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jueves, 30 de septiembre de 2010

Lección para hoy

Se cumple el cincuenta aniversario de Los Picapiedra, una serie de dibujos animados que no tiene edad, porque en la foto de Google de hoy, se ven radiantes. Siempre me gustó su ingenio aplicado a las tareas domésticas, con esas aspiradoras, lavaplatos, lavadoras y demás electrodomésticos tan ecológicos que algunos a día de hoy, ya quisieran para sí.
Estoy segura de que todos conocemos personajes como ellos, un Pedro, una Vilma, una Betty, o un Pablo; tal que así como ellos son. Y es que los personajes bien construidos son lapidarios.

Esta mañana volví a decirlo, son mis dibujos animados favoritos, y dos pares de ojos parpadearon hacia mí, con la misma incredulidad con que yo misma parpadeé alguna vez ante mis padres. La vida nos devuelve todo lo que arrojamos alguna vez, eso fue todo lo que pensé, antes de volver a reiterarlo. De nuevo toda la incredulidad fija en mí unos instantes, y después en su desayuno. Entonces volví a pensar en lo poco que llegan a saber de nosotros algunas veces quienes nos heredan, a pesar de estar rallados de escucharnos desde que nacen. Lo dejo aquí, casi a modo de testigo de que lo dije alguna vez: me encantan Los picapiedra.

Me gustan todo aquello que es nacido para no dañar. Aquello que es inventado para recrear, para acentuar lo positivo, para instruir desde algún lugar. Lo que no guarda rencores ni aviva resquemores. Me gusta la inocencia desde la que cabe contar. Por eso y muchas otras cosas me gustan, me gusta soñar con la posibilidad de crear algo así, algo que ayude a entender que a veces una concha encontrada en el mar tiene mayor valor que un diamante bien guardado en una urna de cristal.


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