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domingo, 11 de julio de 2010

Drenar las penas


Cuando llegas a la fiesta, los bebés se acomodan en sus sillitas con cara de sueño, sus padres se van con resignación, sabiendo que van a perderse lo mejor, pero satisfechos. El prado del aparcamiento es una montaña partida a la mitad sembrada de coches donde resulta casi imposible sumar otro coche más, aparcas y ves otro prado interminable y llano justo de frente donde a esa hora ya no cabe un alfiler. Las luces del escenario y la música tecno a todo volumen te dicen que el día ha sido largo y que llegar tal vez no ha sido una buena decisión, pero ya que has llegado es obligatorio intentar disfrutar un rato antes de volverte sobre lo rodado.

Es extraño no llevar a tus hijos, es la sensación eterna de que han crecido demasiado rápido, y no es errónea, han crecido demasiado rápido y como siempre tienes dos opciones, o amargarte o disfrutar, son las dos únicas opciones que tienes mientras dure tu vida. Y siempre eliges la primera. Uno está con sus amigos en otra fiesta y otra invitada a diez días de vacaciones en un lugar de ensueño. Nada de que preocuparse.

…Tal vez un poco de ese mar de gente de todas las edades que baila, charla, come o bebe entre eso que para ti son martillazos que te sacan de golpe el corazón, y te hace ensordecer al tiempo en que nada deseas más que marcharte. Dar un paseo por los alrededores del mar que está justo enfrente. Hubieras dado cualquier cosa por conseguirlo, pero te gusta demasiado mezclarte entre la gente y ser testigo directo de montones de historias. Además tu marido es tu polo opuesto y te aprieta la mano para que te quites esa arruga de la frente, sonríes con una sonrisa que es una línea recta trazada con los labios y te quedas a esperar que ese ruido se termine. Aunque sabes a ciencia cierta que tú te terminarás antes, pero si los abuelos que apenas se tienen en pie son capaces de soportarlo que no se diga de ti. Además el olor de las costillas asadas y de la sidra derramada sobre el prado es adictivo, allí junto a la barraca el ruido se hace más suave y observar a la gente divertirse tiene su qué. De pronto los tecnos se despiden y se abre el telón de otra orquesta que canta justamente las canciones que a ti te gustan, canciones tan antiguas como el Gloria de Humberto Tozzi que te traen con nitidez muchas caras que ya creías olvidadas, de muchas fiestas pasadas al lado de tu casa, allá por la era de piedra. Emocionante ese que levante la mano de Joseph Fonseca:

Que levante la mano quien no lloró un adiós

Que levante la mano quien no sufrió por amor

Que levante la mano quien no lloró un a dios

Que levante la mano quien no sufrió por amor…


Emocionante bailar como si esos veinte años no hubiesen pasado, miras esos ojos verdes que son los mismos de siempre y tal parece que no. Que se abre un paréntesis donde te sorprendes de estar bailando y riendo, donde tu presente se encaja y no queda una pieza suelta, un tiempo donde todo es perfecto. Aunque a tu gatito preferido lo hayan atropellado hace dos días por perseguirte carretera adelante hasta el contenedor, aunque hayas tenido que quedarte inerte viendo lo poca cosa que es la muerte, tal y como decía Eugenia Rico en la muerte blanca. Sí, la muerte es muy poca cosa, y los gatos sólo tienen una vida, y hay conductores que llevan tanta prisa que no pueden darte tiempo a que remedies tu despiste y te lo lleves entre las manos de nuevo a casa. Hay muchos gatos te dirán, sí, eso es cierto, pero cada uno de ellos es uno que no volverá a nacer, y has perdido demasiados.

Puedes olvidarte momentáneamente de todas las calamidades del mundo y disfrutar. Puedes vivirlo pensando en cómo vas a retratarlo en ese lugar que sin saber porqué lo hace necesario. Un matrimonio de novios que bailan hasta las cuatro de la madrugada y regresan a casa después que su hijo. Es raro abrir el portón del garaje y encontrarse su coche ya frío. Es raro porque debieras repetir la noche muchas noches más. Tu alma necesita drenar sus penas.

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