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jueves, 11 de agosto de 2011

Frase


Olvida uno su falta después de haberla confesado a otro, pero normalmente el otro no la olvida.

Friedrich Wilhelm Nietzsche

martes, 9 de agosto de 2011

Yo no se olvidar

Los coches de choque daban vueltas sin parar cuando María escuchó de fondo la canción que una vez les perteneció a los dos. Al acercarse lo vio girar su cara hacia ella, como si apenas hubiese llegado a un lugar ya pudiese detectarla, su mejor amigo llevaba el coche, él solo intentó conducir sus sentimientos como un mal actor. Según el horóscopo chino era un caballo de fuego, que en ese instante relinchaba, entre el silencio absoluto de su soledad acompañada y los mil remordimientos de haberla perdido por un motivo tan nimio.

María pudo leer en sus ojos mil veces aprendidos, y lo supo al instante, por eso sonrió; supo que aún no había podido olvidarla, a ella que siendo tan solo una niña solo al verla lo eclipsó. Se sintió feliz de que siguiese cumpliendo su promesa de no olvidarla nunca, fue lo último que le dijo, la última frase que le oyó a través del teléfono que trajo su voz entrecortada entre sollozos. Unos ojos ya maduros observaron la escena de lejos y se cerraron por no ver, convencidos de lo mismo de siempre: el amor verdadero puede verse donde esté. Las circunstancias ya son otra cosa, pudiera ser o no ser; en todo caso siempre es más complicado retomar el vuelo que volar sin saber.


domingo, 7 de agosto de 2011

Imaginar la vejez, por imaginar que no quede

Imagino mi vejez como un tiempo en el que podré disponer de todo el tiempo que preciso. Ilusión nada lógica cuando miro a mi alrededor y veo a los abuelos que cuidan de sus nietos porque sus hijos no tienen con quien dejarlos y se los dejan a ellos. Los más o menos afortunados, según se mire, se pagan una niñera o la guardería, pero seamos realistas, si todo sigue como está, las gestiones económicas de los mandatarios de turno lograrán atar de nuevo los lazos tanto tiempo estancados entre abuelos y nietos

Me imagino mi vejez como toda mi vida, no creo que sumar achaques y arrugas me haga una persona distinta, no creo que la gente cambie un ápice, cambian solo las circunstancias. Y en mi vejez me imagino inventándoles muchos cuentos a mis nietos, tal como antes y ahora, salvando todas las distancias de la edad, hice y hago con mis hijos. Cambia sólo la temática que en ese instante me ocupa, el cuento que ya saben de memoria e incluso a veces intentan evadir, siempre es el mismo.

Pues bien, mi yo abuela - que espero que sea- ya tiene algunos escenarios para los cuentos de mis futuros nietos, llegué a ellos desde la caja de un puzle de mil piezas que compré, y que después de armado mano a mano con mis hijos mientras conversamos y debatimos sobre esto y lo otro hasta el infinito como nos gusta hacer, pondré en uno de esos marcos que son todo cristal; a la espera de un marco que le haga justicia, alguna vez, cuando las cosas mejoren y le toque el turno de lucirse tal cual es. Sobre el paisaje de la caja se lee un nombre discreto Thomas Kinkade, y un consuelo enorme, pese a todos los desajustes y desavenencias que nos van haciendo cada vez más complicada la existencia en cuanto a moneda se refiere, está lo gratuito, el arte. Es el arte quien nos equilibra la balanza diaria, porque si hay algo que jamás podremos pagar a su debido precio es el arte.

Esa cualidad irrenunciable que forja su tiempo y su espacio. Que brota a quien lo tiene a raudales, que insiste, permanece y crece porque no puede dejar de hacerlo, como si de una planta de incógnitas procedencias se tratase. Nada hay en este mundo más bello que el arte, porque es capaz de retener todos los tiempos entre sus mimbres, de responder a su sola voz, de expandirse y de contagiarse. Ahora en google es tan sencillo como ir a imágenes, y poner Thomas Kinkade para asombrarse de algunos de los paisajes que siendo abuela recorreré una y otra vez, para contarles a mis futuros nietos -que espero que sean- unos cuentos inventados que en cuanto cuente ya olvidaré, para dejar espacio abierto por si me repito una y otra vez, en la conciencia dormida de que todos mis cuentos son siempre el mismo: Vive, no dejes de ilusionarte, de creer que puedes, de luchar por tus sueños, de ser mejor cada día y de sembrar alegría a tu paso, por fuertes que sean los contratiempos. Porque la vida está hecha solamente para ser feliz, con lo que viene y con lo que va; con lo que se presenta sin anunciarse, pero tú serás siempre el mismo y tu único objetivo es avanzar una y otra vez para demostrarte a ti mismo que la vida será siempre el lugar que tu hayas hecho de ella.

