¿Adónde vamos a ir a parar Dios mío? ¿Nos estamos volviendo todos locos con esto de la crisis o qué?
Voy a contarte lo que me pasó porque es que ya no se donde vamos a ir a parar. La verdad que no lo se.
La semana pasada me pasé por la librería de mi amiga Herminia. Venía del ambulatorio con el niño, que tiene mucho catarro y acababa de dejarlo en el colegio. Herminia estaba sola en la tienda y me pasé a saludarla, me contó que no vende nada y en estas vi un libro precioso con una portada de las que a mí me gustan, esas con paisajes de florituras y casas derruidas, y lo ojeé, se titulaba El océano en un puño y costaba quince euros. Quise pensármelo por eso de que las cosas no van muy bien, pero es que a Herminia le van mucho peor, así que lo compré y me lo traje a casa.
Entre el trabajo en la fábrica de embutido, el trabajo de la casa que todo me espera a mí y que si esto y aquello, tengo poco tiempo para leer, esa es la verdad, pero El océano en un puño vale lo que cuesta y mucho más. Aquí ya comienzo a resumir porque esto se me hace muy largo de explicar.
Aprovechando el buen tiempo me salí ayer tarde a leer al jardín, me senté a leer en el banco de piedra que estaba fresquito y apoyé el libro sobre la mesa de piedra poniéndole un paño debajo para no estropearlo. Estaba ya en la parte más interesante cuando un señor muy bien vestido tocó al timbre de la entrada y salí a ver qué se le ofrecía.
_ Vengo a cobrar mis derechos de autor_ me dijo muy serio después de habernos saludado con educación.
_ ¿Sus derechos de qué?_ le pregunté creyendo que había escuchado mal. Pues no, lo que es de oído voy bien.
_ Es que verá, todos mis ejemplares de El océano en un puño llevan un chip. Por eso la encontré.
_En un principio y para abreviar le negué que tuviera ese libro. El hombre me hizo una mueca extraña, sacó una especie de termómetro del bolsillo de su chaqueta y se escuchó un pitido, el mismo que emite un termómetro digital. Hasta ahí todo normal en caso de tener fiebre. Y está claro que a mí me subía por momentos a pasos agigantados. De dos zancadas llegó hasta la mesa y tomó el libro entre las manos.
_ ¿Lo ve? Si hemos de hacer caso a su marcapáginas ya va usted por la mitad. Por lo tanto me debe usted mis treinta euros por derechos de autor.
Hasta aquí hice alarde de toda mi paciencia y buen humor, pero al rebasar todos los límites del buen gusto el hombre me exasperó y ya me mostré más brusca, que también lo soy.
_ El libro lo compré en la tienda de mi amiga Herminia y se lo pagué, me costó quince euros si es que quiere saberlo.
_ Disculpe mi vanidad, ¿qué le parece a usted, le está gustando?
Por supuesto que disculpé su vanidad y no quise mezclar lo uno con lo otro, por lo tanto le dije la verdad.
_ Sí, el libro me está gustando mucho, escribe usted muy bien, pero no voy a pagarle derechos de nada y haga usted el favor de irse de una vez. Mañana me espera un largo día de trabajo, sé que lo entenderá.
Vuelvo a resumir: ahí se armó la bronca y en esas seguimos. Vamos, que estamos a la espera de juicio porque me negué a darle su libro o a pagar sus derechos de autor. Aquí ya no contaré la discusión que tuve con mi marido que estaba emperrado en que se lo diese y ya. Ya leches, que yo lo compré y no pienso pagar derechos a ningún autor de los que hay en mi estantería, y con esto es todo cuestión empezar. Así que vamos de cabeza al juzgado para que el juez determine si se lo tengo que devolver para no pagarle derechos de autor, o pagarle derechos de autor para poder quedármelo …¿Dónde vamos a ir a parar Dios mío, nos estamos volviendo todos locos o qué?