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martes, 13 de diciembre de 2011

La vida no es un concurso

Rosa estrenó los diez años con una extraña petición: quería dar un paseo a caballo. En su casa todos se miraron como si no se lo terminaran de creer, jamás en sus diez años de vida había dicho algo parecido. Luego hicieron memoria y recordaron las veces que había ido a caballo con su abuelo a buscar hierba para las vacas, allá en el pueblo. Hacía tanto tiempo de eso que el caballo ya ni estaba en casa de la abuela, lo habían vendido cuando murió el abuelo.
Rosa tuvo su regalo de cumpleaños, fue a un lugar donde rezaba: paseos a caballo, y paseó a caballo durante una hora. Volvió con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes, y también con una invitación para repetir ese día completamente gratis, tal fue el entusiasmo de su profesor de equitación, que meses más tarde la envió a una escuela de salto.

Fue así como Rosa en unos meses más, ganó su primera escarapela en un concurso de salto. Sus padres hacían números y no les salían, pero Rosa tenía tal aptitud para saltar a caballo que la fueron apoyando mientras les fue posible. En tan solo un año había adelantado a niños que llevaban montando nueve años, que habían nacido entre caballos, y cuyos padres se dedicaban al salto. El orgullo de Rosa tan solo era proporcional a la calamidad de sus padres, que de buenas a primeras se vieron envueltos en un mundo demasiado caro para sus secos bolsillos. Junto a Rosa había varios alumnos a quienes les pasaba lo mismo, les sobraba aptitud para ganar, pero les faltaba posibles. Y la crisis les venció, y fueron desapareciendo poco a poco de las cuadras. En ellas solo quedaron los niños con caballos estabulados. Solo ellos siguieron entrenando a diario y participando en concursos, que por primera vez sí ganaron.

Rosa terminó teniendo suerte, porque sus padres después de varios años pensando en los pros y los contras, le compraron un caballo. No un caballo de salto, o un caballo para concursar, porque jamás tendrían dinero con que sortear tantos costes, sino para pasear. Y cedieron a su única petición, la elección de su caballo. Está muy feliz con él, pero cuando asiste a un concurso como espectadora se le cae el alma a los pies, y comenta que ella lo haría mejor. Todos saben que es verdad, pero la verdad no siempre lleva las de ganar: la vida no es un concurso.



4 comentarios:

  1. Pues es una lástima.
    Cuanto talento se ha malogrado por culpa del dinero.

    Besos.

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  2. Es un tema difícil. Y en lo personal como en dos ocasiones me caí de caballos, por suerte sin mayores consecuencias, pensé que sería mejor para la niña... En fin, eso fue lo primero que pensé. Además, tuve un compañero de curso en el instituto que se cayó de un caballo de salto, y quedó muy mal físicamente. Y eso es lo segundo que pensé. Pero esto sólo habla de mis temores.
    Por supuesto estoy de acuerdo con el anterior comentario de que sin dinero, el talento, muchas veces tiene por delante una larga espera para ser reconocido. Y no sólo sin dinero, sino también sin otros factores que ayuden. Pero el talento puede brillar de muchos modos, y acaso esta niña aún tenga por delante otras posibilidades donde también pueda dar lo mejor de sí.
    Un saludo, Bego.

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  3. Cierto, a veces el dinero sí paga la felicidad, en cierta medida. Y logra el lugar que otros abandonan forzosamente. Es la vida.
    Saludos

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  4. En la misma escuela de equitación hubo una chica de dieciséis años que tuvo una lesión de cuello que por pocos centímetros no la dejó tetrapléjica. Afortunadamente todo quedó en un susto, pero es un deporte que conlleva su riesgo.
    Y es cierto, el talento se manifiesta en muchas áreas cuando se tiene, y siempre destaca, Rosa es una niña con suerte.
    Saludos

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