las calles maravillosas de su ciudad o quien hoy se morirá de hambre en el pueblo olvidado por cualquier Dios. Si, se que siempre soy extremista en todo, pero es que lo soy.

Día de la madre




Tus hijos no son tus hijos

son hijos e hijas de la vida

deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti

Y aunque estén contigo

no te pertenecen.

Puedes darles tu amor,

pero no tus pensamientos, pues,

ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos

pero no sus almas, porque ellas,

Viven en la casa del mañana,

que no pueden visitar

más que en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,

pero no procures hacerlos semejantes a ti

porque la vida no retrocede,

ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual, tus hijos

como flechas vivas son lanzados.

Deja que la inclinación

en tu mano de arquero

sea para la felicidad.

Khalil Gibran

Si un niño...



Si un niño vive criticado, aprender a condenar

Si un niño vive con hostilidad, aprende a pelear

Si un niño vive avergonzado, aprende a sentirse culpable

Si un niño vive con tolerancia, aprende a ser tolerante

Si un niño vive con estímulo, aprende a confiar

Si un niño vive apreciado, aprende a apreciar

Si un niño vive con equidad, aprende a ser justo

Si un niño vive con seguridad, aprende a tener fe

Si un niño vive con aprobación, aprende a quererse

Si un niño vive con aceptación y amistad, aprende a hallar amor en el mundo.


Esto lo copié del tablón de anuncios de la pediatra de mi hija hace unos cuatro años. Está claro que los buenos pediatras además de curar saben dar buenos consejos.

sábado, 1 de mayo de 2010

El cuidador de Iván




Verónica decide posponer lo que queda tiene pendiente y sale de casa para dar una caminata de una hora, el perro sabe donde va antes de que nadie se lo diga, tiene esa clarividencia, parece leerlo en su actitud en cuanto sale por la puerta y le ladra entusiasmado. Ella reconoce al instante su ladrido festivo y se agacha para acariciarle la cabeza y anunciarle que lo llevará si se porta bien; él se sienta sobre sus patas traseras y alza la cabeza, su pose es la de esas estatuas blancas que habitan en los jardines de la gente bien. Pero ella prefiere tener un perro de verdad, capaz de leer en ella como nadie sabría hacerlo. Mel sabe cuando está enfadada incluso antes que ella misma, se aparta de la escalera para dejarle paso, es un gesto instintivo que la hace detenerse un segundo y respirar, definitivamente no se puede andar con tantas prisas, eso lo que piensa, y tras esta primera reflexión llega la segunda, por aflojar un poco el ritmo el mundo no se acabará.

Hace ya muchos años que un coche rojo se detuvo en una zona de bosque y abrió la puerta trasera. Al instante un perro juguetón pisó el asfalto dispuesto a dar un paseo, aquella pareja joven le dejó correr libremente y después emprendieron la marcha a toda velocidad.

Verónica no daba crédito a lo que había visto. Ella se había empeñado en dar una vuelta en bici y Sergio la acompañó, él dijo de quedárselo desde el primer momento, pero ella repetía una y otra vez que ni hablar, eso hasta que llegaron al portón de la casa y no tuvo valor para cerrarle la puerta en las narices. Le puso un cuenco con leche y lo vio beber hasta saciarse, después levantó sus ojos negros hacia ella y le lamió la mano mientras quitaba unos hierbajos que habían caído dentro. Fue en ese instante cuando Verónica supo la verdad, no podía dejarlo vagar teniendo un hueco de escalera vacío donde improvisar una caseta. En cuanto miró a Sergio él lo supo, era esa comunicación que siempre se daba sin mediar palabra.

_ Creo que debajo de la escalera estaría bien_ ella asintió mientras él le explicaba lo contento que se pondría Iván con la sorpresa.

Sergio le hizo una caseta de hierro con unas chapas sobrantes y unos electrodos, por algo era soldador. Le puso una repisa en la parte alta para que le sirviera de cama en los días más fríos. Verónica pintó de rojo el tejado y de verde el resto, sobre la entrada escribió el nombre que su hijo había elegido para el perro, Mel.

Pareció gustarle su casa nueva desde el primer momento en que se guardó, y se diría que la consideró una casa sólida hasta que Iván se la volcó para que saliera de una vez. El perro se había guardado dentro huyendo de los cuarenta grados de calor a la sombra, y tardó varios días en volver a entrar.

Ellos no contaban tener perro, ni Mel contaba ser abandonado por sus primeros dueños, pero al quedárselo le dieron un compañero de juegos a su hijo, que era un niño inquieto y terrible en sus primeros años y le hacía cosas horribles como rodarlo por las escaleras como si fuese una pelota. Eso fue un día nada más y se zanjó cuando su madre lo rodó a él no las siete escaleras que había hasta el descansillo, si no dos, y haciendo trampa para que no se hiciera daño, pero con eso le bastó para no intentar repetirlo. Mel debió pasar en silencio por bastantes penalidades, pero si la cosa se ponía mal se resguardaba en el portal de la casa y arañaba con la pata tal y como hacía las noches de tormenta asustado por los truenos.

Pero una mañana de sábado en que Verónica horneaba una tarta le oyó chillar, era un chillido angustioso que llegaba desde el portal. Iván le había puesto muchas pinzas de la ropa en las orejas y las sacudía frenético sin poder quitárselas de encima, ella se las quitó y le puso una a Iván sin miramientos; a partir de aquel día tampoco volvió a hacerlo, en su disculpa dijo que no sabía que dolían tanto.

Otro día en que Mel ladró y ladró desde la carretera, Verónica se asomó a la ventana de la cocina y vio a su hijo plantado en medio de la carretera con su triciclo. El niño se había despistado de su padre y el perro no sabía como convencerle de que aquella no era tan buena idea. Verónica lo recogió a toda prisa del cambio de rasante y casi en cuanto lo quitó pasó un coche a suficiente velocidad para dejarla temblando.

Era un perro guardián sensato e inteligente, además de una alarma barata que libró de extraños y curiosos la puerta abierta de par en par típica de los pueblos en que más que entre vecinos se vive entre familia.

La mañana en que Verónica llevó a Mel a vacunar a la clínica veterinaria le anunciaron que era un Mz, ella tuvo que reírse a carcajadas porque le sonó a marca de coche.

_ Eso quiere decir que es mestizo _dijo el veterinario y ella pensó en un indio apache mezcla de muchas razas, ah, dijo ella, eso de la raza auténtica le parecía una chorrada como cualquier otra, una excusa para hacerse con algo exclusivo. ¿Mel por Mel Gibson? Le preguntó él con ojos chispeantes, ella negó con la cabeza y le explicó que el nombre lo escogió su hijo, él no la creyó y a ella le dio lo mismo. Decía la verdad y si no le creían no era su problema.

Al llegar a casa le dio la cartilla del perro al niño y le comunicó que el perro estaba a su nombre y que debía cuidarlo bien. A partir de entonces compartieron bocadillo, sentados en el primer peldaño de la escalera hombro con hombro como dos buenos amigos.

Frase


Odiar a alguien es darle demasiada importancia