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miércoles, 9 de mayo de 2012

Todo lo que haría por verte feliz

Hacía tiempo que no charlaba relajadamente con Dulce. La encontré más serena que de costumbre. Con un halo indefinido que profundizaba sus grandes ojos negros. Estaba visiblemente mucho más delgada, llevaba un pelo más liso que de costumbre, con un corte ligeramente más juvenil. A simple vista la vi mucho mejor de lo que la recordaba, llovía finamente y nos vimos obligadas resguardarnos bajo un sobreportal para seguir poniéndonos al día con nuestras vidas.

De hace diez años acá hubo varias muertes en su familia que no termina de superar. Su marido está en paro y la situación tan complicada que se cuenta en los diarios la tiene en un ay. No iba muy sobrada de entusiasmo y de un tiempo a esta parte todo se le hace cuesta arriba, hasta tal punto que siente que arrastra a quienes le rodean hacia ese abismo que no deja de enfocar. Me dijo que al día siguiente iría a su médico de cabecera a pedirle que le envíe al psicólogo. Le conté que seguramente no lo haría, que conocía a mucha gente que lo solicitó y se encontró de pleno una negativa. Ella me aseguró que sí, que su médico le dijo hace ya tiempo que si acaso lo requería, la enviaría. Al despedirnos le dije que si de verdad conseguía que la enviasen al psicólogo me pasase las recetas. Se lo dije porque yo quise ir al psicólogo hace muchos años para superar mis muertes y no me envió. Quiso atiborrarme de pastillas para dormir y las traje a casa, y anduve perdida varios días entre nubes, cuando tocaba despertar, dormía, cuando tocaba dormir, despertaba. Y en mis sueños revivía a mis muertos una y otra vez. Era feliz mientras les tenía, y cuando se iban, mi tristeza se multiplicaba por cien. De modo que me dije que no, que quien debía trepar desde ese hoyo negro era yo. Y me puse a hacer balance de todas las cosas buenas que me dio la vida. Y me dije que no todo el mundo tenía tanta suerte como yo, que al menos tenía bonitos recuerdos que traerme a la mente. Que no iba a llorar nunca más por lo perdido (¿quién no se engaña alguna vez a sí mismo en circunstancias extremas?) , y que iba a subrayar lo alegre para llevarlo conmigo allá donde voy.

Esta mañana recibí una llamada de Dulce para decirme que estaba en lo cierto. Que su médico le dio largas y concluyó con una sentencia firme que no la enviaría al psicólogo, que si la enviaba solo conseguiría que le removiese aún más todo aquello. Le recetó pastillas de dormir para despertar, y de despertar para dormir. Sentí una impotencia tremenda. Porque Dulce me confesó que a veces le entraban ganas de tomarse tubos de pastillas enteros para dormirse por siempre, que por eso iba al médico, porque le estaba empezando a dar miedo de sí misma y lo que pudiese hacer para dejar a los demás tranquilos. Yo le dije que fuese a un psicólogo de pago, pero no se lo puede permitir. Está doblemente deprimida: ya no cree ni en su médico ni en la mejora del paro.

Como amiga de Dulce buscaré libros para que lea, porque le encanta leer. Le regalaré un libro que yo releo de cuando en cuando: Aprendiz de sabio, de Bernabé tierno. Buscaré más libros que le puedan gustar y contagiar mucho ánimo vital. Quizá le deje uno de mis novelones para que me lea y corrija. Y si la cosa es muy grave le enseñaré este blog (que se me antoja como enseñarle mis tripas por dentro, como si en el día a día de nuestra amistad solo le hubiese enseñado mi parte mejor y rehusase traerla hasta el sótano) por si algo de lo que he escrito le sirve para reírse conmigo o de mí; no importa.

3 comentarios:

  1. creo que dulce tiene suerte, al tener una amiga como tu

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  2. Angeles, yo también tengo suerte de tener una amiga como Dulce.

    Por el momento le pasaré este enlace

    http://www.tudivan.com/articulos.htm

    Lo dejo aquí porque creo que son artículos que vale la pena leer, escritos por una psicóloga. Que escribe muy bien =)
    Gracias por tu comentario.

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  3. Sé que últimamente no contesto a los comentarios. Pero quede MUY CLARO que agradezco todos y cada uno de los que van apareciendo por aquí.

    A veces tengo la impresión de que mi silencio da más validez a vuestras palabras. Las hace resonar.

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