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domingo, 7 de agosto de 2011

Imaginar la vejez, por imaginar que no quede

Imagino mi vejez como un tiempo en el que podré disponer de todo el tiempo que preciso. Ilusión nada lógica cuando miro a mi alrededor y veo a los abuelos que cuidan de sus nietos porque sus hijos no tienen con quien dejarlos y se los dejan a ellos. Los más o menos afortunados, según se mire, se pagan una niñera o la guardería, pero seamos realistas, si todo sigue como está, las gestiones económicas de los mandatarios de turno lograrán atar de nuevo los lazos tanto tiempo estancados entre abuelos y nietos

Me imagino mi vejez como toda mi vida, no creo que sumar achaques y arrugas me haga una persona distinta, no creo que la gente cambie un ápice, cambian solo las circunstancias. Y en mi vejez me imagino inventándoles muchos cuentos a mis nietos, tal como antes y ahora, salvando todas las distancias de la edad, hice y hago con mis hijos. Cambia sólo la temática que en ese instante me ocupa, el cuento que ya saben de memoria e incluso a veces intentan evadir, siempre es el mismo.

Pues bien, mi yo abuela - que espero que sea- ya tiene algunos escenarios para los cuentos de mis futuros nietos, llegué a ellos desde la caja de un puzle de mil piezas que compré, y que después de armado mano a mano con mis hijos mientras conversamos y debatimos sobre esto y lo otro hasta el infinito como nos gusta hacer, pondré en uno de esos marcos que son todo cristal; a la espera de un marco que le haga justicia, alguna vez, cuando las cosas mejoren y le toque el turno de lucirse tal cual es. Sobre el paisaje de la caja se lee un nombre discreto Thomas Kinkade, y un consuelo enorme, pese a todos los desajustes y desavenencias que nos van haciendo cada vez más complicada la existencia en cuanto a moneda se refiere, está lo gratuito, el arte. Es el arte quien nos equilibra la balanza diaria, porque si hay algo que jamás podremos pagar a su debido precio es el arte.

Esa cualidad irrenunciable que forja su tiempo y su espacio. Que brota a quien lo tiene a raudales, que insiste, permanece y crece porque no puede dejar de hacerlo, como si de una planta de incógnitas procedencias se tratase. Nada hay en este mundo más bello que el arte, porque es capaz de retener todos los tiempos entre sus mimbres, de responder a su sola voz, de expandirse y de contagiarse. Ahora en google es tan sencillo como ir a imágenes, y poner Thomas Kinkade para asombrarse de algunos de los paisajes que siendo abuela recorreré una y otra vez, para contarles a mis futuros nietos -que espero que sean- unos cuentos inventados que en cuanto cuente ya olvidaré, para dejar espacio abierto por si me repito una y otra vez, en la conciencia dormida de que todos mis cuentos son siempre el mismo: Vive, no dejes de ilusionarte, de creer que puedes, de luchar por tus sueños, de ser mejor cada día y de sembrar alegría a tu paso, por fuertes que sean los contratiempos. Porque la vida está hecha solamente para ser feliz, con lo que viene y con lo que va; con lo que se presenta sin anunciarse, pero tú serás siempre el mismo y tu único objetivo es avanzar una y otra vez para demostrarte a ti mismo que la vida será siempre el lugar que tu hayas hecho de ella.

viernes, 5 de agosto de 2011

Marc Levy

Estoy leyendo Las cosas que no nos dijimos de Marc Levy. Me encanta este escritor porque aborda temas poco usuales en sus novelas, siempre va más allá de lo aparente y explora paraísos que a buen seguro en otro autor no funcionarían. Me gusta su sencillez de planteamientos, su ingenuidad palpable, su afán de aventurarse entre fronteras inauditas sin perder el piso. Me gusta que me hagan creer lo inverosímil. Que me otorgen respuestas que aún sabiendo que nunca serán, por el hecho de haber sido escritas ya son plausibles. Me gusta leer saltando de letra en letra, de línea en línea y de párrafo a párrafo sin perderme en laberintos poco probables porque no soy capaz de sentirme partícipe de la historia que estoy leyendo.

Él consigue que lea mientras hay un gran ruido de fondo, mientras me reclaman y vuelvo a mi lectura en el punto en que estaba, mientras los trajines diarios me llevan y me traen y consigo tener unos minutos imprecisos para leer. Consigue lo que pocos consiguen, que al retomar la lectura sepa en el punto exacto en que lo dejé aunque no recuerde la página. Y lo hace posible porque no se pierde en descripciones odiosas, no se repite, no paraliza la acción y en sus diálogos hace que los personajes se aproximen aún más a ti, que se parezcan a personas reales que exponen sus preocupaciones de motu propio.

