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martes, 21 de septiembre de 2010

La enfermedad del olvido

Hoy se celebra el día mundial del Alzheimer‎ y no voy a entrar a valorar lo que es la enfermedad que más o menos a todos nos ha tocado de cerca. Todos hemos compartido nuestro tiempo en mayor o menor medida con alguien que ha perdido la memoria, y nos hemos maravillado de esa inocencia pícara del anciano que hace sus travesuras de muy mayor. Que nos mira tras haber escondido su tesoro, tan nimio como pueda serlo una servilleta de papel con un dibujo de hojas, en un bolsillo cualquiera donde pueda rescatarlo para mirarlo a solas.
No quiero recordar todo lo malo de esta enfermedad, porque en general prefiero subrayar lo bueno, aquello que siempre me ha conmovido y es la certeza de que antes de conservar memoria para un abandono, prefiero olvidar la compañía. Egoístamente, pero lo prefiero, antes que me olviden prefiero olvidar, la experiencia me dice que allí donde hay un enfermo de Alzheimer‎ hay una persona muy bien cuidada. Hablo de la experiencia que yo viví, consciente como siempre de que en el mundo hay de todo.
Era adorable el modo en que Catalina cuidaba de las plantas, cuando no sabía cuidar de ella misma. Arrancaba con cuidado las hojas marrones y colocaba las flores, quitaba alguna hierba perdida y después arrimaba su nariz para aspirar su aroma. Podía pasarse horas enteras en el jardín, perdida en sus pensamientos, con el sol acariciando su piel y un gorro cualquiera sobre la cabeza. Esa estampa me ha quedado cuando la recuerdo, su pelo blanco de nieve, su cuerpo rechoncho, su poca estatura, su cara de luna y esa sonrisa beatífica con que solía escuchar todas las palabras. Le encantaba que hablasen con ella, tal vez porque en medio del silencio interior las palabras sonaban a música y eran capaces de otorgarle por segundos una clase de entendimiento que no acertaba a explicar; se transmitía en la luz de sus ojos.
No voy a decir que sus últimos años fueron felices, porque no puedo saberlo, pero transmitía una gran paz. La misma que dejó tras ella cuando se fue, porque la sabíamos encerrada en un laberinto de noventa años donde no habría querido estar. Pero tal vez se halle una gran suerte en el hecho de perder a un hijo en terribles circunstancias y no enterarse. Tal vez la enfermedad del olvido fue lo mejor que en esos últimos tiempos le pudo pasar. Un ahorro de millones de lágrimas que no tuvo que llorar. Sus sonrisas extasiadas ante el prodigio de cada flor nueva, a todos, incluso a ella misma nos sirvieron de más, era nuestra calurosa bienvenida particular, sin llegar a reconocernos nos conocía, del modo en que nunca dejó de reconocerse en el espejo para acicalarse. Nunca se dejó de acicalar, o de alisarse la ropa al levantarse del sillón, o de abrocharse con esfuerzo un botón descuidado que de pronto nos enseñaba su enagua tan nívea como su pelo, y de ruborizarse como una niña por ello. Una niña de noventa años imposible de olvidar.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Ana de las tejas verdes

Es la historia de una niña huérfana llena de fantasías que un día abandona el orfanato para ir a vivir con Matthew y Marilla, dos hermanos solteros de avanzada edad que han decidido adoptar a un muchacho que les ayude en las agotadoras tareas de la granja. Anne se enamora de Avonlea nada más llegar y ante su radiante entusiasmo Matthew no puede hacer otra cosa que llevarla a casa y dejar para Marilla la parte cruda del asunto, decirle que ellos esperaban un chico, y que no hay lugar para ella en ese hogar.

Megan Follows borda el papel de Anne Shirley, pero los demás actores de esta serie no se quedan atrás. Los paisajes son desbordantes, lo mismo que el vestuario y la banda sonora, parece que ni un solo detalle se les haya escapado. Te sumerges en otra época tal como si formases parte de ella y por más veces que puedas verla no deja de sorprender ese mimo con que parece haber sido rodada.

