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jueves, 27 de enero de 2011

Disco rallado

Una tarde de verano estábamos reunidos un montón de gente en una terraza. En el grupo había un niño de cuatro años, que es una de esas ricuras que más que niños parecen viejos prematuros, de ojos despiertos, tan vivaces como incorregibles, y tan nobles como pueda serlo lo más noble que habite el mundo. Estaba subido a una de esas motos en las que los niños no llevan pedales, y van impulsados por el empuje de sus pies, a lo Pedro Picapiedra. En una de estas sus padres se despistaron y fue a dar a la carretera, que estaba en línea recta muchos metros más allá, corrí hacia él dándome perfecta cuenta de que nadie más se temía lo mismo que yo me temí desde un principio; que la calle en cuesta abajo fuese más atrayente en un momento dado para él que quedarse quieto y parado alrededor de la fuente de agua, de la que se había llevado ya una leve pátina de agua que estancada en su frente y sus mejillas te hacía sonreír como un tonto frente a él.

_ Déjame en paz_ fue todo cuanto me dijo tan categórico como es, ofendido de que le hubiese agarrado del jersey, que es cuanto pude aferrar tan de repente. En ese instante pasó un coche delante mismo de nosotros.
_ La carretera es solo para los coches_ le dije del modo más tranquilo en que me pude manifestar_. Tú no puedes salir de este patio, y mira que hay sitio ¿eh?
_ ¿Qué dices?_ por su amorosa incredulidad dirías que no te había entendido. Por su inteligencia ni se te pasaba por la imaginación.
_ Que no puedes entrar en la carretera, es solo para los coches.
_ ¿Qué?
_ Que la carretera es para los coches y te pueden atropellar.
_ ¿Qué?
_ Que si un coche te atropella te vas al hospital con la cabeza rota, retorciéndote de dolores por todo el cuerpo y chorreando sangre. Después te dejan allí ingresado todo lleno de vendajes y papá y mamá llorarán, y el abuelo y la abuela, y el tío y la tía_ por respuesta la misma amorosa incredulidad.
_ ¿Qué?

Después de un rato en las mismas, y tratando de explicarle una y otra vez lo peligroso de adentrarse en la carretera, me encontré con su madre de frente, embelesada en nuestra conversación. Es una chica joven y despierta siempre más contundente en sus silencios, que en lo que habla.
_ ¡Qué cara tiene! Te entendió perfectamente a la primera. ¡Borja, como vuelvas a hacer lo mismo te castigo una semana sin salir de casa! ¿Me oyes bien?
_ ¿Qué?

Fue una escena simpatiquísima que jamás esperé encontrarme porque después llegaron su padre y sus tíos para darle los motivos por los que no debía repetir aquello, y por respuesta un simple ¿Qué? repetido una y otra vez primorosamente. Días más tarde hablando con una amiga común lo recordé de pronto y se lo conté muerta de la risa.

_ Qué bueno, te estaba haciendo la táctica del disco rallado_ me dijo sin mover una sola pestaña.
Me quedé a cuadros, porque jamás había escuchado tal cosa.
_ A nosotros nos piden que se lo hagamos a los clientes a los que no podemos darles una solución, ¿En serio que nunca te pasó?
_ ¿Pasarme qué?_ creí que se estaba quedando conmigo, la verdad.
_ Que cuando buscas solución para un problema, por ejemplo, en el centro comercial en que yo trabajo, y no se te puede dar solución alguna porque ese imprevisto no está estipulado, se te da una razón por la que no cabe reclamación alguna, tu objetas algo, yo repito las mismas palabras que ya te he dicho. Vuelves a dar otra razón, yo repito palabra por palabra lo mismo. Tu vuelves a explicarte, yo a repetir lo mismo, y así hasta que el cliente llega a sentirse tonto y se va. A veces hay que repetir lo mismo quince veces, pero no te queda solución que repetir lo mismo una y otra vez hasta cansarlo. Tenemos la norma de hacerlo así.
A veces se abre un espacio temporal en que parece que en vez de pisar tierra firme te deslizas en un tiempo árido que ni existe, esa sensación me embargó mientras intentaba asimilar que tal cosa pueda existir por normativa. Recordando recordando voy cayendo en la cuenta de que sí, que me ha pasado varias veces y me he terminado marchando con la sensación de que soy idiota, además obtusa profunda. Mi amiga que el fondo me ha tenido siempre por un ser bajado de otro planeta, y con razón, por lo muy ingenua que llego a ser, pese al genio que me gasto se ríe. Y no deja de repetir que no puede creerse que un niño de cuatro años sea más inteligente que yo, y se ríe y se ríe hasta cansarse, para dejar constancia de su incredulidad de que en pleno siglo dos mil siga existiendo gente como yo.

Pues bien, desde este blog siento que sin pretender tomar el pelo a nadie estoy haciendo el disco rallado desde que empecé. Que hay cuatro temas, creo que cinco a lo sumo, que acaparan toda mi atención, y que una y otra vez contado de distinta forma, si acaso, vuelvo a la carga. Observo no obstante que a más personas les viene sucediendo lo que a mí. Pero me frustra. Y al tiempo, una cuerda cuyo cabo no acierto a vislumbrar sigue tirando de mí con el objetivo de seguir avanzando porque justo en el avance se halla la solución. ¿O acaso el desastre?


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