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viernes, 24 de septiembre de 2010

El eco

No todos los niños tienen la suerte de hacer de los alrededores de la iglesia su zona de juegos, ni de vivir en un pueblo tan fructífero que reúna a diario unos veinte niños que se llevan tan bien que solo se pelean codo a codo por demostrar quien es mejor en cada competición olímpica que se inventan. Quizá haber competido tantas veces y lograr demostrar su rapidez le haya servido a Ella durante toda la vida para no rendirse, para perseverar, para buscar nuevas formas de diversión que conlleven la cercanía a otras metas que la sumen a sí misma como persona, para alentar a otros a trazar sus propias metas y avanzar hacia ellas.
Tal vez le haya servido para sentir como nadie la soledad en las tardes en que ella sola rondaba la iglesia, y para retar al eco, que desde los prados de la parte norte, ladera abajo mostraba tímidamente el mar, allá al fondo, ese eco que resonaba como la voz de un dios que siempre contesta.
Aquel a quien el eco contestó, sabe que no está solo.


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