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miércoles, 30 de mayo de 2012

¿Existe el destino?

Hace unos días un chico de 17 años se empeñó en ir hasta la ciudad en moto. Su madre le dijo que no. Que tomase el autobús para ir, como hacía todos los días. Él le insistió en que tendría mucho cuidado, en que se fiara de él, en que por una vez le dejase libertad para ir donde quería en la forma que eligiese. Le rogó, le suplicó, y llevó a cabo todas las artimañas capaces de desarmar a una madre. Lo hizo porque quería ser mayor, comportarse como alguien mayor, y ganarse un espacio de libertad que quizá hasta ese momento sintió vedado.

Su madre le dijo desde el primer momento que no le preocupaba él, que era responsable y digno de confianza; que le preocupaban los demás conductores y sus posibles despistes porque una moto es un vehículo frágil en carretera. El chico se marchó de casa orgulloso porque su madre confiase en él, y prometiendo tener todo el cuidado del mundo. Poco podía pensar que tan solo unos kilómetros más tarde un conductor despistado se le cruzaría por delante, y que en su maniobra por intentar esquivarlo perdería la vida.
El hombre no vio la moto, ni supo lo que causó, hasta que kilómetros más adelante fue detenido.

Unos días más tarde comentando esta desgracia con una amiga, ella me recordaba lo que tanta gente me recuerda a diario Que nadie escapa a su destino. ¿El destino? -le respondí-. Yo no creo en el destino. Aquí tuvimos un debate en el que ella, que cree ciegamente en el destino obtuvo un consuelo. Y en el que yo, que creo en todo caso, en la fatalidad evitable, no obtuve consuelo alguno. Y pensé en esa madre, y en la de veces que a lo largo de su vida se arrepentiría de haber dado el sí. En todo ese infierno en el que no hallaría consuelo; independientemente de que fuese por destino, o por fatalidad que nadie pudo evitar.

Entre la actitud de mi amiga y la mía, existe un abismo irreconciliable, en el que ella al menos sale reconfortada. Para quienes somos reacios a creer en destinos existe siempre un tira y afloja que ni descansa, ni deja descansar a los demás. Tendemos a prevenir a quienes queremos hasta límites desorbitados, lo reconozco, como una enfermedad que no conseguimos curar. Y destino o fatalidad no descansan nunca. NI dejan descansar.

4 comentarios:

  1. No sé si habrá un destino para cada uno, pero si es así a veces el destino es algo demasiado cruel.

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  2. A veces uno quisiera escribir ficción y la realidad impera.

    Estoy de acuerdo con tu reflexión.

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  3. Interesante tema, al margen de ese destino último, ese que nos puede preocupar por aquello de la seguridad de las personas a las que amamos, creo que no se podría negar que nacemos en una determinada época, familia, con más o menos inteligencia... ¿No sería esto una parte del destino que nos toca a cada uno?
    Un abrazo, Bego.

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  4. Pilar, eso sí es destino. Y fíjate que a veces en las decisiones más importantes y acertadas de mi vida me he sentido "empujada". Como si una mano poderosa me estuviese guiando hacia algo que de forma racional me retuviese.

    Abrirme un blog por ejemplo. Aún conservo parte de esa reticencia ¿?

    Quizá el momento justo de morirnos, como dice mi hijo esté determinado, y si ese chico no se hubiese muerto en accidente de moto, hubiese sido cruzando la calle.
    Es algo que me resulta insoportable de pensar. No puedo con ello.
    Besos

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