Ahora sé que hay cuatro dvds de esta serie, me los encontré en la biblioteca revolviendo entre las películas - que las hay pésimas por cierto-, y que no tienen edad, porque siempre que las he recomendado a personas muy diferentes entre sí me han confirmado lo mismo que cuento. Que es una historia magistral, una de las que no se olvidan. Perfecta para una tarde cualquiera, pero si debiera escoger, una tarde de invierno de lluvia y viento, frío inmaculado y cierto desánimo; es ahí donde brilla más. En una tarde en familia donde todo lo que cabe es soñar.




viernes, 17 de septiembre de 2010

Que lástima

En el amor como en la ropa,
allí donde ya se ha remendado se vuelve a romper.

Begoña



Mi mucho desconocimiento del mundo de internet me lleva a temer bastante eso de enlazar, pero este vídeo me parece uno de los mejores que tiene Alejandro Fernández. Se cuenta que el rodaje estaba preparado en un bajo en obras, pero fue inevitable que se corriera la voz de que él estaba allí. La gente se arremolinó para verlo y el final de este vídeo nadie se lo esperaba. Les quedó genial
...eran otros tiempos...


jueves, 16 de septiembre de 2010

Un sueño de tantos

Cuando comencé a la escuela en serio, recuerdo que dibujaba casitas, flores, nubes, montañas, soles y lunas en los cuatro márgenes de las hojas de todas mis tareas. El profesor -que una vez me rescató in estremis de ser atropellada por un autobús cargado de escombro, evitando que mi vida finalizase a los siete años por jugar con mis amigos al pilla- pilla-, al principio se quedaba a mirar lo que había dibujado con cierto desconcierto, pero con el tiempo, tal vez porque la variedad de dibujos eran más bien repetitivos llegó a irritarse y a prohibirme esa manía que jamás había observado en alumno alguno. A partir de ahí me reservaba la página final para la ilustración, pero ya no tenía la misma gracia porque los consideraba parte de ese aprendizaje de números tan ajeno a mí, nunca me ha gustado la frialdad de los números en comparación a la inmensa calidez de los abecedarios repetidos hasta el infinito.

Como mala estudiante me arrepiento de todo aquello que no hice en su momento, porque hay una edad para aprender, para encauzar el futuro, para utilizar las energías innatas y para completar el proyecto vital. Ahora lo veo así, y aunque jamás volvería atrás los relojes para recuperar el tiempo pasado, sé, con la conciencia que otorgan los años que si ahora tuviese de nuevo siete intrépidos años me buscaría lugar en una clase de pintura para aprender a dibujar. ¿Porqué?, pues por todo lo que viene de un lugar que no se acierta a concretar, porque sí. Porque a día de hoy me gustaría haber aprendido más y haber retenido en la memoria todo aquello que olvidé porque jamás llegué a entender del todo a falta de motivación.

La vida me ha dado la posibilidad de traer al mundo a alguien con verdadero talento dibujante que jamás quiso desarrollar esa aptitud, pero que me ha dejado enmarcar muchos de sus trabajos de clase de dibujo. Ese es el premio con que me quedo, en espera que dentro de algunos años por un deseo interior decida dedicarle tiempo a su talento.

Sabiendo que la vida ofrece todo tipo de posibilidades para sustituir el "pudiera ser" por el "es ahora mismo" no voy a quejarme, porque quejarse solo aporta debilidad y el objeto de la vida es realizarse. A lo largo del tiempo he aprendido una sola cosa, todo está, solo hace falta buscarlo con fe y se encontrará. A veces cuando menos te lo esperas.

Si yo supiera dibujar tal vez jamás hubiese dibujado algo tan bonito como lo que aparece de principio a fin de este blog, pero me gustaría soñarlo. A fin de cuentas soñar es gratis, y la mayor riqueza que se puede atesorar. ¿O acaso no?


miércoles, 15 de septiembre de 2010

LLego tarde

Hace ya algunos años, en medio de un arrebato de estridencia a saber porqué, mi hijo me hizo una advertencia: a los cuarenta mi hermana y yo te meteremos en un asilo, porque no hay quien te soporte siempre a vueltas con la misma cantinela. En ese momento creo que enarqué mucho las cejas, llené de aire los pulmones y solté varias palabrotas malsonantes, convirtiéndome de pronto en el peor ejemplo de madre posible, cuando hasta ese instante llevaba un cuarto de hora siendo una madre paciente que pone los ejemplos de lo que sucedería si se hiciese tal o cual cosa. Creo que todas las madres del mundo ponemos mucho empeño en dar aquellos consejos que en su tiempo nos dieron y no quisimos escuchar. Pero que eran tan ciertos como que si metes los dedos en el enchufe te pega un calambrazo. A veces solo el calambrazo nos hace reaccionar, y no las largas conversaciones maternas que son un rollo y nos convierten las horas de paz en charlas cargantes acerca de la vida.

