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jueves, 22 de abril de 2010

Antes del Mitch

Hace muchos años soñé que mis padres me llamaban por teléfono para ir a buscarles a su casa sin perder un segundo. Y que salía de mi casa a toda velocidad sin apenas balbucear unas palabras, mi marido entraba en el coche con mis hijos en el último segundo protestando porque con tanta prisa no lo pudiera ni esperar; en verdad no pensaba llevarlos conmigo por si acaso algo iba mal. Minutos después recorría la pequeña distancia con el alma en un puño, y cuando nos quedaban a penas cien metros para llegar, hacia arriba en el mismo cambio de rasante una ola gigantesca y marrón surgió de la nada. El mar rugía de una forma espantosa y sabíamos que nada lograría echarlo atrás, se nos venía encima a cámara lenta, y no había forma humana de detenerlo, cuando desperté la ola estaba justamente encima de la casa de mis padres y en segundos apenas arrastraría nuestro coche y todo lo demás. Es uno de los sueños más feos que he tenido, y es feo porque mientras duró fue tan de verdad como si lo estuviese viviendo bien despierta. A veces pasa.

Temo a mis sueños en ocasiones porque puedo soñar las cosas antes de que sucedan, y temo lo que pido porque más tarde o más temprano se suele cumplir, _eso porque no paro hasta lograrlo venga erre que erre_. Aquel sueño fue tan verdad que supe que alguna vez sucedería en algún lugar pero no podía explicarme el porqué de aquella ola marrón chocolate cuando el mar si en algo se caracteriza es en ser cristalino.

Pocos días después llegó el huracán Mitch a las costas del Caribe, lo supe porque rastreaba las noticias en busca de mi sueño, y ante el horror de las imágenes reaccioné como siempre lo hago ante un dolor, escribiendo, esta vez escribí a mi Dios. Un Dios que en cuanto intento explicarlo me enredo en laberintos interminables. Y es que no hay forma de resumirlo parece ser, como siempre me hacen falta muchas palabras para explicarlo debidamente, por eso os lo dejo a continuación.


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