Las cosas que no nos dijimos va de una chica que nunca tuvo una buena relación con su padre, y que después de enterrarlo recibe en su casa una caja de dos metros de alta con un androide dentro, ese androide es su padre, con quien tiene que decidir si quiere pasar seis días. Difícil elección que a la chica le plantea no pocos inconvenientes, pero una cosa está clara, después de esos seis días el androide morirá también, y la posibilidad de recuperar las cosas que no se dijeron también.

Aquí los críticos literarios supongo que tendrían mucho que decir en cuanto a qué cosa es literatura o no, lo de los betseller y su conveniencia o no etc etc. Yo como lectora me lo estoy pasando genial, y sinceramente no quiero que este libro se acabe, que tratándose de mí ya es bastante decir.


jueves, 4 de agosto de 2011

Retazos...

Esta noche es la primera de todas las noches que quedan de camino a la felicidad. El trayecto es el mismo para reír que para llorar.
La vida aguarda llena de sorpresas, solo hay que abrirlas.



Retazos son palabras que alguna vez he dejado como comentario en una entrada de blog. Palabras que una vez escritas me han sorprendido tanto como la entrada que las motivó.

Hay días torcidos

Hay días torcidos
como curvas del camino
como sueños no soñados
contratiempos no vencidos

Hay días torcidos
como infinitos precipicios
como alientos no alentados
reveses no resarcidos

Hay días torcidos
como espirales de espinos
como impulsos no impulsados
retraídos de sí mismos.


lunes, 1 de agosto de 2011

Sorpresas te da la vida

Queta tenía un ídolo de juventud, el sueco Mats Wilander que era un deportista acérrimo como ella, solo que más afortunado en eso de recoger la pelota con la raqueta y lanzarla al otro extremo de la pista, claro está, sin salirse de los márgenes. Esto le resultaba verdaderamente difícil siendo ella, de modo que se pasaba más tiempo buscando la pelota entre la alta hierba de un prado cercano que jugando con sus amigas sobre la pista. Siempre le podía la impaciencia.
Razón de más para pasarse las aburridas tardes de los fines de semana de toda su adolescencia viendo los partidos de tenis en los que participaba Mats Wilander, tan comedido si ganaba como si perdía, tan caballeroso, tan atinado, tan sufriente e insistente, dijesen lo que dijesen sus amigas que preferían a esos melenudos que daban saltos a lo largo y ancho de cualquier escenario entre baños de sudor y rostros contrariados.
A Queta le gustaba el poder de superación del que hizo alarde el sueco para ganar el Roland Garros con tan solo dieciséis años, y desde entonces lo siguió, malamente porque en aquellos tiempos no había demasiada información acerca de casi nada. Pero años después su curiosidad la llevó a encontrar un vídeo donde su eterno ídolo de juventud también cantaba, y al verlo sonrió, pues aún así estaba a un año luz de esos melenudos sudorosos.



domingo, 31 de julio de 2011

Una impresión

Prefiero la gente que es capaz de decirlo todo, a la que calla. La que calla cuando sabes que tiene aún algo por decir juega con trampa.

jueves, 28 de julio de 2011

Clásicos y modernos

Estoy leyendo a Frank Kafka, sus cuentos completos (textos originales), esto quiere decir que han sido traducidos de forma literal, no buscando la frase más bella sino la exacta que él quiso pronunciar. Y ya veo la cara del bibliotecario de turno frunciendo el ceño ante la de veces que lo voy a renovar. Me gusta la escritura de Kafka, tan lejos de las descripciones tortuosas del exterior y tan pródigas en las del alma. Me gusta su modo sutil de exponer aquello que nos quiere contar. Al leerlo el mundo se detiene y se pronuncia con su propia voz.

En esta edición de Valdemar hay relatos cortísimos, que podrían equivaler a lo que hoy en día es una entrada de blog, por ejemplo, El pasajero. Me reí al leerlo, me sonrío al leer ante la siempre suspicaz mirada de quienes están conmigo llenando de ruidos la casa mientras intento no perder el hilo, o me voy de ese lugar a otro en el que más tarde hacen su aparición. Creo que mi fascinación por este libro en concreto les puede del modo en que me puede a mí también. Y concluyo con una convicción, Frank Kafka ha dejado sus obras completas en el mundo, está claro que le encantaba escribir y supongo que no podía dejar de hacerlo. Cualquiera que decida abrir un blog puede hacer lo mismo aunque a veces ni tenga demasiado tiempo para hacerlo, si es lo suficientemente bueno todas las puertas quedan abiertas porque el arte según dijo Carlota o se tiene o no se tiene, no se puede aprender, la técnica ya es otra cosa, pero sin arte no sirve. Y si es malo quizá no le leerán, si es malo lo sabe, por eso no le importa que le lean poco, le importa sacar al exterior lo que crece de un modo interior, del modo en que el jardinero arranca la hierba mala; para que no moleste la extensión de las otras plantas, las que todo lo llenan de aroma y colorido, las que sirven, las que adornan, las que le llenan de paz.