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jueves, 31 de mayo de 2012

Si te olvidas de mí, me muero sin remedio

Esta mañana, escuchando más que viendo, el telediario matinal, me llegó una frase: Reunión de los cuatro poderosos del mundo para hablar de los temas importantes del momento. Y mientras intentaba poner orden en mis quehaceres esperé a escuchar. De entre todos esos temas me faltó el mismo de siempre: el hambre en el mundo. Y me pregunté por qué motivo a estos mandatarios mundiales les cuesta tanto añadir un tema más de conversación.

Lo pensé porque unos días atrás en otro telediario se dio una noticia escalofriante: trescientos mil niños del cuerno de África se hallan en peligro de muerte, debido a la extremada hambruna que están padeciendo.

Quizá sería hora de que quienes nos quejamos de la crisis monetaria, aprendamos a ver la diferencia que existe entre nuestro lado del mundo y el otro. Un mundo que se ha endeudado hasta las orejas por vivir por encima de sus posibilidades, y otro mundo donde diariamente mueren cientos de personas por no tener ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca.

Quizá desde hace tantos años como tengo conciencia, este problema de hambruna en terceros mundos, exista porque en todas las reuniones de poderosos mundiales se olvidan de hablar de este problema. Un problema que quizá entre todos, poderosos y gentes sin poder; podríamos resolver. Solo con reunirnos a debatirlo, a buscar soluciones, a implicarnos de lleno, a unir nuestras fuerzas; nuestro máximo entendimiento, nuestra condición de personas de bien.

Pasan los días, los meses, los años, los lustros, incluso los siglos y seguimos centrando los focos en los beneficios, olvidando de lleno lo importante que para cualquier persona del planeta resulta comer. Cuando a  un lado del mundo unos olvidan buscar una solución. Al otro lado del mundo otros perecen sin remedio.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Retazos...

Quizá cuando llueva, todas las gotas de lluvia serán lágrimas que alguien derramará desde su trono coronado de estrellas.

¿Existe el destino?

Hace unos días un chico de 17 años se empeñó en ir hasta la ciudad en moto. Su madre le dijo que no. Que tomase el autobús para ir, como hacía todos los días. Él le insistió en que tendría mucho cuidado, en que se fiara de él, en que por una vez le dejase libertad para ir donde quería en la forma que eligiese. Le rogó, le suplicó, y llevó a cabo todas las artimañas capaces de desarmar a una madre. Lo hizo porque quería ser mayor, comportarse como alguien mayor, y ganarse un espacio de libertad que quizá hasta ese momento sintió vedado.

Su madre le dijo desde el primer momento que no le preocupaba él, que era responsable y digno de confianza; que le preocupaban los demás conductores y sus posibles despistes porque una moto es un vehículo frágil en carretera. El chico se marchó de casa orgulloso porque su madre confiase en él, y prometiendo tener todo el cuidado del mundo. Poco podía pensar que tan solo unos kilómetros más tarde un conductor despistado se le cruzaría por delante, y que en su maniobra por intentar esquivarlo perdería la vida.
El hombre no vio la moto, ni supo lo que causó, hasta que kilómetros más adelante fue detenido.

Unos días más tarde comentando esta desgracia con una amiga, ella me recordaba lo que tanta gente me recuerda a diario Que nadie escapa a su destino. ¿El destino? -le respondí-. Yo no creo en el destino. Aquí tuvimos un debate en el que ella, que cree ciegamente en el destino obtuvo un consuelo. Y en el que yo, que creo en todo caso, en la fatalidad evitable, no obtuve consuelo alguno. Y pensé en esa madre, y en la de veces que a lo largo de su vida se arrepentiría de haber dado el sí. En todo ese infierno en el que no hallaría consuelo; independientemente de que fuese por destino, o por fatalidad que nadie pudo evitar.

Entre la actitud de mi amiga y la mía, existe un abismo irreconciliable, en el que ella al menos sale reconfortada. Para quienes somos reacios a creer en destinos existe siempre un tira y afloja que ni descansa, ni deja descansar a los demás. Tendemos a prevenir a quienes queremos hasta límites desorbitados, lo reconozco, como una enfermedad que no conseguimos curar. Y destino o fatalidad no descansan nunca. NI dejan descansar.

martes, 29 de mayo de 2012

Lo que saben de ti que nunca fue cierto...

Conozco a una madre que es capaz de cualquier cosa por hacerse con todos los libros que quiere leer de la biblioteca. No es una madre común, es un monstruo devora libros que picotea aquí y allá, y entre tanto picoteo, algunas veces consigue leer un libro de verdad.

