- Sin problema, pero sólo si vamos a la cafetería que está junto a la playa, pago yo.
Nati asintió desde el otro lado de la línea, y Paula se despidió de su marido intentando desoír su queja muda, no le gustaba que lo dejase solo a media tarde de domingo. En general no le gustaba que lo dejase solo, pero sabía que Paula no se podía abstraer de una llamada de urgencia por el motivo que fuese, le gustaba demasiado colaborar en recuperar de nuevo la calma a su alrededor. Se despidieron con un beso hecho risas y se marchó. El viento fresco en las mejillas la reanimó mientras recorría el pueblo de orilla a orilla y cruzaba el parque en que los niños y no tan niños se habían reunido para charlar. Después cruzó por las vías del tren para atajar camino y vio al grupo de siempre consumiendo todo tipo de drogas, solo que cada vez era más, algo se le removía por dentro cuando les contemplaba, ellos la insultaban y la obligaban a darse prisa, como si el hecho de ser testigo de sus trapicheos fuese algo digno de contemplar. Por muchas veces que los viese ni en una ocasión dejaban de parecerle meros esclavos de su adicción.
El mar estaba tan quieto como una piscina y tan gris como el cielo. Nati tan derrumbada como la última vez, no terminaba de encajar que a sus cuarenta y dos años hubiesen vuelto a engañarla, no podía culparla porque esta vez ella misma lo creyó, hubiese jurado a pies juntillas que Alfredo era en verdad el hombre de su vida, solo que a los dos años de conocerlo fue y se esfumó. No respondía al teléfono y se había cambiado de ciudad, a través de un amigo leal terminó sabiendo la verdad, convivía desde hacía meses con otra mujer. Él se había llevado todas sus cosas al nuevo hogar, y a Nati le había dejado todas las preguntas, que se sublevaban una y otra vez en cuanto abría las ventanas para ventilar, en cuanto se metía en la cama con su soledad, o en cuanto preparaba un plato para dos en vez de para uno. Y es que Nati nunca tuvo suerte alguna para el amor. En eso pensaba mientras la escuchaba hablar y hablar dando vueltas sobre lo mismo una y otra vez, porque en realidad la llamaba para tener un oído al otro lado de ese monólogo interior que daba vueltas como el bombo de una lavadora, un bombo donde en lugar de lavar ensuciaba cada recuerdo, cada frase, cada palabra.
- En verdad te quiso, eso no lo puedes dudar.
A cada frase pronunciada se incendiaba todo alrededor, Paula lamentó haber sido traicionada por su deseo de escucharse defender una verdad, Alfredo la había querido de veras, solo que en su forma de amar iba impuesta una cierta libertad que ella no supo concederle. Por eso le terminó asfixiando entre sus muchas peticiones que solo eran miedo, miedo a quedarse sola de nuevo, que fue lo que finalmente consiguió.
- Tú no puedes comprenderme.
Esta aseveración la pilló distraída en un tímido rayo de sol que atravesó las nubes desde lo lejos, y pintó de pronto todo el paisaje a su alrededor, en verdes más verdes y azules más frondosos.
- ¿No puedo comprenderte por qué?
- Porque tú eras una niña cuando empezaste a salir con Rubén y jamás os habéis separado desde entonces, no puedes saber lo que se siente.
-¿Qué es lo que se supone que no puedo entender?
-Lo que se siente cuando te abandonan.
Paula había caído más veces en esa trampa en los últimos meses, por eso mismo negó con la cabeza y siguió escuchando las eternas quejas de Nati mientras miraba disimuladamente el reloj que había al fondo de la cafetería, le quedaba aún una hora de reunión. Dejó dos euros sobre la mesa y propuso ir a dar un paseo hasta el nuevo embarcadero, y desde allí a la iglesia, Nati asintió sin demasiado entusiasmo. El viento fresco en la cara las reanimó.
-¿De verdad te parece que no puedo comprenderte?_ Nati asintió_ pues te aseguro que en treinta años de matrimonio hay también mucho desamor.
- Nunca te escucho quejarte.
- No puedo quejarme, ha sido mi decisión, es la decisión que escojo cada día y hay etapas para todo. Pero no siempre es tan idílico como pueda parecerte. A veces hay que renunciar a muchas cosas por las dos partes por un bien común.
- Nunca te oí decirlo.
- Nunca me escuchas.
La risa de Nati llenó la tarde de alegría repentina, y Paula estuvo dispuesta a exagerar para devolverle de una vez por todas ese entusiasmo que dormitaba escondido en algún rincón.