viernes, 5 de agosto de 2011

Marc Levy

Estoy leyendo Las cosas que no nos dijimos de Marc Levy. Me encanta este escritor porque aborda temas poco usuales en sus novelas, siempre va más allá de lo aparente y explora paraísos que a buen seguro en otro autor no funcionarían. Me gusta su sencillez de planteamientos, su ingenuidad palpable, su afán de aventurarse entre fronteras inauditas sin perder el piso. Me gusta que me hagan creer lo inverosímil. Que me otorgen respuestas que aún sabiendo que nunca serán, por el hecho de haber sido escritas ya son plausibles. Me gusta leer saltando de letra en letra, de línea en línea y de párrafo a párrafo sin perderme en laberintos poco probables porque no soy capaz de sentirme partícipe de la historia que estoy leyendo.

Él consigue que lea mientras hay un gran ruido de fondo, mientras me reclaman y vuelvo a mi lectura en el punto en que estaba, mientras los trajines diarios me llevan y me traen y consigo tener unos minutos imprecisos para leer. Consigue lo que pocos consiguen, que al retomar la lectura sepa en el punto exacto en que lo dejé aunque no recuerde la página. Y lo hace posible porque no se pierde en descripciones odiosas, no se repite, no paraliza la acción y en sus diálogos hace que los personajes se aproximen aún más a ti, que se parezcan a personas reales que exponen sus preocupaciones de motu propio.

Las cosas que no nos dijimos va de una chica que nunca tuvo una buena relación con su padre, y que después de enterrarlo recibe en su casa una caja de dos metros de alta con un androide dentro, ese androide es su padre, con quien tiene que decidir si quiere pasar seis días. Difícil elección que a la chica le plantea no pocos inconvenientes, pero una cosa está clara, después de esos seis días el androide morirá también, y la posibilidad de recuperar las cosas que no se dijeron también.

Aquí los críticos literarios supongo que tendrían mucho que decir en cuanto a qué cosa es literatura o no, lo de los betseller y su conveniencia o no etc etc. Yo como lectora me lo estoy pasando genial, y sinceramente no quiero que este libro se acabe, que tratándose de mí ya es bastante decir.


jueves, 4 de agosto de 2011

Retazos...

Esta noche es la primera de todas las noches que quedan de camino a la felicidad. El trayecto es el mismo para reír que para llorar.
La vida aguarda llena de sorpresas, solo hay que abrirlas.



Retazos son palabras que alguna vez he dejado como comentario en una entrada de blog. Palabras que una vez escritas me han sorprendido tanto como la entrada que las motivó.

Hay días torcidos

Hay días torcidos
como curvas del camino
como sueños no soñados
contratiempos no vencidos

Hay días torcidos
como infinitos precipicios
como alientos no alentados
reveses no resarcidos

Hay días torcidos
como espirales de espinos
como impulsos no impulsados
retraídos de sí mismos.


lunes, 1 de agosto de 2011

Sorpresas te da la vida

Queta tenía un ídolo de juventud, el sueco Mats Wilander que era un deportista acérrimo como ella, solo que más afortunado en eso de recoger la pelota con la raqueta y lanzarla al otro extremo de la pista, claro está, sin salirse de los márgenes. Esto le resultaba verdaderamente difícil siendo ella, de modo que se pasaba más tiempo buscando la pelota entre la alta hierba de un prado cercano que jugando con sus amigas sobre la pista. Siempre le podía la impaciencia.
Razón de más para pasarse las aburridas tardes de los fines de semana de toda su adolescencia viendo los partidos de tenis en los que participaba Mats Wilander, tan comedido si ganaba como si perdía, tan caballeroso, tan atinado, tan sufriente e insistente, dijesen lo que dijesen sus amigas que preferían a esos melenudos que daban saltos a lo largo y ancho de cualquier escenario entre baños de sudor y rostros contrariados.
A Queta le gustaba el poder de superación del que hizo alarde el sueco para ganar el Roland Garros con tan solo dieciséis años, y desde entonces lo siguió, malamente porque en aquellos tiempos no había demasiada información acerca de casi nada. Pero años después su curiosidad la llevó a encontrar un vídeo donde su eterno ídolo de juventud también cantaba, y al verlo sonrió, pues aún así estaba a un año luz de esos melenudos sudorosos.