Cuando uno es joven la vida es un lugar llano donde no existen problemas, y nuestros padres son lo más pesimista que pisó el mundo. Lo único que recuerdo de mi adolescencia es lo poco que me parecería a mi madre cuando tuviese hijos. Yo iba a ser una madre supermegaguay de la muerte, y supermegacomprensiva. La única diferencia es que lo soy, cuando caigo en la cuenta de estoy haciendo aquello que odiaba tanto que me hiciesen a mí. Es entonces cuando cambio el chip y recuerdo que todos sus sobresalientes -esos que yo nunca tuve- habrán de servirles para algo, porque bien pensado aquello que les estaba diciendo es más o menos lo mismo que les suelo repetir. Y por eso ya ni me escuchan...

Pues bien, llevo ya casi un año de retraso en lo del asilo, y esta mañana a la hora del desayuno se lo he recordado a los dos, les he dicho: Quiero mi asilo ya, estoy harta de hacer camas y preparar comidas, de limpiar la casa y de intentar tenerlo todo bajo control. Vosotros repartiros este espacio y dejarme disfrutar de mi vejez. Ellos me miraron tan fijamente como si me hubiese dado algo de repente y me dejaron estar. Volví a repetirles que con una habitación su padre y yo tendremos más que suficiente, pero que yo quiero piscina y vistas al mar, son mis únicos requisitos.

-Pobre_ comentó alguna_ con tanto escribir se está volviendo tururata.
-Ya lo ves_ respondió el otro más ancho que pancho.

Y en mi cabeza estaba esa imagen idílica a la que ya me acostumbré, mi vejez en un asilo, con todo hecho, y con mucho tiempo para leer y escribir. A esta imagen hace unos meses le añadí un portátil y conexión a internet para seguir escribiendo en este blog. Aunque a veces me tiente la idea de abandonarlo a su suerte por caótico y termine retornando a él tan sedienta como si acabase de cruzar de extremo a extremo un desierto y me hubiese encontrado con un vaso de agua que beber.

Pues bien, el asilo idílico que hasta ahora solo estaba en mi cabeza, ya lo puedo concretar, es uno idéntico a este pero asturiano. Vivir para encontrar.


martes, 14 de septiembre de 2010

Algo precioso que leer

Lo dejo aquí para rebuscarlo cuando lo necesite, y para compartirlo porque me encantó.

lunes, 13 de septiembre de 2010

¿Podemos cambiar?

En el magazine que nos regalan con el periódico del domingo viene una entrevista a Joe Dispenza, alguien de quien jamás oí hablar - y a quien seguiré la pista-, porque todas sus respuestas son una puerta a la esperanza. Sobre todo la que afirma que toda persona puede cambiar, al preguntarle de que forma responde:

Cambiando el pensamiento. El interruptor que activa el cambio es la voluntad, porque desencadenará una nueva información. Cambiar es pensar de forma más amplia, trascender tu propio entorno. Es conectarte a un sueño a una idea que existe ya en el campo cuántico de posibilidades. Es creer en ese futuro cuando todavía no se puede percibir con los sentidos.

La entrevista es tan extensa como interesante, no se sabe la cantidad de entrevistas como esta que tengo guardadas en espera de encuadernar, ni todas las que habré perdido entre la montaña de papeles que colecciono. Se me ocurre que este vicio de escribir debería servirme al menos para eso, para saber archivar debidamente aquello que me apasiona, por ejemplo las respuestas que me sirven en el día a día sin llevar acuñadas una fecha de caducidad. De entre todas sus enseñanzas apunto otra:

Primero hay que sentir amor por uno mismo y, en consecuencia, amamos todo lo demás. Si no nos gustan ciertas cosas, debemos eliminarlas antes en nosotros.

Me encanta porque no da respuestas facilonas o gratuitas ya que según él en cada momento se vive lo que uno ha creado con sus pensamientos. Ahí es nada.