Ella comenzó a crecer cuando vislumbró por primera vez esa gran pizarra verde de la escuela de verano a la que acudían sus hermanos y otros niños del pueblo. Junto a la planta verde que trepaba hasta el techo, adivinó un jeroglífico en tiza que le sonó a un idioma aprendido en otra vida, y se soltó de la mano de su abuelo para estudiarlo más de cerca, e intentar interpretarlo. Fue entonces cuando la maestra tradujo para ella lo que decía ese conjunto de letras blancas entrelazadas que destacaban sobre el verde oscuro. La frase resonó dentro de su cabeza de tal forma que nada volvió a ser igual desde entonces, quedó fascinada por otra especie de mundo cifrado al que desde ese mismo instante perteneció. Y quiso saber de que modo podían nombrarse otras cosas que le fascinaban, como estrella, mar, cielo, sol o arena, la maestra con gesto sonriente las escribió en la parte superior de la pizarra. Entonces Ella le rogó a su abuelo que la dejase quedarse esas dos horas para saborearlas como si de un plato exquisito se tratase, y su abuelo accedió, porque siempre la había entendido como nadie. Sobre la pizarra la maestra escribió números toda la mañana, pero los números no representaron nada para Ella que seguía sumida en la fascinación de todas las estrellas, mares, cielos, soles y arenas conjugados en la enorme pantalla. Y finalmente Ella decidió que ese mismo verano aprendería a leer, para poder entender el concepto de todo cuanto alguien hubiese escrito alguna vez. Y aprendió a leer ese mismo verano y leyó y leyó, pero años más tarde de la nada surgió otro férreo propósito igual de cabezón, escribir sus propias palabras para que cobrasen vida en otros lugares del planeta. Palabras que una vez sembradas pudiesen crecer y enredarse en otras, dando forma a todos los sueños, porque un sueño escrito siempre es más sencillo de recordar, de afianzar y de llevar a buen término. En medio de un mundo que Ella a veces no entiende sigue encontrando maravillosas noticias que la hacen creer, y ya se sabe, creer es crecer.