A esta madre un día su hijo adolescente le recriminó que valiéndose de su carnet de la biblioteca, sacase libros tan cutres a su nombre. Le expuso que cualquiera que mirase los títulos que él -aparentemente- había sacado en los últimos años, de la red de bibliotecas, se pensaría que estaba mal de la cabeza, y que no era así. Que los libros que él leía no tenían nada que ver con el riego de las orquídeas, la decoración de interiores, romanticismo cutre, rutas por la Asturias frondosa, psicología adolescente, clásicos de todos los tiempos elegidos a dedo, ni demás conglomerado solo apto para cerebros atropellados. Le hizo saber además que no era normal hacerse con todos los carnets de la familia y usarlos casi todos a la vez. Ni apilar tal cantidad de libros disonantes entre sí sobre la mesa del salón, porque cualquiera que dedicase tiempo a ojearlos de verdad, en tal desorden, terminaría luchando contra molinos de viento imaginarios.

La madre se mofó de su sensibilidad agudizada. Y le dijo que quienes están trabajando en las bibliotecas no se dedican a juzgar a los demás, ni a espiarles la vida. Por respuesta su hijo adolescente alzó las cejas y la miró con sorna, antes de decirle un simple: Ya, eso te crees tú.

Mientras leía esta entrada de blog hace unos días me pregunté algo que me pregunto con frecuencia antes de pasar página y dejar la mente en blanco al menos por una vez ¿Qué podría la gente aseverar sobre mí, que yo no sé, leyendo este blog?

Cualquiera sabe...

lunes, 28 de mayo de 2012

Seguimos con el debate

Sigo recopilando información sobre el tema. Y después de leída esta entrada no me queda más que sonreír. Si hay algo que de verdad tengo claro es que un escritor escribe para ser leído. Al menos en caso de que decida publicar su obra en el soporte que sea.

Ella asegura que muchos de los que creen escribir escribir no escriben. Tuve que reírme al leerlo, aunque no lo expuso exactamente así. Y en eso estamos de acuerdo. Me suena a ese dicho tan antiguo de A río revuelto ganancia de pescadores. De nuevo es el lector quien deberá decidir.

Muchos libros que a mí me han gustado han sido criticados por otros. Y a mí me han gustado. Me han aportado algo. Me han dado soluciones incluso. Y de alguna manera los he hecho míos. El hecho de que a ese otro no le hayan surtido el mismo efecto no hace ese libro mejor o peor. Un libro es un libro. Y quizá como lectores no todos encontramos lo mismo.

Quizá un escritor cuente una historia que necesita contar, y un lector lea una historia que necesite leer. Y ambos, aún partiendo de lugares remotos, lleguen a un mismo lugar en que ambos puedan aprender.
¿Quien podría asegurar que lo aprendido no ha sido valioso?

Seguimos con el debate 

sábado, 26 de mayo de 2012

Autores independientes

Son aquellos que buscan su camino entre todos los que ofrece la vida. Aquellos que tienen claro lo que quieren, cómo lo quieren y que además saben explicarlo a los demás.

Es un tema que suscita debates y opiniones diferentes. Yo evalúo y sopeso, y me quedo con lo positivo, que al final el lector será quien elegirá. Será como mirar el cielo y escoger la nube más atrayente de todas, o como mirar el mar y elegir la ola perfecta, como mirar el campo y escoger la flor de entre todas más hermosa. Será como sumar. 

viernes, 25 de mayo de 2012

Asturias sin carbón

En estas semanas los mineros están cortando carreteras para que la gente sea consciente de su situación. Y ahí, detenida durante retenciones kilométricas puedo sentir su temor a ese futuro incierto que alguien designa. Puedo hacer recapitulación de todo lo que la minería ha significado en mi vida.

He crecido escuchando canciones dedicadas a ese trabajo tan duro. He sido testigo de incontables desgracias filmadas por televisión desde que tengo uso de razón. Conozco gente minera que ha seguido los pasos de sus abuelos o bisabuelos, familias enteras, que se han pasado el trabajo como tradición. Y siento que si se mueren las minas asturianas se muere una parte de lo que somos los asturianos, que ya sabemos de defunciones marcadas por los de afuera. Así se nos murió la ganadería, y toda nuestra vida cambió.

Son otros tiempos, nos dicen. Sí, son otros tiempos. Y hay que evolucionar y cambiar, y adaptarse y avanzar, sí, ¿pero a que precio? De un tiempo a esta parte miro a esta Asturias y no la reconozco. Los veranos se nos llenan de turistas y los inviernos quedamos cuatro gatos. Todo es asfalto a nuestro alrededor. Todo es prisa y consumo, todo está cambiado, puesto que pertenezco al lugar que crece y crece sin ton ni son. Solo cuando vuelvo a los pueblos semidesiertos porque solo quedan ancianos, siento que vuelvo al lugar de donde soy. Un lugar donde todo era verde y todo silencio, y había cientos de vacas a mi alrededor. Ahora en esos pueblos ni hay vacas. Evolucionamos sí, pero en cierta forma a peor.

Cuando una parte de nuestra historia se muere se muere una parte de nosotros. De lo que fuimos, de lo que somos. El hecho de que sea por mandato y bajo un decreto no lo convierte en mejor.

Asturias sin carbón