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miércoles, 2 de junio de 2010

Frank Mc Court

 

No hace tiempo una editora decía que escribir bien no es lo mismo que tener una buena historia, eso me consoló porque a veces tener una buena historia y escribir bien, no es lo mismo que ser publicado y laureado y tener un premio novel de literatura. O una buena cuenta bancaria producto del buen hacer literario. Con lo cual vuelvo al principio y sigo sin entender muchas cosas, pero reconozco a buen escritor cuando lo encuentro.

Apunté el título del libro escuchando la radio, cuando una mujer relató el momento en que Frank se había metido en la bañera, que era el modo que tenía de calentarse en un día frío como el mismo hielo, contaba que él escuchaba una pieza música clásica que no recuerdo y leía un libro. Eso me sorprendió porque jamás conocí a nadie que intentase leer dentro de una bañera, pero claro, es que no le conocía y no sabía que se podía llegar a ser alguien tan genial. Las cenizas de Ángela retrata la vida de una familia, la suya, que vive en la extrema pobreza, en Irlanda, y ahí me sacudió el primer bofetón porque yo había escrito una novela -por llamarla algo- situada en Irlanda y me di cuenta de lo mucho que me había fallado la no documentación. Pero ese es otro tema que no es lo peor de esa novela -por llamarla algo.

Necesito de un escritor su fuerza vital, eso que podría llamarse honestidad natural, y su sencillez; una sencillez casi desnuda libre de todo enrevesamiento. Necesito su claridad de exposición y su ternura, si a eso añadimos riqueza verbal mucho mejor, si no la tiene se lo perdono, pero no le perdono que me haga la lectura tortuosa por su lucimiento astral. No me interesa el lucimiento astral de ningún escritor ni de su editor, quiero leer, y leer es un suave paseo en el que te diviertes a la vez que aprendes algo que tal vez al escritor le costó lágrimas de sangre escribir. Alguien dijo que sabes el texto que un escritor escribió llorando porque es aquel que te hará llorar al leerlo. No sé si es verdad, pero muchas páginas que escribí llorando hicieron llorar a la lectora improvisada que escogí y saberlo me dio a entender que al menos emitimos en la misma frecuencia.

Cuando te gusta escribir te gusta saber que alguien publica aquellos libros que te cambian la perspectiva del mundo, al menos me sucede, y este libro me hizo creer en el valor de la tenacidad para salir adelante y en la fuerza de las propias convicciones como motor para mejorar.

Frank Mc Court nos retrató la miseria en que transcurrió su infancia y lo inverosímil que parecía sucederle todos los días, arrancándonos el alma al tiempo que una sonrisa.

Inolvidable la parte en que cuenta que tras recibir la primera comunión vomita a Dios en el patio de su casa porque le han dado tanto de comer que le ha dado indigestión, pero era una oportunidad que no podía perderse porque no sabe el hambre que volverá a pasar después de ese día. Su abuela horrorizada intenta pegarlo, después lo envia a ver al cura de nuevo para preguntarle si a caso se puede recoger a Dios con una fregona sin ir de cabeza a los infiernos.

O ese día en que queman una viga del techo de la casa de alquiler en que vivían para combatir el horrendo frío, en ese momento la casa se desploma; deben ya tres meses de alquiler con lo que provocan que les echen a la calle empeorando aún más la situación penosa en que sobreviven a duras penas. Todo el libro es así, te desgarra por dentro al tiempo en que te hace ver que todo es temporal, te suceda lo que te suceda algún día terminará y podrás enfocarlo de otra manera.

Frank terminó creciendo, y sus peripecias las retrata un libro titulado Lo es, que a mí me pareció una segunda parte tan buena como la primera, llena de honestidad.

Frank Mc Court ha fallecido recientemente pero su historia es la de un niño que nunca se dejó desanimar y logró todo cuanto se proponía. O al menos casi todo. Descanse en paz el hombre que en mi mente siempre será un niño, el niño que me llevó de la mano a su casa y a su vida. No conozco mayor generosidad.


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